Características y Ascenso del Fascismo Italiano de Mussolini

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Características del Fascismo

El nacionalismo exacerbado justifica el derecho a expandirse territorialmente mediante una política militarista e imperialista. También presenta un componente racista de exaltación de las razas consideradas superiores para garantizar la unidad nacional.

La exaltación del Estado se sitúa por encima de los derechos y libertades de los individuos, quienes están subordinados a sus intereses. El rechazo a la democracia anula la soberanía popular, el sufragio y la separación de poderes; rechaza el parlamentarismo y persigue cualquier oposición. Defiende una concepción antiigualitaria de la sociedad en la que dominan las élites y los escogidos.

El culto al líder carismático concentra en su persona todos los poderes, encarna al estado y es el jefe del partido único. En torno al líder, se desarrolla una mística del poder personal que se dota de un aparato de propaganda y de una escenografía grandilocuente.

La movilización y organización de las masas a través de las diversas organizaciones del partido del Estado canalizan la participación del individuo en un proyecto nacional que une tras las directrices del partido único a toda la sociedad.

El Ascenso de Mussolini y el Partido Fascista

En 1921, Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista, con un programa que prometía un estado fuerte para frenar la movilización obrera y la amenaza revolucionaria, y presentaba una ambiciosa política expansionista en el exterior. El partido recibió ayuda financiera de la Confindustria, el apoyo de importantes sectores del Ejército y la complicidad de algunos grupos liberales. Sus bases se nutrieron fundamentalmente de los descontentos sociales y políticos, buena parte de los cuales procedería de sectores de la pequeña burguesía.

Las escuadras fascistas protagonizaron numerosos actos violentos contra los políticos, ayuntamientos y periódicos de izquierda. Estas expediciones contaban con la complicidad de la policía, que actuaba sin contundencia, y de la justicia, que dictaba penas apenas simbólicas a los escuadristas. En la huelga de agosto de 1922, el partido fascista puso en jaque al gobierno al sustituir a los huelguistas por sus militantes y mantener en funcionamiento los servicios básicos. Pero el golpe definitivo para hacerse con el poder llegó con la Marcha sobre Roma del 8 de octubre de 1922, cuando miles de camisas negras ocuparon los edificios públicos de la capital. Ante la negativa del Rey Víctor Manuel III a firmar el estado de excepción, el Gobierno dimitió y el rey pidió a Mussolini que constituyese un nuevo gobierno.

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