Aristóteles y Platón: Materia, Forma, Alma y la Esencia del Ser
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La Concepción Aristotélica de la Realidad: Hilemorfismo, Teleología y Naturaleza
Teoría Hilemórfica: La Sustancia como Compuesto de Materia y Forma
En la filosofía aristotélica, toda sustancia es un compuesto de materia (el componente físico) y forma (el conjunto de cualidades específicas que hacen que una cosa sea lo que es y no otra). En los individuos y las sustancias, estas dos dimensiones son inseparables. La materia es el soporte de la forma, y sin materia no hay sustancia; inversamente, la materia por sí sola, sin forma, no constituye nada.
El Principio Teleológico: La Finalidad en la Naturaleza
Aristóteles postula que todo en la naturaleza tiende a un fin (telos): mejorar y perfeccionarse, actualizando sus potencias. Esta es la concepción teleológica, donde cada ser se dirige hacia su propia realización.
Naturaleza, Esencia y Cambio
Para Aristóteles, la naturaleza es "el principio y causa del movimiento y del reposo de la cosa a la que pertenece primariamente y por sí misma". Esto conlleva dos consecuencias importantes:
- La naturaleza se identifica más con la forma que con la materia.
- Al ser la naturaleza un principio inmanente del cambio, la sustancia aristotélica no es estática, sino un ser en desarrollo conforme a su propia naturaleza.
Así, esencia y naturaleza son conceptualmente lo mismo, aunque sus definiciones puedan variar en el discurso. La materia primera, por su parte, es lo que individualiza la forma. La generación de la sustancia se explica como el individuo concreto, resultado de la unión de materia y forma. La forma es la esencia —aquello que define a la sustancia— y la materia es su sustrato.
La Concepción Platónica del Ser Humano: Dualismo Alma-Cuerpo
Al igual que en su metafísica, la concepción platónica del hombre presenta un acentuado dualismo: una escisión entre dos partes íntimas pero irreconciliables en el ser humano. Estas son: el cuerpo, que representa nuestra materialidad, la corporeidad que nos sitúa como algo más dentro del mundo sensible; y el alma, que es aquello que nos hace propiamente hombres, intermediarios entre lo puramente material y lo divino.
El hombre es concebido como un compuesto accidental de estas dos sustancias: alma y cuerpo.
El alma es preexistente al cuerpo e inmortal, y tiene como lugar natural el mundo suprasensible de las Ideas.
El cuerpo es considerado la cárcel del alma durante su existencia terrena. Constituye un estorbo para el alma, ya que la arrastra a la extrañeza de lo material, impidiéndole su quehacer propio: la contemplación de las Ideas. El ideal de hombre en Platón es una inteligencia pura, desligada de la carnalidad. Por eso, el filósofo no ha de temer la muerte.