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TEMA 1: EL BAUTISMO

 El hecho del bautismo.

           El término bautismo, procede del término griego “BAPTIZEIN”, que significa sumergir reiteradamente en el agua. Son numerosas las religiones no bíblicas que emplean el rito del baño como signo de purificación. En el mismo judaísmo contemporáneo a Jesús, existían diversas abluciones con carácter penitencial, tanto en los movimientos bautistas, como entre los Esenios de Qumrán.

            El día de Pentecostés, tras la venida del Espíritu Santo, Pedro predicaba a Jesucristo crucificado como el Mesías y el Señor por su resurrección.  Sus oyentes preguntaban: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”, Pedro les contestó: “Arrepentíos y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hc 2, 37-38). Por este texto de los Hechos de los Apóstoles podemos ver como la escucha de la Palabra, la conversión y el bautizo están estrechamente vinculados entre sí. El bautismo ha sido desde siempre la puerta de entrada de toda vida cristiana, y junto con la Confirmación y la Eucaristía, forma la Tríada de Sacramentos llamados “de Iniciación Cristiana”.

           La primitiva Iglesia, al leer el Antiguo Testamento, descubría en él diversos modelos y símbolos “Prefiguraciones” del bautismo cristiano.

    • La imagen del Espíritu aleteando sobre las aguas primordiales (Gn 1,2) así como la del diluvio, hacían presente al hombre nuevo que nacía de la fuente bautismal.
    • Los arquetipos de las aguas como camino hacia la libertad en el Mar Rojo, o puerta para adquirir la Tierra Prometida, aludiendo al paso del Jordán, van a ser utilizados por los Padres de la Iglesia en los primeros siglos para ilustrar la experiencia bautismal.

Sin embargo, el hecho más importante para interpretar el bautismo cristiano, es el bautismo de Jesús, en el que culminan las prefiguraciones del Antiguo Testamento sobre este sacramento.

Los cuatro evangelistas cuentan el bautismo de Jesús y los cuatro conceden excepcional importancia a este hecho, ya que representa el punto de partida y el comienzo del Ministerio Público de Jesús. Todos los evangelistas coinciden en narrar dos cosas:

  • El descenso del Espíritu.
  • La proclamación divina asociada a la venida del Espíritu.

Según el judaísmo antiguo, la comunicación del Espíritu significa la inspiración profética. La persona que recibe el Espíritu es llamado por Dios para ser su mensajero. Por lo tanto, en el momento del bautismo, Jesús recibió del Padre la vocación y el destino que marcó y orientó su vida.

            La proclamación divina “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” acompañó la venida del Espíritu. Estas palabras evocan el texto de Isaías que da inicio a los cantos del siervo de Yahavé; este siervo es el hombre solidario con el pueblo pecador al que libera y salva a través de su sufrimiento y muerte.

            Con ocasión de su bautismo, Jesús experimentó su vocación aceptando la misión y el destino que llevaría a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo BAUTIZAR sea para referirse a su propia muerte.

            El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto; es el acto y el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres, especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte.

            Juan bautiza en vista al juicio último de Dios. El bautismo cristiano es participación en la muerte y resurrección de Jesús, es decir, el bautizado ha muerto a una forma de existencia para nacer a otra nueva que no acabará jamás. De esta nueva vida es testigo entre los hombres y de su comunión con el Padre serán sus actitudes los mejores signos.

Funciones simbólicas del agua.

  • El agua da la vida: Donde hay agua, hay vida y donde falta, sobreviene la muerte. Todo ser vivo precisa del agua para ser y el agua está en el origen de toda la vida. Por eso, ella, es símbolo de fertilidad, de fecundidad y de vida.
  • El agua lava: En muchas religiones se utilizan los lavatorios para representar el perdón de los pecados y la santidad interior. En el levítico, los capítulos del 11 al 16 establecen varias abluciones con cierto carácter cultural, ya que tienen un significado de purificación moral, primordialmente. Ezequiel anuncia que en los tiempos mesiánicos, Dios va a saciar al pueblo con un agua pura que le va a purificar.
  • El agua apaga la sed: la cual ilustra también el deseo profundo del ser humano de felicidad, amor, libertad, verdad. Moisés en el desierto (Ex 17) hizo brotar agua de la roca en el monte Horeb, saciando al pueblo sediento, pero esta sed, puede representar también sentimientos más profundos: “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Salmo 42). Isaías anuncia que:”sacareis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”. El evangelio de Juan describe a Jesús como el que da el agua que apacigua la sed y genera una fuente en nuestro interior. El Apocalipsis insiste también en este símbolo.
  • El agua que mata y destruye: es el simbolismo más frecuente en la Biblia. Los grandes símbolos del agua en el Antiguo testamento son El Diluvio (Gn 7) y el paso del Mar Rojo (Ex 14), en los que algo muere para dar origen a una nueva historia. Estos dos símbolos van a ser aplicados al bautismo cristiano en 1 Pe 3,20 y 1 Cor 10, 1º ss. El agua evoca en diversos lugares del Nuevo Testamento el sacramento del bautismo que nos hace nacer a una vida nueva.

El significado del bautismo

Al bautizado le son perdonados los pecados y recibe una vida nueva, se une a la muerte y resurrección de Jesucristo, participa de su misión sacerdotal, profética y real y es incorporado a la Iglesia.

El bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación: de la misma forma que el paso del Mar Rojo fue para los israelitas una experiencia fundamental de su liberación, así, el paso por el agua bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad.

Por el bautismo, el cristiano se separa del destino colectivo de una humanidad fatalmente sometida a la esclavitud del pecado, liberándose del pecado original que corrompe y desgarra al hombre y al mundo.

De la misma manera que Jesús pasó por la muerte para llegar a una vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por una muerte (el bautismo) para empezar una nueva vida, la vida de la fe, la vida propia del cristiano. 

Los cristinos que siguen el destino de Jesús hasta la muerte, cosa que se expresa simbólicamente mediante las aguas bautismales, encuentran con Él la vida y la liberación.

La Iglesia es la comunidad de los bautizados, pues el efecto fundamental del bautismo es incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia. El bautismo es el sacramento que configura a la Iglesia, es decir, la Iglesia tiene que ser comunidad que nace del bautismo y que por consiguiente se confiesa de acuerdo con lo que significa el bautismo.

La iglesia es la comunidad de los que, libre y conscientemente, han asumido como destino en la vida sufrir y morir por los demás, es decir, la Iglesia es la comunidad de los que viven para los demás; es asimismo la comunidad de los que se han revestido de Cristo, reproduciendo en su vida lo que fue la vida de Jesús, el Mesías; la comunidad de los hombres y mujeres a quienes guía y lleva el espíritu. 

Todo ser humano, aun no bautizado, y sólo él, es capaz de recibir el bautismo.

El ministro ordinario del bautismo es el obispo y el presbítero y en la Iglesia latina, el diácono. En caso de necesidad es válida cualquier persona, incluso no bautizada, si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia al bautizar y emplea la formula bautismal trinitaria.

Celebración del Bautismo:

            El bautismo se celebra bañando en agua al que lo recibe (bautismo por inmersión) o derramando agua por la cabeza (bautismo con infusión), mientras el ministro invoca a la santísima trinidad.

El rito completo consta de tres momentos:

  • Preparación: Consiste en la bendición del agua, en la renuncia de los padres y padrinos al pecado,  y en una pregunta a los padres y padrinos sobre si desean que el niño sea bautizado.
  • Ablución o bautismo: Mientras el ministro baña con agua a quien se bautiza, dice: “Yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo”.
  • Ritos complementarios: Son la crismación, la vestidura blanca y la entrega de la luz. La crismación por la que el ministro unge la cabeza a cada bautizado con el santo crisma, como señal de incorporación al pueblo creyente; la vestidura blanca como signo de la nueva vida y dignidad del cristiano; la entrega de la luz de cristo expresada por una vela cuya llama ha sido tomada del cirio pascual; y el EFFETA como signo de la apertura de los oídos a la palabra a Dios.

