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Clasificado en Filosofía y ética

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Artista trágico. Para Nietzsche la realidad es lo vital, por tanto, la vida se convierte en el objeto de su filosofía y en el origen del que surge todo lo concreto y lo cambiante, es decir, lo real. Si la realidad es puro devenir, el concepto no puede captarla, sino la metáfora, ya que esta no establece un significado unívoco (objetividad) sino que acepta la pluralidad y subjetividad de los mismos (perspectiva). Por esto, el arte para Nietzsche es el único instrumento adecuado para entender la vida, porque afirma la multiplicidad y subjetividad de la realidad (devenir) utilizando la metáfora y no el concepto. Nietzsche considera que la tragedia es la forma suprema de arte, ya que coincide con el arte dionisiaco, es decir, la afirmación de la realidad y del hombre mismo tal y como son. El artista trágico es dionisiaco porque no pretende metas ni orígenes fuera de este mundo, sino que afirma la realidad, la vida, tal como nos aparece, incluso en sus aspectos más enigmáticos e irracionales, terribles y dolorosos.  El artista trágico, al  seleccionar y corregir la realidad, no la oculta ni la niega, la acepta y la asume pero embelleciéndola (dialéctica apolíneo-dionisiaco). Esta aceptación de la vida en toda su plenitud convierte al artista trágico en el verdadero «filósofo». La filosofía supone para Nietzsche la visión trágica de la vida, y aquel que la acepta tal y como es puede convertir su vida en una obra de arte, que es lo único que para Nietzsche confiere verdadero valor y sentido a la existencia humana. Por ello, el artista trágico es el paradigma de ser humano, por encima del santo, del filósofo o del científico.  Causa sui. Expresión latina que, en terminología escolástica, se aplica únicamente a Dios, ser que se da la existencia a sí mismo, o que existe por razón de su misma naturaleza. Es el ser subsistente por sí mismo; lo demás existe por causa de otro. Supone una excepción a la universalidad del principio de causalidad según el cual todo lo que existe tiene una causa.  Conceptos supremos. Expresión que se refiere a las categorías racionales que los filósofos dogmáticos han utilizado para referirse a la «verdadera» realidad del mundo inteligible. Estos conceptos pretenden designar las características de ese «mundo verdadero»: ser, sustancia, unidad, identidad, causa ... Pero para Nietzsche estos «conceptos supremos» no designan nada real, sino que son términos que elabora nuestra razón para referirse a un mundo inventado por nuestro recelo y cobardía ante la realidad del devenir, que no puede caracterizarse mediante aquellos conceptos, sino mediante intuiciones sensibles que capten adecuadamente la realidad sensible. Creer, creencia. Nietzsche utiliza esta expresión en un sentido muy cercano al de Hume. Lo que los filósofos dogmáticos platónicos califican de verdadero conocimiento, de conocimiento más elevado por ser certezas de la razón, son realmente creencias, hábitos de la razón.  Décadence (vida descendente). Para Nietzsche el hombre de la cultura occidental, desde Sócrates, ha defendido valores contrarios a la vida, y ha creído en un mundo objetivo, verdadero, inmutable y racional que fundamenta dichos valores. La «vida decadente» es la vida de quien cree en esos valores por encima de los valores de la tierra, del devenir, y los fundamenta en un «mundo verdadero» inventado en oposición al mundo real del devenir. Es decadente todo lo que se opone a los valores del existir instintivo y biológico: «Estar en la necesidad de combatir los instintos -he ahí la fórmula de la décadence [decadencia]» (Crepúsculo de los ídolos). «Filosofía, religión y moral son síntomas de decadencia» (Fragmentos póstumos).  