Capítulo IV: Las Primeras Aventuras de Don Quijote y sus Desafíos Iniciales
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En este capítulo crucial, Don Quijote, ya investido como caballero andante, emprende su camino tras dejar la venta. Siguiendo los consejos del ventero, decide regresar a su pueblo para proveerse de lo necesario para sus futuras hazañas y, fundamentalmente, para buscar un escudero que le acompañe en sus andanzas. Durante este trayecto de vuelta, se suceden sus dos primeras y memorables aventuras, que ponen a prueba su idealismo y su percepción de la justicia.
El Rescate de Andrés: Justicia y Desengaño
Por el camino, Don Quijote oye unas voces que le llaman la atención y se dirige hacia ellas. Una vez allí, presencia una escena desoladora: un señor, identificado como Juan Haldudo, el rico vecino del Quintanar, está azotando brutalmente a un muchacho de quince años llamado Andrés. El joven, criado del labrador, estaba atado a una encina, y una yegua también estaba atada cerca.
Don Quijote, indignado, ordena al señor que cese el castigo de inmediato, amenazándole con un enfrentamiento si no obedece. El labrador se detiene, y Don Quijote le pregunta la razón de tal maltrato. El señor responde que Andrés le había perdido unas ovejas, a lo que el muchacho alega que el labrador le debe nueve meses de salario, a razón de siete reales por mes, sumando un total de sesenta y tres reales.
Don Quijote hace jurar al señor que pagaría al niño y que lo dejaría libre. Posteriormente, Don Quijote se va y prosigue su camino. Sin embargo, apenas se aleja, el cruel labrador vuelve a azotar a Andrés, quien, entre lágrimas y golpes, le advierte que buscará a Don Quijote para que le haga cumplir su palabra. Esta primera aventura deja un sabor amargo, mostrando la fragilidad de la justicia quijotesca frente a la maldad humana.
El Enfrentamiento con los Mercaderes: La Defensa de Dulcinea
Don Quijote prosigue su camino y, tras encontrar cuatro lugares, suelta a Rocinante y se dirige a un lugar donde había unos mercaderes. Eran seis en total, pero Don Quijote se encuentra con dos de ellos. Con su habitual entusiasmo, les detiene y les cuenta la inigualable belleza de su amada Dulcinea del Toboso, exigiéndoles que confiesen que ella es la más hermosa del mundo.
Estos mercaderes, para satisfacer su curiosidad o mofarse, le asienten diciendo que sí, pero que será manca y tuerta. Don Quijote, encolerizado por la afrenta a su dama, les ataca. Sin embargo, la mala fortuna se ceba con él: su caballo Rocinante tropieza y cae, y Don Quijote no consigue levantarse debido al enorme peso de sus armas.
Aprovechando su indefensión, los mercaderes le atacan y le rompen la lanza. Un mozo de mulas aprovecha la ocasión para molerle las costillas. Más tarde, ambos mercaderes se van y abandonan a Don Quijote, dejándolo maltrecho en el camino. Esta segunda aventura subraya la vulnerabilidad física del caballero andante y la incomprensión de su idealismo por parte del mundo real.