TEMA 2: LA CONFIRMACION

El hecho de la confirmación:

            El nombre de este sacramento proviene del latín “CONFIRMIATIO”, que significa “fortalecimiento”. Sin embargo a lo largo de la historia, ha sido denominado de diversas maneras como: “consignatio” (señal de la cruz hecha con la mano), “chrismatio” (unción con aceite consagrado y perfumado), “manus impositio” (imposición de mano). En Oriente recibe el nombre de “sellum” o “chrisma”. 

            El Nuevo Testamento no habla del sacramento de la Conformación como tal, aunque se ha querido ver unos precedentes en dos textos de Los Hechos de los Apóstoles; cuando Pedro y Juan van a imponer las manos a los recién bautizados de Samaria para que reciban así el Espíritu Santo y cuando Pablo bautiza e impone las manos a unas cuantas personas en Éfeso con lo que reciben el Espíritu Santo.

            Hoy podemos afirmar que en ninguno de estos casos estamos ante el sacramento de la confirmación. Sin embargo en ellos se enseña algo que va a tener una cierta analogía con el sacramento: los nuevos cristianos se van a incorporar de una forma más efectiva a la unidad y a la comunión con la Iglesia.

            Desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se administraba el bautismo, se tenía la costumbre de que el obispo utilizara un gesto o ritual de bendición: la imposición de manos sobre la cabeza del recién bautizado. Así se recordaba lo que hicieron los Apóstoles según aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

            Igualmente existía la costumbre de ungir con aceite en la cabeza o en el pecho a los recién bautizados. Este aceite había sido previamente bendecido por el obispo. Esta costumbre, con ligeras variantes, se mantuvo así hasta el siglo V; hasta ese siglo no existió un rito religiosos separado del bautismo, para imponer las manos o para ungir a los cristianos, ya que todo lo realizaba el obispo en la misma celebración.

            Cuando se imponen los bautismos masivos de niños recién nacidos a finales del siglo IV, se ve la necesidad de que los presbíteros y los diáconos administren el bautismo, mientras que la imposición de manos y la unción se retardaba para cuando el obispo pudiera.

 El significado de la Confirmación:

            Lo primero que conviene reafirmar es que el sacramento por el que recibimos el Espíritu Santo, el sacramento del Espíritu, es el bautismo. Sin embargo, la confirmación está en relación con el bautismo desde los inicios de la Iglesia, llevando a plenitud la gracia bautismal.

            Si establecemos analogías con el misterio de Xto y de la Iglesia, podemos decir que:

    • Si el bautismo nos asocia a la Pascua del Señor, su muerte y resurrección, la confirmación simboliza la vida que recibimos en Pentecostés como fruto de la Pascua.
    • Al igual que el Espíritu fecunda las entrañas de María de Nazaret, por el bautismo somos concebidos como hijos de Dios en el seno de la Iglesia; así como en el Jordán, al sumergirse en el agua, Jesús es consciente de la misión que debe emprender. La confirmación nos vincula a la misión de Xto de una forma más concreta y efectiva.

Lo que caracteriZa el símbolo de la confirmación es la imposición de las manos y la unción con el “Chrisma”. A través del significado de esos gestos es como podremos llegar a comprender el sentido que tiene la confirmación.

a) La imposición de manos: no tiene especial relevancia en la tradición del Antiguo Testamento. Algunas veces es mencionada como gesto de bendición y otras como gesto que expresa la trasmisión de un poder, un oficio o una tarea. En este sentido se puede decir que en la confirmación, el obispo, en nombre de la Iglesia, bendice a los bautizados para que el Espíritu Santo los fortalezca y lleve a plenitud la gracia del bautismo, los haga testigos de Xto en el mundo extendido y defienda la fe con sus palabras y obras.

La iniciación cristiana es eminentemente eclesial por lo que el perfeccionarla y sellarla pertenece al obispo (el que supervisa), que es el portador específico de la apostolicidad de la Iglesia y representante de su unidad y catolicidad (abierto a todo el mundo). Con la imposición de manos, se hace la inserción plena de las personas bautizadas en la comunidad apostólica por sus representantes cualificados, acrecentando en ella, de esta manera, los derechos y deberes que dimanan y se derivan de la pertenencia a la comunidad eclesial. 

            Esta inserción es una verdadera participación en el profetismo de Cristo, que los cristianos tendrán que realizar asumiendo, anunciando y confesando la fe en Cristo, testimoniando con palabras y con obras la verdad evangélica, a través del espacio y del tiempo y siendo fermento de Santidad en el mundo, de la Santidad Bíblica, que es un empeño por establecer la justicia, la libertad y la paz. 

b) La unción del Chrisma: En el Antiguo Testamento tiene una significación importante el gesto de ungir a los reyes. Mediante la unción, se otorgaba al rey el poder para ejercer su función que estaba estrechamente relacionada con la defensa de la justicia. Según la mentalidad hebrea, la defensa de la justicia consistía especialmente en la defensa de los pobres y desvalidos, los huérfanos y las viudas, es decir, de los que por sí mismos no podían defenderse. Y esto lo hacía el rey en nombre de Dios.

            Para el Nuevo Testamento, Jesús es el ungido por excelencia. Así lo manifiesta el evangelio de Lucas al narrar el suceso acaecido en la sinagoga (era escuela y el centro religioso) de Nazaret donde se lee el texto del profeta Isaías haciendo referencia a Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para proclamar la Buena Nueva a los más pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y a proclamar un año de Gracia del Señor” (Lc 4, 18-19)

            El cristiano, al recibir la confirmación queda ungido y enviado para la misión de anunciar la fe, testimoniar la verdad, comprometerse en la implantación en el mundo de la justicia, la libertad y la paz, para ser fermento de Santidad y edificar la Iglesia por medio de sus carismas y servicios en la caridad

            La confirmación o el Bautismo imprimen en el alma una marca espiritual indeleble, el “carácter” que es signo de que Cristo ha marcado al cristiano con el sello de su espíritu, revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo. 

            La Confirmación debe ser preparada con una catequesis adecuada sobre su significado y sus efectos en los confirmandos, y ha de recibirse en estado de Gracia (confesados).

La celebración de la Confirmación:

En la celebración litúrgica de este sacramento concurren tres elementos que deben ser señalados:

  • La renovación de las promesas del bautismo: el confirmado hace expresión y compromiso explícito de vivir a la manera de Cristo.
  • La imposición de manos: las realiza el obispo según los confirmados.
  • El momento culminante de la confirmación es el de la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del confirmando y le unge la frente con el Santo Chrisma mientras pronuncia estas palabras “recibe por esta señal el don del Espíritu Santo

El ministro del sacramento de la confirmación es el obispo que como sucesor de los apóstoles preside la iglesia particular y garantiza su unidad. Puede administrar el sacramento de la conformación un sacerdote debidamente delegado por el obispo.

TEMA 3 : LA EUCARISTIA 

El hecho de la Eucaristía

            Eucaristía proviene de la palabra griega “eucaristos” que significa “agradecer”. En realidad este término es el utilizado para traducir el hebreo “berakah” que manifiesta la alabanza y la bendición que el pueblo dirige a Dios recordando sus intervenciones salvadoras. La comida festiva, el banquete, es un momento privilegiado de reunión, de celebración, de expresión, de gozo y de alegría.

            Los judíos celebran actualmente su liberación de la esclavitud de Egipto, en una cena pascual. En ella el niño más pequeño de la casa pregunta al anciano de cada familia el por qué de la celebración y éste le narra con detalle las hazañas que Dios ha hecho para sacarles de la esclavitud.

