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LA PRIMERA SOCIOLOGIA DEL DELITO: MERTON Y LA ESCUELA DE CHICAGO
Mer­ton, comienza a desechar la idea de que el control normativo (y su falta) puede producir anomia. Considera la desviación como una adaptación normal a un ambiente egoísta y no simplemente como una «vía de escape» biológica resultante de la falta de control social. Distingue dos elementos funda­mentales en la «estructura cultural» de una so­ciedad: los objetivos culturalmente definidos y los medios insti­tucionalizados para alcanzarlos. En una sociedad bien regulada, los objetivos y los medios se in­tegran armónicamente. La integración deficiente surge cuando se asigna una importancia desproporcionada o a los objetivos o a los medios. En la sociedad integrada, según Merton, el individuo obtiene sa­tisfacciones de la aceptación de medios y de objetivos. La sociedad perfecta inculca a sus miembros el goce de la com­petencia, el sacrificio y el valor de la recompensa. En ella todos se sentirían alentados a obedecer las reglas. Sin embargo, para Merton, la sociedad norteamericana ha hecho excesivo hincapié en los objetivos y, ha descuidado los medios, siendo el dinero consagrado como valor en sí mismo. El deseo de hacer dinero, sin tener en cuenta los medios, es sintomático de la defi­ciente integración de la sociedad norteamericana, cuyo sueño insiste en que todos deben buscar los mismos objetivos monetarios de éxito. Por lo tanto, el fracaso es visto ideológicamente como un fenó­meno individual y no social. Merton elabora una tipología de las respuestas individuales o adaptaciones, ante la disparidad entre los objetivos válidos para todos y los medios, para así especificar la relación existente entre la posición de la gente en una estructura social, el tipo de tensión que experimentan en esa posición y el tipo de adaptación que experimentan (conformista o desviada). Cuatro de esas adaptaciones se consideran «desviadas»: La innovación. El innovador tiene una conducta desviada porque no aplica medios legítimos, es el producto de aspiraciones socialmente inducidas y de la desi­gualdad objetiva que existe en la distribución de las oportunida­des. El ritualismo. Es la perspectiva del conformista. El ritualista es digno de lástima, porque sigue participando en el juego sin es­perar recompensa. El retraimiento. El re­traído está en la sociedad pero no forma parte de ella: no com­parte el consenso de valores: los psicóticos, los proscritos, los vagabundos, los drogadictos, etc. La rebelión. El rebelde, cuyo ideal es una sociedad en la que «las normas culturales de éxito serían radical­mente modificadas y hubiese una corres­pondencia más estrecha entre mérito, esfuerzo y recompensa». Merton asume el papel del rebelde en el análisis de fondo. Se ubica al margen del sistema y hace críticas que, llevadas hasta su conclusión lógica, exigirían cambios sociales radicales. Pero, nunca lleva sus críticas hasta ese extremo. La novedad fundamental de la teoría de Merton, ha sido el in­tento de investigar las «adaptaciones individuales» como adapta­ciones subculturales.
La escuela de Chicago: realizó un gran cúmulo de investigaciones sobre lo que dieron en llamar la «ecología social» de la ciudad: el estudio de la dis­tribución de las zonas de trabajo y residencia, los lugares de inte­racción pública, la magnitud de las en­fermedades y la salud, y las concentraciones urbanas de la con­formidad y la conducta desviada, ofreciendo con ello, el ejemplo de la investigación social empírica concreta y detallada. Los integrantes de la escuela de Chicago, se sorprendieron ante la regularidad que presentaban las actividades humanas dentro de ciertas fronteras «naturales», fronteras que eran las de los vecindarios urbanos y las zonas de residencia de grupos étnicos en particular.
Según
Park, la tarea del sociólogo es descubrir los mecanismos y procesos me­diante los cuales se puede alcanzar y mantener ese equilibrio bió­tico en la vida social. La argumentación sostenía que los problemas sociales que aquejaban a la ciudad de Chicago, eran consecuencia de las pautas incontroladas de migración y de la creación de zonas naturales en las que sus habitantes estaban aislados de la cultura general de la sociedad. Esta similitud entre pautas culturales y zonas naturales, se debe al hecho de que, los habitantes se han visto forza­dos a vivir juntos por procesos que escapan .totalmente a su con­trol. Se trata de una simbiosis no saludable. Esta concepción del carácter orgánico de las zonas naturales permi­te trabajar como si la zona natu­ral fuese algo más que una unidad geográfica o física. Pueden llegar a considerar «el ambiente» como un todo y, pueden sostener que ciertos ambientes están des­organizados patológicamente a causa de su parasitismo respecto del organismo social dominante y de su aislamiento de su cultura integradora. El empleo de analo­gías biológicas para explicar el desarrollo de zonas de viviendas en la ciudad, y de zonas naturales de delincuencia, es la idea de que los habitantes de esas zonas viven allí como resultado de al­guna característica personal o de un proceso de selección humana.


