Análisis de dos cuentos de Ana María Matute: El niño del cazador y El niño al que se le murió el amigo

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Análisis de dos cuentos de Ana María Matute: El niño del cazador y El niño al que se le murió el amigo

El niño del cazador

El niño del cazador, que asistía siempre con curiosidad y envidia a las cacerías que organizaba su padre, soñaba constantemente con protagonizar, él también, la conocida aventura de la caza. Una noche consigue apoderarse de la escopeta de su padre y se encamina al monte, dispuesto a conseguir su propósito. Apuntando a la cima de los árboles hace su descarga; pero su inexperiencia en el manejo del arma, le convierte en víctima de su propio disparo.

Poco antes de morir desfilan ante sus ojos atónitos, en ronda delirante, todos los colores que crea la noche, el dolor, el ansia y el espanto. En la confusión de la premuerte, el niño cree haber dado caza a las aves que con tanta ansiedad perseguía. La enumeración caótica pone de manifiesto el estupor del niño y la conmoción que sacude la naturaleza entera.

El niño al que se le murió el amigo

El tema de este relato es el descubrimiento de la muerte como destrucción de la vida.

Como todas las mañanas, el niño sale a jugar en busca de su amigo, pero no lo encuentra. La madre, con gran frialdad, le dice que ha muerto. El pequeño, todavía no sabe lo que significa esa palabra y está seguro de que el amigo volverá a recoger sus juguetes.

Por la noche, la madre le llamó para cenar, pero él se fue para buscarlo y ponerse a jugar. La búsqueda duró toda la noche, y cuando despertó se dio cuenta de que ni siquiera los juguetes pueden devolverle la vida a su amigo, y los echa al pozo.

El niño, que no había comido durante el día, siente hambre y vuelve a casa. La madre, que sabe lo que ha crecido, le compra un traje de adulto.

Simbolismo e interpretación

Los signos de indicio, unidos al simbolismo del texto, facilitan su comprensión:

  • El niño protagonista no encuentra a su amigo donde solían jugar «al otro lado de la valla», es decir, en el lugar de la felicidad infantil. Y de forma subconsciente, el lugar del paraíso donde van los niños muertos.
  • Tras la noticia de la muerte, el niño se sienta a la puerta de su casa con la seguridad de quien tiene un gran tesoro: un reloj que no andaba, una pistola de hojalata (los objetos estropeados son magníficos juguetes, pero también funcionan como indicios simbólicos de la muerte).
  • Tanto la estrella muy grande —que anuncia un sufrimiento, una decepción— como la noche casi blanca, es decir la noche «iluminada», son símbolos de aprendizaje: el niño, al amanecer, ha comprendido que todos somos mortales y acepta su condición.
  • Cuando tira los juguetes al pozo, el niño se ha hecho mayor; ahora siente hambre, vuelve a casa y su madre se alegra porque ha dejado de ser niño, un indicio claro es que ya no le sirven los pantalones cortos.

Hay que tener en cuenta que la acción se desarrolla fuera de la casa. Toda la búsqueda es un proceso de interiorización del niño para saber por qué su amigo no vuelve. La madre es una mujer fría y práctica que no consuela al niño, ni lo comprende.

Se preocupa solo de las cosas materiales, de que no pase frío, de comprarle un traje de hombre. Le aconseja que busque otros niños para jugar, pero ignora la conmoción que ha experimentado su hijo y que ha sufrido en soledad.

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