            Jesús también compartió su alimento y alegría en comidas de diversos tipos, con diferentes motivos y circunstancias. Tal es así, que el hecho de compartir el pan con otras personas, aparece como constitutivo de la experiencia que tuvieron las primeras comunidades de la eucaristía 

            Hoy es una opción generalmente admitida, vincular el origen de la celebración de la eucaristía a las comidas que Jesús celebraba con la gente en su tiempo, a la cena que precedió a su muerte en la cruz y a las comidas del Resucitado evocadas en el Nuevo Testamento.  

            a) Las comidas de Jesús: Para un oriental, incluso en nuestros días, acoger a una persona e invitarla a la mesa, representa una muestra de respeto. Además, significa una oferta de paz, confianza, fraternidad y perdón. La comunión de mesa expresa la comunión de vida.

            En este horizonte hay que situar las comidas de Jesús que nos narran los evangelios y también las parábolas de banquetes y bodas que Jesús utiliza para expresar la realidad del Reino.

 Jesús, mediante sus comidas, anticipa el Reino definitivo en el que Dios llama a unirse a Él a todos los seres humanos. Sentados en torno a la misma mesa, compartiendo el pan, los comensales se convierten en familia de hermanos, prefigurando la fraternidad a la que la historia está destinada por voluntad de Dios.

b) La última cena: En los textos de la institución de la eucaristía, la cena de Jesús con sus discípulos, está referida a su muerte a favor de los hombres.

Por esta referencia que tiene el banquete eucarístico, el partir el pan y beber de la misma copa, son dos gestos que han de estar siempre en el corazón de la comunidad cristiana. Con estos gestos, Jesús, expresa la actitud de servicio con que se presentó entre los hombre. Un servicio que fue una constante en su vida y que tiene en la entrega de la propia vida la mejor garantía de seriedad y autenticidad. 

El Evangelio de Juan se ocupa largamente de la eucaristía, pero no nos narra su institución. Sin embargo, deja en su lugar dos hechos que nos ponen en contacto con su significación fundamental.

  • Jesús toma una jofaina y en actitud de siervo se pone a lavar los pies de sus discípulos. Es el gesto anticipado de su muerte como servicio a la humanidad.
  • Jesús proclama un único mandamiento: el del amor mutuo, pero al estilo de su amor, es decir, hasta el sacrificio de la propia vida. 

c) Las comidas de Jesús resucitado: Fueron la cruz y la resurrección de Jesús la ratificación de sus palabras de la última cena.

Tras la Pascua, Jesús se aparece a sus discípulos comiendo con ellos. Camino de Emaús, Jesús explica la Palabra, iluminando los acontecimientos que cegaban la esperanza de los dos discípulos acongojados. Al partir el pan, ellos le reconocen, se les abren los ojos y este gesto adquiere para siempre el sello de la alegría definitiva.

            Se comprende que tanto las comidas del Jesús histórico, como la última cena y las comidas del Señor resucitado, están bajo el signo del Reino futuro de Dios.

            d) La comunidad cristiana: Nacida en el espíritu, la comunidad cristiana se configura esencialmente como comunidad eucarística. Es el dinamismo del espíritu el que la conduce a ese término. En este sentido, es interesante observar como el capítulo II de los Hechos de los Apóstoles, donde se nos da un resumen de la vida comunitaria de la Iglesia de Jerusalén: “los que habían sido bautizados perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Todos estaban impresionados porque eran muchos los prodigios y señales realizados por los Apóstoles. Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común, vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según las necesidades de cada uno. Unánimes y constantes acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban el favor de todo el pueblo. Por su parte, el Señor agregaba cada día los que se iban salvando al grupo de los creyentes”. (Hch 2, 42-47)          

En este texto observamos que la celebración eucarística se integra en la vida de la comunidad, estableciendo con ella una estrecha relación. La celebración lleva a la vida, y la vida en la que todo se comparte, se celebra y cobra sentido en el gesto de partir el pan.

            La comunidad cristiana es eucarística porque comparte un mismo pan y también porque comparte sentimientos y bienes entre los hermanos. A esto se siente conducida por el hecho de comer de un mismo pan: Cristo, asimilado, unifica a todos los miembros hasta el punto de que “los creyentes pensaban y sentían lo mismo y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, si no que tenían en común todas las cosas”.

            La significación profunda de la eucaristía está estrechamente vinculada a la experiencia de la comunidad, de la nueva familia, de la fraternidad, nacida del sacrificio de Cristo. Pablo tiene esta vivencia de la eucaristía y la expresa con la imagen del cuerpo: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo? Pues sí, el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, nosotros, con ser mucho, somos un solo cuerpo” (1 Cor 10, 16-17)          

Aquí nos dice Pablo que “el pan que compartimos” es participar y estar en el cuerpo de Cristo. La eucaristía comporta por tanto el hecho y la experiencia consiguiente de lo que es “el cuerpo de Cristo”, la puesta en práctica del amor mutuo expresado en el servicio y en la disponibilidad hacia los demás.

Precisamente por eso, Pablo recriminó a la comunidad de Corinto por sus divisiones y diferencias que estaban invalidando la cena del Señor. Con su advertencia les viene a decir que no basta con hacer el rito de partir el pan, sino que es preciso vivir con la unidad y solidaridad que el gesto eucarístico significa.

Significado de la eucaristíA

La nueva Pascua: En los evangelios se establece una estrecha conexión entre la cena eucarística y la fiesta de la Pascua. Esto nos indica que para los evangelios, la Eucaristía es la nueva Pascua de los cristianos.

En la tradición del Antiguo Testamento, el acontecimiento de la Pascua se pone en estrecha relación con la salida de Egipto. La celebración de la Pascua estaba dedicada a conmemorar, lo que Dios hizo con su pueblo al liberarlo de la esclavitud.

En la Pascua de Jesús se vence la esclavitud de la muerte y el pecado, abriéndose el camino hacia la salvación. Si la eucaristía viene a sustituir para los cristianos lo que era la antigua Pascua para los judíos, el sentido de la eucaristía es también el de celebrar la liberación integral que nos consigue Jesús.

La eucaristía aparece así como la gran fiesta de los hombres libres que se comprometen a generar en el mundo la misma libertad de la que ellos gozan.

Actualización del Sacrificio de Jesucristo:

La cena pascual consistía en el sacrificio de un cordero. El paralelismo que existe entre Jesús y el cordero pascual nos hace ver que, la eucaristía es la actualización del auténtico sacrificio en el que Jesús se entrega por los demás.

El carácter de sacrificio de la eucaristía se haya claramente indicado en las palabras que Jesús pronuncia sobre el cáliz según el evangelio de Mateo: “esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados”. Mateo, 26,28 

Esta frase evoca el relato en el que Moisés rocía con sangre del sacrificio del Sinaí al pueblo, al tiempo que dice: “esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros”.  

Los profetas del Antiguo Testamento fueron profundizando en sentido del sacrificio desvinculándose de las meras ofrendas exteriores y conectándolo con una vida coherente con la Alianza.

En este sentido es, en el que la Carta a los hebreos, pone en boca de Cristo las palabras de Salmo 40: “No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo. No has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces yo dije: -aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en el capítulo del libro” (Heb 10, 5-7)

Por consiguiente la ofrenda de Jesús no es algo exterior a Él, sino que ofrece su cuerpo entregado a su sangre derramada.

Siguiendo el encargo del Señor “haced esto en memoria mía”, cuando la Iglesia celebra la eucaristía, actualiza el sacrificio único de Jesucristo. Por la palabra y los signos eucarísticos, se hace presente el sacrificio de la cruz de un modo incruento.

La nueva alianza

            La carta a los Hebreos, para explicar la novedad de la Alianza que se establece con la muerte de Cristo, cita textualmente un pasaje de Jeremías en el que Dios anuncia una nueva Alianza. 

            Los años de la Alianza sellada en el Sinaí han concluido, la relación con Dios seguirá siendo básica: “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. 

            La Alianza antigua estaba basada en la ley escrita exterior al hombre. Por el contrario, la alianza nueva se basa en una ley inscrita en el corazón del hombre, es decir, en lo más intimo de su ser.  