Rex y Moore entienden que la teoría de Chi­cago tiene que modificarse para tener en cuenta las formas en que los grupos de interés pueden utilizar el poder político en su propio beneficio y en perjuicio de otros grupos no tan bien ubicados y menos organi­zados. Los procesos que, para ellos explican la concentración de inmigrantes negros en zonas de transición también provocan la asociación de raza y delito en un mismo ambiente; que, mientras los inmigrantes recién llegados se vean obligados a vivir en ciertas zonas de alta de­lincuencia, su tasa de delincuencia aumentará con el tiempo hasta equiparar a la de la población general de la zona. Los estudios han demostrado que la criminalidad que ca­racteriza a la zona delictiva, es función de la disponibilidad de oportunidades y de gratificaciones en determinados contextos ur­banos, y no un resultado natural de la «desmoralización» de los menos aptos, los biológicamente inferiores o los individualmente patológicos.
La lucha por el espacio y la fenomenología de la estructura ecológica. Es común hablar de la segre­gación de los individuos en esferas relativamente limitadas de in­teracción y comunicación. Así, la ideología nos dice que no podemos entrar cuando queremos en casas ajenas, o en los edificios del Estado sin autorización y que todos vivimos en ciertas zonas de la ciudad. Así, nos encontramos con: a) Territorios públicos, las calles; b) Territorios propios exclusivos, los clubes privados); c) Territorios de interacción, para momentos determinados, bosa; (d) Territorios corporales. El aspecto más importante del control social del territorio es la protección oficial del «territorio propio» de los poderosos, que están pro­tegidos de su violación por el sistema policial.
Teoría de la Desorganización social. La escuela ecológica de Chicago utilizando lo que era una analogía biológica, pensaba que la relación simbiótica entre las diversas «especies» de hombres había caído en un estado de desequilibrio, entre compe­tencia y cooperación. La conducta desviada aparece cuando la compe­tencia se hace tan dura que altera el equilibrio biótico y esto, a su vez, es producto de la velocidad de la migración hacia las «zonas delictivas», así como también del cambio de la población dentro de ellas. La competencia entre individuos en las zonas delic­tivas produce la falta de normas.
Matza ha indicado que la desorganización social ocasionaba que el comportamiento «normal» no llegaban a todos los niveles del cuerpo social. Otros autores de­mostraron que las altas tasas de delincuencia estaban asociadas con las zonas «naturales» de transición (que sufrían un proceso de «in­vasión, dominio y sucesión»). Por lo tanto, fue posible sostener que las zonas de desor­ganización social estaban asociadas con un conjunto de valores y pautas culturales que apoyaban la delincuencia. Pero esta teoría siempre fue insatisfactoria. La solución se encontró al rechazar la noción de la sociedad como consenso, y al remplazarla por una visión de la sociedad como
pluralidad normativa. De un plumazo fue posible rechazar la concepción patológica, tanto individual como social de la conducta desviada y mantener al mismo tiempo la perspectiva ecológica. La desorganización social se convirtió en orga­nización social diferencial, y su teoría conexa del aprendizaje, la teoría de la asociación diferencial. Esta teoría sostiene que «una persona se hace delincuente porque encuentra más cosas a favor que en contra; cuestión que surge de un proceso de aprendizaje, al igual que el com­portamiento no delictivo. Por tanto, la teoría se opone a que la causa del delito es la patología individual, y también a que los motivos del delito son simples «racionalizaciones». Pero esta teoría que ha sido criticada, ya que determinados tipos de comportamiento delictivo no pueden explicarse con ella. Según el conductismo, no se tiene necesariamente que suponer que el delito es resultado de la falta de socialización y se puede sostener que el delito se aprende racionalmente mediante refuerzos, refuerzos que surgen a partir de una privación, o de carecer de refuer­zos del comportamiento «normal». En sín­tesis, pueden desarrollarse normas nuevas, y estas ser tal vez cali­ficadas de delictivas por la sociedad general». Así, ha aparecido una subcultura en la que los refuerzos sociales, ta­les como la aprobación, el status y el prestigio, pueden depender de la reincidencia en el comportamiento desviado, incluido el uso de drogas.

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