El capellán de Ulloa: tentaciones y desencuentros

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Sabel les daba un cuenco de caldo a cada una de ellas y estas, a cambio, la adulaban. De entre ellas siempre era la última en marcharse una mujer muy anciana, de gran fealdad, que al capellán se le antojaba tenía aspecto de bruja, llegándole a recordar, al verla junto a Sabel, un cuadro que representaba las tentaciones de San Antonio en el que aparecía una hechicera y una bella y sensual joven con pezuña de cabra. Al joven religioso le importunaba que Sabel se le insinuase constantemente.

Finalmente decidió dar clase al muchacho en su habitación. Observando la gran suciedad que el niño tenía, decidió lavarle la cara y el pelo, hasta que quedó limpio. Era un niño tan bonito que parecía un ángel. A partir de ahí, todos los días le lavaba antes de darle las lecciones; ahora bien, nunca se atrevió a lavarle el resto del cuerpo. El niño no avanzaba en el aprendizaje, más bien lo contrario, ya que se dedicaba a jugar con los objetos que había en la habitación del capellán. Sabel aprovechaba para subir allí y seguir insinuándose al sacerdote, llegando incluso a ser amonestada por este por ir vestida de forma inadecuada.

Ante la insistencia de Sabel, Julián optó porque nunca más fuese ella quien subiese a su habitación, sino que lo hiciese cualquier otro criado del Pazo. Finalmente, tuvo que ser él quien asease su cuarto y se subiese el agua, pues ningún criado estuvo dispuesto a hacerlo. Empezó a sentir que, ante los ojos de Primitivo, él sobraba en el Pazo.

Capítulo VI

Julián tan solo hizo amistad con otro clérigo, don Eugenio, el joven y alegre párroco de Naya. Su relación con el abad de Ulloa no era muy armoniosa, ya que este pensaba de él que era un afeminado y, por su parte, el joven capellán pensaba que dicho abad era demasiado dado al vino y a la caza.

Invitado por don Eugenio, fue a Naya a pasar el día del patrón, san Julián. Asistió encantado a la procesión y a la misa y contempló el baile de la muñeira de los mozos y mozas lugareños. De pronto, Julián avistó a Sabel, que danzaba entre ellos. El saberla allí le aguó la fiesta.

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