Esto quiere decir que, la nueva relación con Dios tiene como fundamento una experiencia profunda, directa e inmediata que vive el creyente en su intimidad. Al no existir ya una ley exterior sino la ley que Dios mete en el corazón, la novedad de esta situación se define por la autonomía y la espontaneidad en el comportamiento.

La presencia real de Cristo

            Cuando Jesús instituyó la Eucaristía tomó un pan, pronunció la bendición, la partió y la dio a sus discípulos diciendo: “tomad, comed, esto es mi cuerpo…”. En esta frase sorprende el realismo con que se identifica al sujeto “esto” (el pan), con el predicado “mi cuerpo” (la persona de Jesús). Las palabras de Jesús no dejan lugar a dudas, no se trata de una comparación: esto es como mi cuerpo, sino de una afirmación real “esto es mi cuerpo” 

            La comunidad cristiana ha afirmado siempre esta presencia singular de Jesucristo al tiempo que la definía como Misterio de Fe.  Por ello, la fe en la presencia real de Jesucristo en la eucaristía no tiene relación con el substrato accesible al estudio científico, sino a un ámbito no accesible a la experiencia humana. 

El pan y el vino pierden en la eucaristía su sentido natural como alimento corporal y reciben un nuevo ser y un nuevo sentido. Son signos simbólicos reales de la presencia real y de la entrega personal de Jesucristo. En los signos sensibles de pan y de vino, se hace presente realmente Jesucristo, que se entrega por nosotros.

Prenda de la Gloria Futura

La Eucaristía es prenda de la gloria que esperamos. En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: “os digo que yo no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que lo beba con vosotros, nuevo en el reino de mi Padre”. 

Cada vez que la Iglesia celebra la eucaristía recuerda esta promesa, la recibe como prenda y su mirada se dirige hacia “el que viene”. En su oración implora su venida: “Maranatha (ven señor Jesús)”, “que tu gracia venga y que este mundo pase”.

La celebración de la eucaristía

Los cristianos nos congregamos para celebrar la Eucaristía presididos por los sacerdotes, es decir, por los obispos o los presbíteros. Los sacerdotes son signos de Jesucristo, supremo y único sacerdote, que es quien realmente nos preside. La celebración de la Eucaristía consta esencialmente de las siguientes partes:

    • Ritos iníciales: En ellos, presentándonos ante Dios, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, se realiza el acto penitencial y se proclama un himno de alabanza a Dios, el “Gloria”.
    • Liturgia de la Palabra: En la liturgia de la Palabra se leen los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, seleccionados por la Iglesia que nos recuerda las maravillas del Señor, en favor de los hombres de todos los tiempos. La proclamación de los textos bíblicos, actualizan el misterio de nuestra salvación que se celebra en el transcurso del año litúrgico. Termina la liturgia de la Palabra con la oración universal (las peticiones).
    • Liturgia Eucarística: Se inicia con la ofrenda del pan y del vino que el sacerdote presenta a Dios Padre y pone sobre el altar. Después el sacerdote recita la plegaria eucarística, que es una oración de acción de gracias y de alabanza que se dirige a Dios Padre. También es una oración de consagración por la que el Señor Jesucristo se hace presente en el pan y en el vino eucarístico. La plegaria eucarística se completa con unas suplicas e intercesiones a Dios Padre por medio de Jesucristo.
    • La comunión Eucarística: La recitación de la plegaria Eucarística, unida a la comunión del pan y del vino consagrados, constituyen el momento culminante de la Eucaristía. El cuerpo y la sangre de Cristo están destinados a ser recibidos por los cristianos como comida y bebida espiritual.
    • Ritos de despedida: La bendición y la despedida concluyen la celebración.

TEMA 4: LA PENITENCIA

El hecho del sacramento de la penitencia

Este sacramento recibe diversos nombres: sacramento de conversión, sacramento de la penitencia, sacramento de la confesión, sacramento del perdón, sacramento de la reconciliación.

Las primeras comunidades cristianas contemplaron con estupor la fuerza que tenía el pecado. Aun después del bautismo, este espíritu del mal llamado concupiscencia (inclinación al mal), que permanece en los bautizados, tentaba a los hermanos y los hacía separarse del camino cristiano emprendido.

Partiendo de esta realidad la naciente iglesia se plantea la necesidad de un segundo bautismo laborioso, o segunda tabla de salvación, como denominaban los santos padres al sacramento de la Penitencia. Esta segunda oportunidad que se ofrecía a los que se habían alejado del proyecto cristiano, de una forma notoria, encontraba su apoyo en la actitud de Jesús con los pecadores.

La autoridad que Jesús posee para librar el pecado, la va a transmitir a la Iglesia, haciéndola portadora de reconciliación: “a continuación sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, quedarán perdonados y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos”.

Esta reconciliación o acogida a los que han pecado, se ejerce en la comunidad cristiana a través de una práctica curativa. Aquel que se ha alejado del camino de Jesús debe realizar un esfuerzo manifiesto de conversión para que la reconciliación sea efectiva.

El sacramento de la Penitencia, tiene un puesto relevante en la vida de la Iglesia. Esta es consciente de que Jesucristo le ha confiado, en los Apóstoles y en sus sucesores, el poder de perdonar los pecados. Por consiguiente, ha visto siempre en este sacramento, el signo del perdón de Dios confiado a la propia Iglesia.

Esta dimensión eclesial de la Penitencia, se expresa sobre todo en las palabras de Jesús a Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que haces en la tierra quedará atado en el cielo y lo que deshaces en la tierra quedará desatado en el cielo

Las palabras atar y desatar significan: al que excluyáis de vuestra comunión (excomulgar) está también excluido de la comunión con Dios; al que a su vez, aceptéis de nuevo en vuestra comunión (levantar la excomunión), también Dios de acepta en su comunión.

La reconciliación con la Iglesia es el camino de la reconciliación con Dios. Este aspecto se expresa perfectamente con la Penitencia Pública de la Iglesia antigua. Por esta razón, en la absolución sacramental obligatoria desde el año 1975, se dice: “Dios Padre y Misericordioso (…) te concede por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz

La celebración de este sacramento ha revestido formas diversas a lo largo de los siglos. Bajo cualquiera de ellas, la Iglesia ha tenido la certeza de que esa acción sacramental es la principal manifestación de que Jesús le ha confiado el poder de perdonar los pecados cometidos después del bautismo.

El sacramento de la Penitencia tiene una historia larga y complicada en la que se han dado múltiples cambios. No obstante, como estructura esencial, el sacramento de la Penitencia ha conservado dos principios básicos:

  • Por una parte en actos humanos de conversión, posibilitados por la gracia: el arrepentimiento, la confesión, la satisfacción
  • Por otra en la acción de la Iglesia, o sea, en que la comunión eclesial, bajo la dirección del obispo y del sacerdote, en nombre de Jesucristo, otorga el perdón de los pecados, fija las formas necesarias de la satisfacción, reza por los pecadores y hace penitencia con ellos en virtud de su función mediadora para concederles finalmente la plena comunión eclesial y el perdón de los pecados.

De este modo, el sacramento de la Penitencia, es al mismo tiempo un acto totalmente personal y una celebración eclesial y litúrgica.

Desde el Concilio Vaticano II, se ha realizado una profunda renovación de todo el proceso penitencial. El sacramento no queda reducido a la confesión de los pecados, si no que ésta, es una fase dentro de un proceso de conversión. Se insiste en presentar el sacramento de la Penitencia como una celebración eclesial en la que toda la Iglesia se encuentra afectada.

A esto han colaborado de forma decisiva las tres fórmulas por las que puede desarrollarse la celebración del sacramento. En esta renovación concilial se procede a dar una importancia grande a la Palabra de Dios, así como a la expresión de Acción de Gracias, que es un elemento integrante de la celebración y del que no se debe prescindir.

