Las Bienaventuranzas y la Dignidad Humana: Camino a la Plenitud
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Las Bienaventuranzas: Invitación a la Felicidad
Las Bienaventuranzas son invitaciones a realizar para ser feliz y autorrealizarse.
Como es sabido, el proyecto de Dios con el hombre se realiza a través de Jesús y propone como camino hacia la felicidad el Reino de Dios (la nueva alianza que perfecciona la antigua alianza del Antiguo Testamento). Se considera el amor como norma de conducta para pertenecer al Reino de Dios y construirlo.
En el corazón del anuncio liberador de Jesús se encuentra el Sermón de la Montaña, donde se ofrece el programa para quien quiera vivir con plenitud su seguimiento. Es ahí donde hemos de situar las Bienaventuranzas, de las cuales nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
- Están dentro de la predicación de Jesús.
- Expresan la vocación de los fieles y las actitudes características de la vida cristiana.
- Responden al deseo natural de la felicidad.
La ética evangélica es plenamente humanizadora. Para comprenderlo basta con recorrer en negativo las Bienaventuranzas. Porque creyentes y no creyentes quedan insatisfechos ante los contravalores éticos del mundo: el acaparamiento y la violencia, la indiferencia y la mentira, la discordia, … justo lo contrario es el ideal de las Bienaventuranzas.
A Imagen y Semejanza de Dios: Fundamento de la Dignidad Humana
Ante las múltiples interpretaciones del ser humano, la fe propone una propia concepción de la dignidad de la persona humana.
Desde la tradición de la Iglesia, el tema del hombre creado “a imagen de Dios” ocupa un lugar importante. No es el único modo de entender al hombre en la teología, pero a partir del Concilio Vaticano II ha recobrado una gran fuerza. Y esto es lo que se llama reflexión teológica sobre la iconalidad.
Pensar al hombre como “imagen de Dios” es afirmarlo abierto al diálogo con Dios y al encuentro con los demás hombres que le son cercanos como la propia carne y son también imagen de Dios.
Su vida adquiere un valor sagrado y respetado por el mismo Dios; más aún, Dios mismo se opone a todo atentado contra la vida de un hombre.
Tanto una comprensión de la dignidad de la persona, como la riqueza que nos aporta la iconalidad del hombre, nos ayudan a vivir dos dimensiones fundamentales en la vida humana: la autoestima y el respeto.