El Auge de la Razón y la Experiencia en la Filosofía del Siglo XVII y XVIII

Clasificado en Filosofía y ética

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Contexto Filosófico

La crisis del paradigma aristotélico-ptolemaico, unida al hundimiento de la escolástica y al desarrollo del movimiento científico, condujo a la filosofía a la búsqueda de certezas. El problema central de la filosofía moderna sería epistemológico: ¿Qué podemos conocer? ¿Cómo podemos conocerlo? Así, la búsqueda del método más adecuado adquiere protagonismo.

Dos son las grandes corrientes filosóficas de la época: Racionalismo y Empirismo. La primera se desarrolla en el continente europeo y la segunda en las islas británicas. La nueva metodología científica ofrecía dos modelos: el de las matemáticas y el de las ciencias experimentales.

El método matemático servirá de modelo al racionalismo, que confiará absolutamente en la razón como fuente de conocimiento y afirmará que los principios del conocimiento son innatos. El gran filósofo del siglo XVII es, sin dudas, René Descartes, pensador francés considerado el primer filósofo moderno y el padre del racionalismo. La característica fundamental de esta corriente filosófica es la autonomía de la razón. Se entiende por autonomía que el ejercicio de la razón no es coartado ni regulado por nada exterior a ella, y que la razón es el tribunal supremo que decide qué es verdad (conocimiento) y cuál es la conducta adecuada (moral y política). Otros filósofos racionalistas destacados fueron: Spinoza, con su monismo panteísta, y Leibniz, con su optimismo metafísico.

Frente al racionalismo, el empirismo británico seguirá el modelo de las ciencias experimentales y, consecuentemente, negará la existencia de ideas innatas y considerará que la experiencia sensible es la fuente y el límite del conocimiento humano. Como principales representantes podemos mencionar a:

  • Locke, considerado el fundador del empirismo moderno y el primer teórico del liberalismo político en el siglo XVII.
  • Berkeley, pensador inmaterialista y espiritualista.
  • El empirista radical David Hume.

Estos últimos pertenecen ya al siglo XVIII.

Una tercera línea de pensamiento, que influye en la filosofía cartesiana ya mencionada en el contexto histórico-cultural, fue el escepticismo, actitud filosófica que reaparece en la historia de la filosofía como consecuencia de la crisis del saber tradicional y que desconfiaba de las posibilidades de la mente humana para alcanzar la verdad. El representante de esta corriente en Francia es Michel de Montaigne, quien se definió como escéptico, siguiendo el camino de Pirrón, pensador del período helenístico. Mostraba desconfianza por cualquier sistema filosófico e identificó a la figura del sabio con la persona que duda. Precisamente, en la “Segunda parte” del Discurso del método de Descartes aparecen expresiones literales del escéptico.

En España destacó Francisco Sánchez, autor de Que nada se sabe, una obra en la que defiende prescindir de las certezas tradicionales y examinar las cosas por uno mismo, y que tiene grandes semejanzas con el inicio del Discurso del método de Descartes.

Descartes se opone al escepticismo, transformando la duda escéptica en duda metódica provisional y, con su postura racionalista, tomando como modelo de su método a las matemáticas, pretende superar la crisis del saber y dotar de cimientos firmes a los nuevos conocimientos. Así, emprende un proyecto metodológico para superar la crisis, acompañando a otros autores que tienen la misma intención. Entre ellos podemos destacar a Francis Bacon, que pretende, mediante la inducción, alcanzar afirmaciones universales. Pero su método se separa del cartesiano, pues no reconoce la importancia de las matemáticas y el papel de la hipótesis. Más cercano al método de Descartes está el resolutivo-compositivo de Galileo. Este defiende que la naturaleza está “escrita” en lenguaje matemático, por lo que su conocimiento solo será posible descifrando sus relaciones y expresándolas en fórmulas. El mundo físico de Descartes también será un mundo matematizado y podemos encontrar similitudes entre los métodos de ambos autores.