También existe otro tipo de penitencia no sacramental, por ejemplo al inicio de toda Eucaristía, la lectura de la Palabra de Dios, el acompañamiento espiritual…

Significado del sacramento de la Penitencia y la Reconciliación

            El sacramento de la Penitencia es un encuentro gozoso de reconciliación. En él, intervienen tres sujetos que lo configuran como sacramento:

  • Dios, que busca, salva y renueva a la persona
  • La Iglesia, que hace visible en su seno el reencuentro de reconciliación
  • La persona que acoge en su propia vida el don de la reconciliación.

La reconciliación es fundamentalmente una obra de Dios en la que interviene tal como es:

Padre que busca a sus hijos perdidos, que sale a su encuentro constantemente. Éste es el dignificado profundo de toda la historia de la salvación; un Padre, que busca a sus hijos de formas diversas para otorgarles su propio hogar, su propia alegría, su propia vida

  • Hijo, que en su muerte y resurrección, manifiesta lo que es la reconciliación: un proceso de lucha contra el mal, una entrega al servicio de los demás, un camino de dolor (vía crucis) hacia una situación nueva de consuelo
  • Espíritu, que es la misma vida que Dios demanda sobre los creyentes, que nos mueve a la conversión, nos transforma y nos renueva en la fe.

La Iglesia, familia de los que siguen a Jesús, participan de su Espíritu y se reconocen hijos del mismo Padre, se interesa por la situación de cada uno de sus miembros. No puede quedar indiferente ante el pecado de uno de sus componentes, que necesariamente afecta a la comunidad entera. Los asuntos de la familia, que repercuten en toda ella, no pueden ser solucionados individualmente. Por eso, la reconciliación no es nunca un asunto privado, si no comunitario y eclesial.

Todo esto se manifiesta mediante:

    • La presencia de la Iglesia a través de la Palabra de Dios que a todos invita a la conversión, los signos litúrgicos que para todos expresan el perdón y el servicio ministerial del sacerdote que simboliza la presencia de Cristo, la apostolicidad y el envío de Jesús
    • La absolución del ministro ordenado que hace presente a Cristo y a la Iglesia, no es sólo una expresión de la buena noticia del perdón de los pecados o una mera declaración de que Dios nos ha perdonado; gracias a ella, somos readmitidos a la plena comunión eclesial como enseña la doctrina de la Iglesia, de modo que es un acto judicial que le compete exclusivamente al que puede actuar en nombre de Jesucristo para toda la comunidad de la Iglesia, y que está obligado a guardar secreto (sigilo sacramental). Sin embargo, el sacramento de la penitencia es un tribunal de gracia en el que Dios Padre misericordioso vuelve justo al pecador por la muerte y la resurrección de Jesucristo en el Espíritu Santo
    • La ayuda y el acompañamiento de la comunidad particular. En esta comunidad, la intervención de la Iglesia en el proceso penitencial se concreta en el perdón mutuo y la corrección fraterna, la palabra de ánimo, el ejemplo de vida, el servicio a los demás y la propia celebración del sacramento. El hombre sale al encuentro de Dios misericordioso.

Todo lo que hemos dicho hasta aquí no puede realizarse si el hombre no acoge el don que el padre le ofrece;  Dios no puede reconciliar a quien no quiere reconciliarse. El riesgo del padre es la libertad del hijo. Por eso los actos del penitente son de la máxima importancia y pueden reducirse a tres:

Conversión, que no es un simple remordimiento o malestar. Implica el saberse alejado de Dios a causa del pecado y del rechazo de esta situación o actitud que obstaculiza La relaciones con Dios y con los demás.

Esta conversión es llamada también, contrición. Puede ser perfecta cuando brota del amor de Dios, amado sobre todas las cosas y obtiene el perdón de los pecados veniales y también de los mortales, siempre que haya firme resolución de confiar tan pronto sea posible. Es imperfecta cuando, movidos por la gracia de Dios y bajo el impulso del Espíritu Santo, brota de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las penas con que se es amenazado el pecador; esta contrición se conoce también con el nombre de atrición. Esta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero se dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia.

Expresión de esta conversión o confesión. La Iglesia conoce que hay diferentes maneras de expresar eternamente la conversión. Todas ellas son válidas y suficientes siempre que no se trate de pecados que supongan ruptura con Dios y la Iglesia. Cuando se trata de un pecado mortal, donde queda comprometida esta relación, la Iglesia estima necesaria la confesión oral de ese pecado.

Según la doctrina de la Iglesia, la confesión de las culpas es una parte esencial e irrenunciable del sacramento de la penitencia para someterse al juicio de la Gracia de Dios. Por esta razón, es necesario confesar los pecados graves (pecados mortales) que el penitente recuerde después de un dirigente examen de su conciencia, de tal modo que se manifiesta adecuadamente la situación concreta de los pecados en cuanto al número, especie y circunstancias. La confesión de la culpa, incluso desde el punto de vista humano, tiene un efecto liberador y reconciliador. Por la confesión, el hombre, se sitúa ante su pasado pecador, acepta su responsabilidad y al mismo tiempo se abre nuevamente a Dios y a la comunidad de la Iglesia obteniendo así un futuro nuevo.

Las obras de conversión y compromiso. Durante mucho tiempo este elemento ha tenido una importancia ridícula en la celebración del sacramento. Se asimilaba al pago de la culpa o al castigo por el pecado. Sin embargo, es una parte necesaria e integrante del proceso de conversión, ya que manifiesta que por el sacramento de la penitencia, no huimos de nuestras responsabilidades, si no que la conversión cristiana transforma la vida y procura reparar en lo posible el mal causado.

En el sacramento de la penitencia Dios, Padre Misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados, por el ministerio de la Iglesia, perdona al cristiano los pecados cometidos después del bautismo. 

Celebración de la Penitencia

A raíz de las nuevas disposiciones de 1974, se reconocen tres formas de celebración de la penitencia sacramental.

FORMA A à Celebración de la Reconciliación para un solo penitente. También esta forma debe tener una cierta estructura litúrgica: saludo del sacerdote, lectura de un texto de La Escritura, confesión de los pecados e imposición de la penitencia, oración, absolución del sacerdote extendiendo las manos, doxología final (alabanza, acción de gracia a Dios) y despedida litúrgica con la bendición del sacerdote. En caso de que lo sugieran razones pastorales, el sacerdote puede omitir o abreviar algunas partes del rito, pero siempre han de conservarse íntegramente las partes siguientes: la confesión oral de los pecados, la aceptación de la imposición de la penitencia, el requisito del arrepentimiento, la fórmula de la absolución y la despedida.

En peligro de muerte, basta con que el sacerdote pronuncie las palabras esenciales de la absolución: “Yo te absuelvo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. En la práctica, sin embargo, todavía no se ha generalizado esta forma renovada del sacramento de la penitencia

FORMA B à Celebración comunitaria de la Reconciliación con confesión y absolución individual. En esta forma, la confesión y la absolución individual van unidas a una celebración colectiva de la penitencia para prepararse y dar las gracias colectivamente. La confesión individual queda, por tanto, incluida en una liturgia de la palabra con lectura de la Escritura y Homilía, examen colectivo de conciencia y confesión general de los pecados, oración del Padre Nuestro y Acción de Gracias colectiva. Esta celebración comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia.

FORMA C à Celebración comunitaria de la Reconciliación sin previa confesión individual y con absolución general. Esta forma sólo está permitida en casos de grave necesidad, es decir, cuando amenaza un peligro de muerte, o cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente la confesión de cada uno de ellos, dentro de un tiempo razonable, de suerte que, sin culpa por su parte, se verían privados durante mucho tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En estos casos, se presupone la voluntad de confesar individualmente los pecados graves lo antes posible. Determinar si se da tal necesidad grave es prerrogativa del obispo de la diócesis, asesorado por los restantes miembros de la Conferencia Episcopal.