Deshistorizar. Proceso por el que los filósofos dogmáticos seguidores de la filosofía parmenideo-platónica eliminan el carácter dinámico de la realidad. Historia no debe entenderse aquí como una ciencia ni como el sucederse de lo acontecido al ser humano, sino, en un sentido más amplio, como el continuo devenir de lo real. Decir que el ser es historia o histórico es otro modo de decir que es devenir. Por eso, al afirmar que la realidad es lo inmutable, lo idéntico a sí mismo (el ser parmenideo, las Ideas platónicas o las sustancias cartesianas) y que lo que cambia es sólo apariencia, los filósofos dogmáticos han «deshistorizado» la realidad. Pero, puesto que actúan con el prejuicio de que lo real es lo inmutable, ellos creen que al «deshistorizar» están otorgando a algo el «honor» de encuadrado en lo real. Creen que hacen algo positivo. Devenir. Término con el que se designa el proceso del ser o el ser como proceso, y que incluye todo tipo de cambio: movimiento, alteración, generación, corrupción ... A partir de la filosofía griega hablar del ser como «devenir» marca la oposición a la concepción del ser como algo «estático». Se suelen considerar las filosofías de Heráclito y Parménides como representativas de una y otra posición respectivamente. La afirmación del devenir, del ser mutable, se identifica con una concepción dinámica de la realidad, única concepción que, en opinión de Nietzsche, recoge su verdadera naturaleza «histórica». Por eso en el parágrafo 2 del texto leemos: «Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito». Nietzsche encuadra al resto de autores dentro de los herederos de Parménides.  Dionisiaco/apolíneo. Términos introducidos por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia con los que inicialmente calificó las manifestaciones artísticas: lo apolíneo (que toma como modelo al dios Apolo) representaría el ideal de belleza y de las formas acabadas, la medida, el orden; lo dionisiaco (que toma como modelo al dios Dionisos) representaría la desmesura, el desorden, lo inacabado; representando los valores de la tierra, las características de la vida. Ambos polos se necesitan mutuamente y mutuamente se estimulan: la medida y la desmesura son la esencia de todo arte. En la pugna entre ambos, los dos salen victoriosos, y su expresión más acabada es la tragedia griega. Pero esta unidad apolíneo-dionisiaca se verá truncada a partir de Sócrates. La disociación de estos valores está en la base de la cultura occidental y supone el sometimiento de la vida a una razón ajena a ella; de lo dionisiaco (la vida) a lo apolíneo (la razón), lo que conlleva la disolución de ambos en última instancia. Estos dos conceptos representan también las dos tendencias que habitan en los seres humanos. Pero sólo aquellos que sepan aunarlas, lograrán la dimensión artística en su propia vida, situándose más allá del bien y del mal. Así, la reflexión estética aparece como modelo de reflexión filosófica.  Egipticismo. Imagen metafórica con la que Nietzsche marca la tendencia a la permanencia estática, a la intemporalidad, a la petrificación de la filosofía dogmática tradicional, es decir, su tendencia a negar el principal rasgo de la realidad: ser devenir. Usa esta imagen porque la representación humana en la escultura y pintura egipcias se caracteriza por el «hieratismo», falta de expresividad y movimiento para acentuar la solemnidad de la imagen. Con este recurso el arte egipcio deseaba plasmar la eternidad e inmortalidad del alma del difunto. Eleatas. Originariamente, grupo de presocráticos entre los que se encuentra Jenófanes, Parménides (máximo representante), Zenón y Meliso de Samos. Su tesis central es la que tanto critica Nietzsche: una concepción estática del ser, la deducción racional de sus categorías y, por tanto, la negación de lo sensible. «Eleatas» hace referencia al lugar en tomo al cual transcurre la vida de estos autores, Elea (entonces en la Magna Grecia, hoy sur de Nápoles). Pero Nietzsche usa la expresión también en un sentido más amplio, calificando de «eleatas» a todos los filósofos que han aceptado esa concepción estática del ser.  Empiria. Todo lo que proviene de la experiencia sensi¬ble. Empirismo proviene de aquí. Ens realissimum. Expresión de la filosofía escolástica que significa «ente realísimo». «Ente» hace referencia a cualquier cosa existente y, por tanto, «ente realísimo» hace referencia exclusivamente a Dios como el ser máximamente real por ser perfecto, necesario y causa de sí mismo (causa sui). Los demás seres, por ser creados y tener una existencia dependiente de Dios, son contingentes y, por tanto, no máximamente reales como lo es Dios. Para Nietzsche este ens realissimum ni existe ni puede existir, ya que la realidad que conocemos siempre es causada. No existe nada con las características de ese ser absoluto. Este concepto no es más que una ficción vacía.



