El Alzamiento Militar de 1936: Orígenes y Primeras Jornadas de la Guerra Civil Española

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La Sublevación Militar de 1936: El Estallido de la Guerra Civil

Antecedentes y Preparación del Golpe

Tras el intento frustrado en 1932 del pronunciamiento del General Sanjurjo, y a pesar de los esfuerzos realizados por parte de los gobiernos republicanos de izquierda para separar y distanciar a los miembros del ejército sospechosos de conspiración contra la República, el golpe de Estado militar comenzó a fraguarse desde 1936. La preparación del golpe de Estado militar estaba en manos del general Mola, que procuró atraerse el apoyo de los sectores políticos de la derecha (falangistas, monárquicos, etc.). Su idea era una serie de sublevaciones simultáneas en el mayor número de guarniciones. La estrategia era en extremo violenta, declarando el estado de guerra y la detención y eliminación de los principales líderes políticos y sindicales de izquierdas. El plan no dejaba claro si se establecería una dictadura militar que eliminase el peligro de las reformas del Frente Popular y volver a la República o a la monarquía. Los monárquicos y la CEDA querían una vuelta a la monarquía tradicional. El general Franco (quien recelaba de la República desde que se procedió a la clausura de la Academia Militar de Zaragoza, de la cual era director) no se mostraba en principio partidario de este golpe de Estado, pero en los momentos previos se unió a la preparación del Movimiento. Este se vio acelerado por la impresión causada por el asesinato de Calvo Sotelo (como represalia al asesinato del teniente Castillo). Franco recibió un telegrama y se trasladó en avión para ponerse al mando de las tropas de Marruecos.

El Alzamiento de Julio de 1936

El 17 de julio de 1936, en Melilla, el general Yagüe, jefe militar de la Legión, se alzó en armas contra la República. El alzamiento se extendió rápidamente al resto del protectorado marroquí. Entre el 18 y el 19 de julio se unieron al golpe parte de las guarniciones de diversas capitales de la Península, pero con resultado muy diverso.

La Reacción del Gobierno Republicano

Desde Marruecos, el día 18, el general Franco, que ya había asegurado el triunfo de la sublevación en Canarias, se dirigió hacia la Península al frente del Ejército de África. El jefe de Gobierno, Casares Quiroga, no comprendió la importancia de la rebelión, por lo que se negó a entregar armas a los civiles, con lo que se perdió un tiempo vital para impedir el progreso del alzamiento. Según otros, tuvo miedo de que la entrega de armas a las organizaciones obreras trajera consigo la revolución social armada, tal como había sucedido en Asturias en 1934. Una vez convencido de su error, Casares Quiroga dimitió. Todavía Azaña quiso parar la guerra intentando formar gobierno con Martínez Barrio, político centrista, pero esta proposición fue rechazada tanto por Mola como por Largo Caballero, quienes pensaban que la guerra era ya un hecho inevitable. El gobierno Giral, nombrado inmediatamente, inició sin más demora el reparto de armas a los civiles, sin otro control que la comprobación de su identidad.

La Extensión de la Rebelión en la Península

Esa misma mañana del día 18, Queipo de Llano se incorporó al golpe en Sevilla, y con la ayuda de solo un centenar de oficiales y soldados y un puñado de falangistas, consiguió dominar todos los centros neurálgicos de la ciudad (ocupó la mayoría de emisoras de radio, vehículo que utilizó para lanzar proclamas a favor del Movimiento). Queipo acabó empleando el terror indiscriminado y aplastando la resistencia obrera. También se sublevaron las guarniciones de Cádiz, Córdoba y Granada. Mola ocupó Navarra con el apoyo de los requetés carlistas. En Zaragoza, Cabanellas logró dominar la mayor parte de Aragón. La rebelión militar se hizo con el poder en Castilla y León, la mayor parte de Galicia, Mallorca y parte de Extremadura.

El Fracaso del Golpe en Ciudades Clave

La actuación de los civiles armados fue decisiva para el fracaso de la rebelión en dos ciudades claves del Estado: Madrid y Barcelona, con lo que se decidió la suerte de los territorios de su hinterland: Castilla la Nueva y Cataluña.

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