De estas tres formas de celebración sacramental de la penitencia, hay que distinguir las liturgias de la penitencia en sentido estricto. Estas son expresión y renovación de la conversión que se ha dado en el bautismo. Estas liturgias de la penitencia no deben confundirse con la celebración del sacramento de la penitencia.

TEMA 5: LA UNCION DE ENFERMOS 

El hecho del sacramento de la unción

           La enfermedad es algo que incide en todo hombre y le afecta en lo más profundo de su ser. El hombre experimenta en ella su limitación y descubre la soledad, el abatimiento, la preocupación, la angustia e incluso la desesperación. Por otro lado, la enfermedad pone en evidencia todo aquello que es transitorio, apariencia, circunstancial y muestra lo que es verdadero y perdura.

            La Escritura ve en la enfermedad un efecto del pecado, un indicio del mal y del dolor, que hace realidad las palabras de Apóstol San Pablo en su carta a los Romanos cuando señala que toda la creación gime por la plena manifestación de los hijos de Dios; incluso nosotros mismos, que tenemos el Espíritu como anticipo, participamos del universal dolor de parto, aguardando la plenitud de la Nueva Creación.

            Jesús aparece en los Evangelios como el Gran Adversario y El Vencedor de la enfermedad. En sus curaciones aparece la proximidad del Reino que hace presente en su persona y, cuya llegada, significa la salvación de nombre, su liberación en alma y cuerpo.

            Debido a esta actuación de Jesús, la Iglesia siempre se ha sentido llamada a una especial solicitud hacia los enfermos, procurándoles alivio y fortaleza. El medio más excelente es el sacramento de la Unción de Enfermos, que manifiesta que Dios no olvida a la persona gravemente enferma, ni a los ancianos, ni a aquellos que se encuentran en un momento difícil. Al contrario, como padre lleno de bondad, ha preparado un apoyo para aquellos hijos suyos.

            Este gesto sacramental que realiza la comunidad cristiana, se basa en la conducta de Jesús, insinuándose en el relato de la misión de los apóstoles: “Ellos se fueron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban

            Más adelante, en la carta de Santiago, se nos testimonia la práctica de la Iglesia primitiva: “¿Hay alguno enfermo? Llame a los responsables de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe, dará la salud al enfermo y el Señor hará que se levante; si además tiene pecados, se le perdonarán” (Carta de Santiago)

            También Jesús resucitado, se acerca hoy al que padece enfermedad a través del sacramento de la unción de enfermos. Con Jesús, la comunidad cristiana ora por el enfermo y muestra su interés por el que sufre, haciéndole compañía, cuidando de él y confortándole.

El significado de la unción de los enfermos           

En el A.T. existe una larga tradición de oraciones que se refieren a la enfermedad: salmo 6, 22, 38… Jesús mismo, antes de la Pasión, oró a Aquel que sabía que podía librarlo de esa hora amarga. Jesús, además, enseñó a sus discípulos a orar con espíritu humilde y corazón confiado, en todas las dificultades.

            La situación difícil y dolorosa de la enfermedad es también lugar en el que se realiza la salvación de dios, momento en el que dios manifiesta al hombre su amor y su acogida. La encarnación de Cristo, su existencia en la fragilidad, nos lleva a comprender que, como Él, también nosotros debemos aceptar libremente las limitaciones de nuestra existencia.

            Jesús, presentado por Pilatos como El Hombre, tras ser azotado, vejado y suspendido en la cruz, nos muestra cómo se vence el dolor desde la entrega libre y gratuita de la vida a favor de todos, confiando la forma absoluta en la victoria que su Padre le va a otorgar.

            Todo cristiano participa de la muerte y resurrección de Cristo desde su bautismo, pero este misterio pascual, se hace presente de forma especial, en el hermano enfermo.

            En el sacramento de la unción de los enfermos, se realizan dos gestos o signos que tienen un profundo sentido: la imposición de manos y la unción con aceite, aceite distinto al que se pone en el bautismo.

            El mismo Jesús practicó el gesto de la imposición de manos sobre los enfermos y lo encargó a sus discípulos, que lo practicaron habitualmente. Es un signo de la bendición que este sacramento confiere.

            Respecto a la unción, los seguidores de Jesús, aún cuando estaban con Él, ungieron a los enfermos y, el mismo Jesús utilizará otros símbolos como la saliva para devolver la salud. Esta unción con aceite simboliza la unción de espíritu que conforta y auxilia en la enfermedad, identificando al cristiano con Jesucristo resucitado.

            Sabemos que en la antigüedad era un medio muy extendido de curación el ungir con aceite y diversos elementos medicinales, las partes del cuerpo afectadas por la enfermedad. No hemos de olvidar que hoy en día, la mayor parte de nuestras cremas dermatológicas, llevan en su composición un alto porcentaje de grasas.

            La imposición de las manos y la unción con el óleo Santo, han sido gestos que aparecen en las escrituras y que significan la bendición de Dios y la presencia del Espíritu, que impregna toda la persona. Cuando estos dos gestos se realizan en la enfermedad, transparentan un nuevo significado que hace referencia, de una forma más plena, al misterio de la Cruz y la esperanza e la resurrección.

            Hemos de afirmar que la oración por los enfermos y con los enfermos, aparece como lago fundamental en la comunidad cristiana, que se ocupa con especial cuidado de sus hermanos que se encuentran en situaciones de mayor debilidad.

El sentido fundamental de este sacramento lo podemos concretar en estas afirmaciones.

    • A través de este sacramento, la Iglesia se dirige al Señor para pedir la salvación y el alivio de sus miembros enfermos, así como la fortaleza para aquellos que afrontan la debilidad de la vejez
    • Por la unción, el enfermo y el anciano se ven fortalecidos en su fe porque se hace patente la relación profunda que su situación guarda con la muerte y resurrección de Cristo
    • Este sacramento perdona los pecados de aquel que lo recibe, haciendo presente la misericordia de Dios
    • La solidaridad y el servicio de la Iglesia para con sus enfermos y ancianos, se concentran litúrgicamente en los gestos que se realizan en este sacramento.

Durante largo tiempo, la unción de los enfermos, se había convertido en la unción que se administraba al moribundo o agonizante, oscureciéndose se sentido esencial. De esta práctica se derivaría el denominar a este sacramento “Extrema Unción”, que sería modificado por el Papa Pablo VI en 1972, llamándole Unción de Enfermos.

            A partir de la renovación litúrgica postconciliar la unción de los enfermos ya no formaba parte, normalmente, de los últimos sacramentos que se recibirían únicamente en peligro inmediato de muerte, sino que se ha incluido en el marco de la visita a los enfermos siguiendo el Espíritu del Evangelio y la Pastoral de los enfermos.

            Son receptores del sacramento los fieles que por enfermedad grave o a causa de su avanzada edad, se encuentran en peligro de muerte. El sacramento puede repetirse si el enfermo recupera de nuevo sus fuerzas después de recibir la unción de los enfermos o si, durante la misma enfermedad, se presenta una nueva recaída. Es propio recibir la unción antes de una operación importante. 

            El sacramento como tal, se administra dentro de una celebración litúrgica y sólo los obispos y presbíteros pueden administrarlo. La liturgia sacramental concuerda totalmente con lo que dice la carta de Santiago. Comienza con la imposición de manos del sacerdote, en silencio, y con una alabanza del aceite consagrado, que en su forma básica se remonta al siglo IV.

            El signo sacramental quedó fijado en la constitución apostólica de Pablo VI del modo siguiente “El sacramento de la unción de enfermos se administra a aquellos cuyo estado de salud implica un peligro de muerte, ungiéndoles en la frente y en las manos con aceite de oliva consagrado con la forma reglamentaria y pronunciando las siguientes palabras «Por esta Santa unción y por si bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia de Espíritu Santo, AMEN»

            La doble unción en la cabeza y las manos expresa que el sacramento conviene al enfermo en su totalidad como persona que piensa y actúa.