Fetichismo. En sentido figurado se entiende como idolatría, veneración excesiva y superstición. Con la expresión «fetichismo del lenguaje», Nietzsche alude al proceso mediante el cual se proyecta la categoría gramatical de sujeto de la proposición en nuestra experiencia de lo real, generando el engaño, la falsa creencia de que en la realidad existen sujetos (seres idénticos, consistentes, libres, que actúan como causas) y predicados (accidentes, modos, atributos, cualidades de esos seres sujetas a cambio). Es decir, el fetichismo del lenguaje consiste en atribuirle un poder que no tiene. Por tanto, el «fetichismo de la metafísica del lenguaje», abandonando el lenguaje metafórico, consiste en un uso metafísico de las estructuras gramaticales. Filosofía, filósofos. Nietzsche utiliza esta expresión con un sentido peyorativo muy concreto. Se refiere a los filósofos dogmáticos que mantienen una concepción estática de la realidad. «Filósofo» es en Nietzsche sinónimo de platónico (en sentido amplio), y filosofía de «filosofía platónica». Por tanto, cuando Nietzsche califica algo de filosofía o de filósofo está lanzando un ataque. Idiosincrasia. El carácter propio, peculiaridad, características propias y distintivas que definen cualquier cosa. Nietzsche utiliza esta expresión para referirse a las características que definen a los filósofos dogmáticos, tradicionales, los «platónicos»; peculiaridades que va desgranando a lo largo de este capítulo de Crepúsculo de los ídolos.   Idolatría (idólatra). En el ámbito religioso es el culto a los ídolos entendiendo por tales los objetos que ocupan un lugar convirtiéndolo en sagrado, y que provocan una actitud de devoción y culto. En el texto, Nietzsche hace un uso metafórico de esta expresión, aplicando este significado religioso a los conceptos supremos. Los filósofos dogmáticos adoran los conceptos forjados por la razón, porque para ellos representan la realidad «verdadera», la realidad esencial del ser en sí, que es única, eterna, inmutable y objeto del conocimiento verdadero. Pero para Nietzsche estos conceptos supremos, estos «ídolos» de la razón, son pura apariencia que ni refieren ni designan nada realmente existente; son momias conceptuales. Ilusión óptico-moral. Nietzsche caracteriza el mundo inteligible de la metafísica tradicional como ilusión óptico-moral. El mundo «verdadero» de la metafísica tradicional es un mundo irreal que no existe más allá de la razón que lo inventa (por eso es una ilusión). Pero esta ilusión viene provocada porque nuestra perspectiva de lo real (nuestra óptica ontológica) viene determinada por una consideración peyorativa y pecaminosa (moral) del mundo sensible, del ser como devenir. Si el mundo real (devenir) es malo, no puede ser «verdadero». Por tanto, la razón inventa un mundo donde no se den ninguna de las características que lo hacen malo: cambio, vejez, dolor, muerte ... Momias conceptuales. Esta metáfora hay que entenderla en el contexto del parágrafo l. Según Nietzsche, los conceptos que han utilizado los filósofos dogmáticos para referirse a la «verdadera» realidad (única, eterna e inmutable) inventada por la razón, son conceptos huecos, vacíos, que no encierran nada vivo, nada real (como las momias). Mediante la momificación los egipcios pretendían conservar el cuerpo para que su alma pudiera continuar existiendo y pudiera reanimar el cuerpo vendado en un futuro. Pero ese cuerpo es real sólo en apariencia, como sólo es aparentemente real el contenido de los conceptos de la filosofía dogmática. Para Nietzsche el concepto es sepulcro de intuiciones: el concepto momifica el pensar y la realidad, por eso este autor pretende desplazar la razón y su complemento necesario, el concepto, hacia la intuición y su creación necesaria, la metáfora. Monótono-teísmo (monoteísmo). «El irónico atributo de monótono-teísmo remite a la manera en que los principios rectores del mundo inteligible configuran una teología y una renuncia a la tierra, esto