Arquitectura y Escultura del Renacimiento Manierista Español: Herrera, Berruguete y El Greco
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Juan de Herrera (Renacimiento-Manierismo. España, s. XVI)
Arquitecto y matemático, a él se debe, por encargo de Felipe II, la conclusión del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, iniciado por Juan Bautista de Toledo, para el que también se pidieron planos a Italia. Destinado a servir de enterramiento de los reyes de España, incluye basílica, palacio, convento, colegio y biblioteca organizados en torno a una serie de patios con la iglesia en el eje central. En alzado destaca por la simetría y sobriedad decorativa –muros de sillería interrumpidos solo por vanos cuadrados regularmente dispuestos. La decoración, del más puro orden clásico, queda reducida a la fachada principal. Su perfil característico, modelo de lo que se ha llamado estilo herreriano, se completa con las pronunciadas cubiertas a dos aguas de pizarra negra y las torres con chapiteles de sus esquinas, tomadas de la arquitectura nórdica.
Alonso Berruguete (Renacimiento-Manierismo. España, s. XVI)
Pintor y escultor, hijo del pintor hispano-flamenco Pedro de Berruguete, se formó en Italia, en el entorno de Miguel Ángel, cuya influencia se advierte en su obra. Aunque trabajó la piedra –sepulcro del cardenal Tavera en Toledo–, empleó con preferencia la madera tanto para el relieve –respaldos de la sillería del coro de la catedral de Toledo– como en bulto redondo, con destino a los retablos de las iglesias –retablo de San Benito de Valladolid, ahora desmontado en el Museo–. Su formación clásica se manifiesta en el desnudo de Eva –sillería de Toledo– o en el recuerdo del Laocoonte que se advierte en la cabeza de Abraham en el sacrificio de Isaac del retablo de San Benito. Con un gusto muy manierista, Berruguete deforma y estira sus figuras y exagera los escorzos, para lograr imágenes de gran fuerza y vitalidad, aunque desentendiéndose del acabado.
El Greco (Renacimiento-Manierismo. España, s. XVI)
Nacido en Creta y formado en Italia dentro de la escuela veneciana –aunque también pasó por Roma y estudió la pintura de Miguel Ángel–, acabó estableciéndose en Toledo, donde la singularidad y subjetividad de su pintura –criticada ya en su tiempo y después– encontró el aprecio de un grupo de eclesiásticos e intelectuales que no dejaron de encargarle obras a pesar de los fracasos iniciales con el rey Felipe II, que rechazó colocar en la basílica de El Escorial el Martirio de san Mauricio, y con la catedral de Toledo, con la que sostuvo un largo pleito por el precio de El Expolio. El alargamiento de las figuras, que se irá haciendo mayor con el tiempo, y los colores agrios son las notas características de una pintura muy personal y de carácter intelectual, en la que se pueden destacar obras como El Entierro del conde de Orgaz, los lienzos de asunto evangélico pintados para el retablo de doña María de Aragón en Madrid, ya en sus últimos años, o algunos retratos, como el llamado Caballero de la mano en el pecho.