            Usualmente, el aceite utilizado en el sacramento de la unción, ha sido bendecido por el obispo en la misa crismal del Jueves Santo, en la que se bendicen también los óleos sagrados que a lo largo de todo el año se vana  utilizar para el bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal. 

La celebración de la unción de enfermos

            Siempre que sea posible, la unción debe ofrecerse pronto al enfermo y se le debe administrar en una celebración en la que esté presente la comunidad local, por lo menos, mediante los familiares, amigos y algunas de las personas que lo asisten.

La celebración litúrgica consta de las siguientes partes:

    • Saludo y preparació
    • Liturgia de la Palabr
    • Liturgia sacramental, que a su vez se compone de: imposición de manos por parte del sacerdote, alabanza del aceite consagrado, signo sacramental por el que unge las manos y la frente del enfermo al tiempo que se dice: “Por esta Santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, AMEN

Además puede participar el enfermo de la comunión de Cristo que, en peligro de muerte se llama viático, es decir, alimento para el último viaje

TEMA6: ORDEN SACERDOTAL

El hecho del sacramento del orden

            El término “ordinatio”, ordenación, se utilizaba en el imperio romano para designar la entrada en el escalafón de los funcionarios imperiales. A partir de este momento el funcionario pertenecía a un orden diferente del resto del pueblo.

            A partir del siglo III, se comenzó a utilizar en algunos lugares esta expresión para designar una dignidad o estado en la Iglesia.

            Para encontrar una referencia válida que explique la existencia de unos ministerios ordenados concretos dentro de la comunidad cristiana, es preciso acercarse a Mc 3, 13-19. En este texto se advierte como Jesús elige de forma solemne a 12 de entre sus discípulos para que “fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios”. Así se crea el grupo de los 12, decisivo en los albores del cristianismo. Esto resulta tan evidente que, con el fin de suplantar a Judas y restituir el número, se incorpora a Matías como sustituto.

            Las denominaciones varían ampliamente según las diversas comunidades por lo que podemos encontrar: apóstoles, profetas, doctores, presbíteros, epískopos, diáconos, pastores, pilotos, presidentes…

            Todos estos términos no designan la misma función, pero todas ellas tienen una orientación hacia la predicación del evangelio y la edificación y santificación de la Iglesia.

            La comunidad cristiana, en su liturgia, ve el sacerdocio y los sacerdotes del A.T. como prefiguraciones (modelos) que encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, sumo y eterno sacerdote, que incorpora a su único sacerdocio a los apóstoles y sus sucesores sacerdotes.

            Durante los siglos II y III, se va a dar una consolidación de nombre y contenidos del ministerio apostólico, bajo las denominaciones de diácono, presbítero y obispo, configurándose como ministerio de santificación, gobierno y enseñanza en la comunidad cristiana.

            En aquel momento el ministerio se concibe en estrecha vinculación a la comunidad cristiana como función y servicio dentro de ella y para ella.

            Esta situación se verá perturbada en los siglos venideros debido al cambio de situación que se opera en el imperio romano: la Iglesia pasa de ser perseguida a ser religión oficial, y sus ministros llegan a ser personajes importantes cuya responsabilidad y autoridad desborda los límites eclesiales.

            El distanciamiento entre el obispo y su presbiterio, la separación cada vez más acentuada entre clero y no clero, la institucionalización de la vida eclesial y la reducción del ministerio ordenado a tareas meramente cultuales, va a originar la pérdida de la riqueza total que contiene el ministerio apostólico.

            La reforma protestante va a arremeter contra esta situación, afirmando que no hay más sacerdote que Cristo, quedando todo cristiano constituido sacerdote por la fe y el bautismo. Lutero declaró que por ello no podía considerarse al sacerdocio como sacramento y sólo reconoce como misterio el de la predicación.

            El concilio de Trento, por el contrario, reafirma y declara que el sacramento del orden, es un sacramento instituido por Cristo, que comunica poder y gracia y no puede entenderse solo en relación al ministerio de predicar el evangelio.

            Actualmente se ha dado un proceso de renovación que acerca la concepción del ministerio a la concepción de los Santos Padres (los que viven en los cinco primeros siglos). Se van rescatando términos y actitudes como colegialidad, la colaboración de los clérigos y los laicos, el obispo como cabeza… que si bien nunca se negaron, permanecieron en la oscuridad durante largo tiempo.

            El concilio Vaticano II concibe la Iglesia como pueblo de Dios y cuerpo de Cristo, cuya cabeza es Cristo; sacerdote, profeta y rey, a quien hacen presente por su ministerio, los ministros de la Iglesia.

Grados del sacramento del orden

Es único, pero se confiere en tres grados

    • Los obispos: por el sacramento del orden reciben la plenitud del sacerdocio y presiden las iglesias locales
    • Los presbíteros: por el sacramento del orden participan del sacerdocio de Cristo, cabeza de la Iglesia, y son por ello, verdaderos sacerdotes que cumplen su ministerio propio como colaboradores de los obispos. Presiden las parroquias y comunidades cristianas
    • Los diáconos: reciben el sacramento del orden aunque estos no son sacerdotes, pero si son verdaderos ministros de Cristo y de la Iglesia. Los diáconos son ordenados para cooperar con los obispos y presbíteros en la liturgia, en la predicación de la Palabra de Dios y en la atención a las necesidades materiales de la comunidad.

Notas que caracterizan el ministerio ordenado

El sacramento del orden es una incorporación al ministerio apostólico por lo que su misión entra en relación con la misión de Cristo y los apóstoles tanto en los tipos de actividad que desarrolla como en la apostolicidad del marco geográfico al que está dirigido.

  • Los cristianos que reciben el sacramento del orden, quedan configurados para siempre a Cristo; cabeza, pastor y servidor de su Iglesia, con el fin de enseñar, santificar, guiar y servir en nombre suyo al pueblo de Dios; cada uno según el grado del orden recibido.
  • El Espíritu Santo es el agente principal de la ordenación, siendo la fuente de donde brota el carisma ministerial de enseñanza, santificación y dirección. Mediante el gesto de la imposición de las manos, se significa que los ministros ejercen su misión en el Espíritu de Jesús.
  • Dios suscita los ministerios en la comunidad y para la comunidad: por eso desde el N.T. los ministerios no se conciben sin la comunidad. Es tan profunda la relación entre el Ministro y su Iglesia, que este lo representa adquiriendo un carácter de personalidad corporativa.
  • El ministerio, a lo largo de todo el N.T., se concibe como un servicio. Tomado como punto de apoyo, la Iglesia apostólica y los padres de la Iglesia, hablan de los responsables y sus funciones; utilizando el término diaconía. Esta palabra significa “servicio a la mesa”, acción que era desarrollada habitualmente por los esclavos. La acción diaconal de los ministros se concreta en el servicio a la Palabra, en el servicio de la unidad y en el servicio a las mesas o caridad.
  • El ministerio ordenado es colegial, es decir, que por el sacramento del orden quien lo recibe pasa a formar parte de un colegio que esta formado por quienes lo recibieron con anterioridad.
  • El signo de la trasmisión de los ministerios ordenados es desde la época apostólica, la imposición de manos junto con la oración.
  • Lo mismo que en el bautismo y la confirmación, la participación en el ministerio de Jesucristo, se otorga de una vez para siempre. Por este motivo el sacramento de orden imprime un carecer imborrable y no puede repetirse.

La celebración del sacramento del orden

Sólo los obispos, válidamente ordenados, pueden administrar el sacramento del Orden, y sólo el varón bautizado, lo puede recibir válidamente.

