Análisis de la novela Nada de Carmen Laforet
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Valoración crítica de Nada, de Carmen Laforet. La aparición de Nada, de Carmen Laforet, en 1944 sorprendió en el panorama literario del momento por el hecho de que una joven de apenas 23 años fuera capaz de reflejar el ambiente de miseria moral y material de la España de posguerra. Forma, por tanto, junto a La familia de Pascual Duarte o La sombra del ciprés es alargada, el grupo de las llamadas novelas fundacionales, que aspiraba a describir no solo la desolación social que la Guerra Civil dejó en nuestro país, sino también las inquietudes existenciales que habrían de marcar a la literatura europea y americana del siglo XX.
La trama resulta sencilla. Una joven llamada Andrea llega a Barcelona para estudiar en la universidad en los años de la posguerra. Los buenos recuerdos familiares de sus estancias en casa de su abuela durante su infancia se verán ahora traicionados por la cruda realidad. La casa familiar, en la que ella deberá vivir, es ahora un lugar sucio y asfixiante en el que conviven personajes degradados, marcados por el hambre y la violencia. Andrea conocerá la opresión que puede ejercer una mente mediocre como las de su tía Angustias, la ira que provoca el fracaso en la violencia que ejerce su tío Juan sobre su mujer Gloria o la perversión moral que puede surgir ante la falta de expectativas en su tío Román. Por suerte, a través de su amiga Ena y de sus compañeros de la universidad (Pons, Guixols, Iturdiaga …), Andrea podrá descubrir el mundo exterior.
El formato de la novela consta de tres partes, formadas las dos primeras por nueve capítulos y la tercera por siete: la introducción (primera parte), el nudo (segunda parte), y desenlace (la tercera parte) que narran los acontecimientos que transcurren en Barcelona durante un curso universitario más el verano siguiente. Los periodos que abarcan cada una son los siguientes: la primera, de octubre a febrero; la segunda, de marzo a junio; y la tercera, de julio a septiembre. En la primera parte nos relata la llegada de Andrea a Barcelona. Ella llega llena de sueños e ilusiones, pero poco a poco va descubriendo la realidad familiar. En la segunda, Andrea se ha hecho amiga casi inseparable de Ena, lo que ayuda a Andrea a salir de la casa familiar y a sentirse libre, aunque tiene que enfrentar las diferencias de las clases sociales. En la última parte Andrea está muy deprimida por el alejamiento de su amiga, sufre intensamente por las carencias económicas y por los conflictos del hogar pero Ena aparece para liberarla de esta situación y ofrecerle ese futuro esperanzador llevándosela a vivir a Madrid con su familia.
La concesión del Premio Nadal supuso el reconocimiento a esta novela innovadora que abría nuevos caminos al género tanto en lo temático como en lo formal. La novela está escrita en primera persona y además supone un salto temporal (flashback), ya que Andrea relata su experiencia algunos años después de que ocurran. El hecho de que el relato tenga la perspectiva autobiográfica de una joven distanciada del mundo que la rodea supone un avance muy original, pues las voces femeninas solían aportar una visión emocional de la realidad (temática amorosa o de carácter sentimental), pero la relación de Andrea con su realidad es de carácter objetivo y pretendidamente racional.
Por otra parte, el lenguaje supone también la superación de la herencia del Realismo hacia un estilo impresionista que combina lo íntimo con abundantes descripciones subjetivas de carácter fotográfico. Esto se observa especialmente en las numerosas descripciones de Barcelona (la catedral, la playa, las calles del casco antiguo, etc.) que Andrea nos ofrece durante sus paseos donde la ciudad adquiere la categoría de personaje a través de las emociones y sensaciones que provoca en ella. En definitiva, la desolación de la que nos habla Andrea es un testimonio fiel de la “nada” que imperaba en la España de la posguerra, pero también de la inadaptación y la dificultad universal que supone aprender a vivir como adulto en un medio hostil.
En realidad, y como opinaba el poeta Juan Ramón Jiménez a propósito de la novela, Nada se reduce a unos pocos acontecimientos, y por ello, añade, pertenece a las novelas sin asunto. En este sentido, Carmen Laforet nos dejó también una de las mejores novelas de iniciación de nuestra Literatura.