Contexto Histórico-Cultural

Tras las grandes esperanzas del Renacimiento, siguió una etapa de crisis en un escenario de revueltas, guerras civiles y religiosas. La unidad religiosa europea estaba rota desde el siglo XVI con la Reforma protestante. La Iglesia católica reaccionó con la Contrarreforma para conservar la pureza doctrinal y la Inquisición se convirtió en arma contra la libertad de pensamiento. Los conflictos religiosos se suceden en Europa y causaron la Guerra de los Treinta Años. En 1648 se firmó la Paz de Westfalia, donde se asentó el principio de la tolerancia religiosa.

Políticamente, este siglo se caracteriza por las monarquías absolutas, que tienen su modelo en el reinado en Francia de Luis XIV. Sin embargo, la burguesía ilustrada comienza a protagonizar en toda Europa movimientos revolucionarios para limitar el poder de estas monarquías y reclamar los derechos individuales y la participación ciudadana en los temas públicos. España e Italia pierden su hegemonía política y económica, mientras que Francia e Inglaterra se reafirman como grandes potencias europeas, así como la actividad comercial hace de los Países Bajos otro importante centro de la economía.

La economía sigue siendo esencialmente agrícola, el hambre es una amenaza permanente y la población disminuye alarmantemente: la mitad de los niños moría antes del año y los demás solían morir entre los 30 y los 40 años, de tal modo que la esperanza de vida oscilaba alrededor de los 25 y 30 años. Las revueltas sociales y la guerra civil eran un peligro permanente. Se mantiene la sociedad estamental y, como podemos deducir por lo expuesto arriba, se agudizan los antagonismos sociales.

En el terreno cultural, la proliferación de libros impresos (a partir de la invención de la imprenta -Gutenberg, siglo XV-) permite que la filosofía entre en los salones e interese a las clases cultas. Las universidades, bajo el poder de católicos o protestantes, representan un pensamiento paralizado y en decadencia a causa del movimiento científico del Renacimiento, protagonizado por Copérnico, Kepler, Galileo… La teología no es capaz de unificar sus criterios y la Biblia deja de ser una enciclopedia de las ciencias.

El triunfo de la nueva ciencia acaba con la concepción aristotélico-ptolemaica del mundo, un lugar cuyas fronteras se ampliaron considerablemente tras el descubrimiento de América. Este mundo se interpreta ahora como una gran máquina en la que el hombre va perdiendo su lugar central. Las bases del saber y las creencias religiosas se tambalean y vuelve a hacer aparición el escepticismo. Y, con él, una actitud pesimista que lleva a pensar que nada es lo que parece y que la vida es ilusión. Actitud expresada en el arte barroco, en el que todo es movimiento, mudanza y fugacidad. El tiempo se convierte en una obsesión, todo es contingente y azaroso, no hay en el mundo humano necesidad ni orden. Todo es apariencia y la esencia de las cosas permanece oculta. En España, La vida es sueño, el drama de Calderón, y Las Meninas de Velázquez son una muestra de este arte barroco.

La búsqueda de Descartes de la certeza en medio de las dudas y de los engaños de los sueños no es retórica. El cartesianismo es un intento de solución a la crisis creada por la nueva ciencia y el hundimiento de la escolástica. Con Descartes se inicia el racionalismo, corriente filosófica que surge en el continente europeo gracias al triunfo de la ciencia y que da especial importancia a la razón. Puede decirse que el racionalismo se caracteriza por la autonomía de la razón. La conquista de dicha autonomía fue un proceso largo y lleno de dificultades, en el que no podemos olvidar el papel del nominalismo de Ockham, que rompió con la subordinación tomista de la razón a la fe. Y en el proyecto cartesiano de un método que oriente al ser humano en su búsqueda de certezas, tomando como punto de partida al propio ser humano, reconocemos la herencia del humanismo renacentista, que provocó el giro del teocentrismo medieval al antropocentrismo.

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