En la celebración de este sacramento podemos distinguir tres partes:

  • La Preparación que está integrada por la llamada a los candidatos, presentación al obispo, elección y alocución del obispo, un pequeño diálogo y las letanías de los Santos
  • La imposición de manos y la oración consagratoria, que es el momento central del sacramento. El gesto de la imposición de manos conlleva en toda la tradición bíblica la idea de la trasmisión de un oficio. En la consagración episcopal son, todos los obispos presentes (al menos tres) quienes impondrán las manos al candidato. Acto seguido se pondrá sobre su cabeza el libro abierto de los Evangelios. En la ordenación presbiteral, los presbíteros presentes imponen las manos como gesto de acogida al nuevo ordenado, pero es la imposición de manos del obispo, el signo que hace efectiva la ordenación
  • Para terminar el rito, se han ido introduciendo a lo largo de la historia diferentes acciones explicativas del ministerio que va a ejercerse
    • Al obispo se le otorgan el báculo y se le impone un anillo episcopal; también recibe el libro de los Evangelios y se sienta en la cátedra ungiéndosele la cabeza
      • Los presbíteros reciben la Patena y el Cáliz, se les ungen las manos y se les colocan la estola y la casulla
      • A los diáconos se les entrega el libro de los Evangelios, imponiéndoles la estola cruzada por el pecho y la dalmática.

TEMA 7: EL MATRIMONIO

El hecho del significado del sacramento del matrimonio

En la vida del varón y la mujer,  se da un momento en que brota el amor. Llevados de ese amor, deciden entrar en una comunión estable de vida y formar una familia. A esta decisión y compromiso de vida y amor se le llama, Matrimonio.

 El matrimonio y la familia, se cuentan entre los bienes más valiosos de la humanidad. Son la célula fundamental de la comunidad humana: “El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (Gaudium et Spes, nº 47). 

El matrimonio se ha ido configurando de diversas maneras a lo largo de la historia. Ya en los pueblos antiguos encontramos normas y costumbres que regulan la unión estable del hombre y la mujer para constituir una familia. Matrimonio y familia, son considerados en estas sociedades como la base de la comunidad humana, no dejándose por tanto, en manos del capricho o del interés de los hombres. Por ello, aunque a lo largo de los siglos han existido diversas formas de contraer matrimonio, siempre se ha rodeado su celebración de ritos sagrados, de un ambiente festivo y gozoso que expresa un compromiso público. 

Este compromiso público que se llama matrimonio tiene una serie de características que le distinguen de otras formas de relación interpersonales. Son:

  • El matrimonio es una relación interpersonal que se sitúa en una profundidad diferente a toda otra relación. Esto hace que toda otra comunicación interpersonal anterior quede plenificada por el amor matrimonial y que toda posterior quede necesariamente impregnada por ella.
  • El amor matrimonial abarca a toda la persona, no siendo sólo sentimiento, ley, obligación, realidad que se da a tiempo parcial. Por el contrario, este amor promueve a toda la persona y su mundo de relaciones y actividades.
  • La relación de amor matrimonial es una unión que se abre al futuro con esperanza, radicando aquí la fidelidad. Una fidelidad creativa, abierta, enriquecedora, que es ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de la persona.
  • Es una unión que provoca vida; es creadora. Sí es cierto que no puede identificarse más sexualidad y provocación, sería absolutamente ingenuo negar que ambas están estrechamente unidas. Por otro lado, la fecundidad matrimonial que se manifiesta normalmente a través de los hijos, puede desarrollarse en otros terrenos como la acogida, la promoción de las personas, el arte…
  • El matrimonio está llamado a su publicidad, es decir, a que sea expresado públicamente la relación de amor entre las dos personas a las que atañe, lo que implica una cierta institucionalización. 

La concepción cristiana del matrimonio

            La concepción cristiana del matrimonio se nos ha revelado a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento, perfilándose más detalladamente en las cartas de San Pablo. 

            La Iglesia de nuestro tiempo se ha pronunciado frecuentemente sobre el matrimonio y la familia; la Encíclica Casti Connubii (1930), de Pío XI; la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II; la Encíclica Hamanae Viatae (1968) de Pablo VI y la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II (1981). 

           Una de las páginas más bellas del Génesis es aquella en que el hombre se encuentra solo en medio de la creación. A pesar de poner nombre a todos os animales y cosas, se siente mudo, incapaz de pronunciar una palabra porque nadie le da respuesta. En esos momentos de soledad existencial y de pobreza vital, Dios le presenta a la mujer. A partir de esos momentos, se inicia el diálogo y el encuentro de amor en la historia y el matrimonio se perfila poco a poco, hasta queda plenamente clarificado en la persona de Cristo.

            A lo largo del A.T. la alianza de amor entre Dios y su pueblo ha sido simbolizada en diferentes ocasiones por el amor matrimonial. Los libros sapienciales, a su vez, trataron de explicar en diferentes ocasiones el último sentido del matrimonio en la alianza.  

            Sin embargo, si los cristianos consideramos a Cristo como revelación plena del misterio de Dios, es preciso que Él sea quién nos desvele también el sentido profundo del matrimonio en el plan de salvación.

            Jesús estuvo presente en una boda en Canaán, reconociendo con su presencia el valor humano del matrimonio.

             Además, recogiendo la imagen matrimonial de la alianza que sugieren los profetas, compara el Reino de Dios con un banquete de boda en el que se identifica con el esposo. Durante este banquete, los amigos del novio no ayunan; son invitados los que están en los caminos, mientras que algunos rechazan la llamada y es preciso estar alerta para participar en la fiesta. 

            En Mt 19, 3-9, Jesús reafirma el ideal originario de La Creación (Gn 2, 24) al defender la indisolubilidad de la alianza matrimonial, Jesús en este momento supera la Ley, manifestando la profunda relación que existe entre el orden de lo creado y la Alianza. Aquí está el origen del sacramento del matrimonio: Jesús le reconoce como instituido desde la creación, cobrando para él una dimensión especial. Esta significación particular será claramente expresada por San Pablo en la carta a los Efesios “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser. Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia; pero también vosotros, cada uno en particular, debe amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer debe respetar la marido” (Ef 5, 31-33) 

            Para los cristianos, la mutua entrega de un hombre y una mujer bautizados, es sacramento, es decir, un signo que expresa y realiza la alianza de amor y fidelidad de Cristo con su pueblo, la Iglesia.

            Todo bautizado está unido con Cristo para siempre. Cuando el varón y la mujer bautizados se unen, es Cristo quien los une, y su mutuo amor es una participación del amor de Cristo. El matrimonio cristiano es alianza por la que un varón y una mujer bautizados se comprometen a unir sus vidas para siempre, en indisoluble comunión de amor 

            “El matrimonio de los bautizados, es así un símbolo real de la nueva y eterna alianza que se estableció en la sangre de Cristo” 

El matrimonio es signo de Cristo

            La alianza de Dios con los hombres va a significarse a través del matrimonio en el A.T. Jesucristo es plenitud de esa alianza; en él Dios pronuncia aun sí irrepetible al ser humano, haciéndose carne esa alianza de Dios con el hombre. El amor matrimonial de los que se unen en el Señor es símbolo que actualiza el amor de Dios aparecido en Jesucristo, siendo el matrimonio una realidad en la que se vive, de forma peculiar, la muerte y la resurrección, La Pascua. 

            Así la donación, el perdón, los conflictos, las deficiencias… todo lo que es y significa una vida en común, está integrado en el triunfo pascual del amor de Dios 

El matrimonio sacramento de la Iglesia

            El Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia “Lumen Gentium” (Luz de las Gentes) dice que el matrimonio y la familia son como una iglesia en pequeño, una iglesia doméstica (LG nº 11). 

            Los cónyuges poseen dentro de la comunidad cristiana una carisma (regalo, don) que le es propicio, una vocación y una misión singular: ser testigos en el mundo del amor de Dios y transmitir y educar a sus hijos en la fe. 

            “En virtud del sacramento del Matrimonio se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole y por eso tienen su propio don dentro del pueblo de Dios en su estado y en su forma de vida” (LG nº 11)

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