es, al devenir. En cualquier sistema filosófico un principio inmutable es el fundamento que explica todo lo que es y ordena jerárquicamente lo que se considera real-lo que no cambia- frente al devenir engañoso. Este principio supremo cumple las funciones atribuidas a Dios en las distintas religiones, aunque se lo llame Idea, Nous, imperativo categórico, etc. Desde este contexto, pensar es para la filosofía alcanzar este fundamento, y la acción humana será moral en tanto se adecue al mismo» (Beatriz Podestá, Una perspectiva para pensar el problema moral en Nietzsche). Así, según Platón, el hombre alcanzará la bondad cuando conozca el Bien. Según Descartes, la moral perfecta es aquella consecuencia de los primeros fundamentos de la metafísica. Según Kant, sólo es buena la voluntad que sigue el imperativo categórico ... Pueblo. En este texto el término pueblo está entrecomilIado porque se refiere al conocimiento vulgar (los encadenados en la caverna platónica) de quienes afirman como real y verdadero lo que le muestran sus sentidos. Los filósofos dogmáticos se separan de lo que dice el «pueblo» ya que afirman que el conocimiento superior es el propio de la razón y el desvinculado de los sentidos. Los sentidos son fuente de error, por eso la mayoría (el pueblo) está equivocada (vive en las sombras) y, por tanto, los filósofos y después los sacerdotes cristianos deben revelar al pueblo la verdad de un mundo inteligible, trascendente y divino para que, al menos, crea en él y viva de acuerdo con él. En La genealogía de la moral (1887), Nietzsche analiza los conceptos morales y descubre que en un principio el concepto de «bueno» se refería a lo noble, a lo aristocrático (moral de señores); y el concepto «malo» era sinónimo de simple, vulgar, plebeyo (moral de esclavos). Para Nietzsche, los judíos y posteriormente los cristianos convierten lo malo en bueno y llaman a los nobles «malvados». La moral contranatural del cristianismo surge como resultado de la rebelión de los esclavos (la plebe, el pueblo) y es producto del resentimiento ante la vida tal y como es. El resentimiento crea la moral occidental y es causa del odio del hombre débil, cobarde y mediocre hacia la vida real. Es también causa del nihilismo occidental, que sólo podrá ser superado por la aparición del superhombre que reactive los valores aristocráticos de afirmación de la vida tal como es; de la alegría de vivir.Sub specie aeterni. Expresión que Nietzsche toma de Spinoza (1632-1677), un sobresaliente exponente racionalista cartesiano. Según este autor, todo lo que existe es una manifestación que proviene necesariamente de Dios. Por tanto, el conocimiento más elevado que el hombre puede obtener de la realidad se alcanza cuando «reconoce» que esa realidad proviene necesariamente de Dios. Eso es precisamente lo que significa la expresión «sub specie aeternitatis o aeterni» (desde la perspectiva de la eternidad o desde la perspectiva eterna), es decir, conocer la realidad en relación a Dios. Cuando consiga ese conocimiento, el hombre se dará cuenta de que esa realidad no puede ser de otro modo porque es consecuencia necesaria de la acción divina. Al «reconocer» su conexión con el proyecto divino, el hombre conocerá la realidad de las cosas. Nietzsche critica esta posición racionalista ya que, al considerar la realidad como lo necesario, elimina su carácter histórico y contingente.Subrepticiamente. Adverbio que se refiere a aquello que se hace de una forma subrepticia; es decir, que se hace o toma ocultamente y a escondidas. En el texto se puede entender este término como «de forma oculta» e incluso más acertadamente «inconscientemente», ya que la afirmación del Yo como sustancia pensante es una creencia tan arraigada que afirmamos su existencia acríticamente y sin ser conscientes de su posible irracionalidad; es el prejuicio sustancialista del que se tilda al cogito cartesiano y, en general, al racionalismo.

 

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