Claves Históricas del Siglo XIX: Desamortización, Carlismo, Marxismo e Imperialismo
La Desamortización de Mendizábal (1836)
Es el conjunto de leyes y decretos mediante los cuales el Estado liberal declaró en venta los bienes inmuebles (tierras, edificios, etc.) de la Iglesia Católica y, en menor medida, de los municipios. Estos bienes estaban en "manos muertas", es decir, no se podían vender ni comprar, lo que limitaba su productividad. La forma de venta principal fue la subasta pública.
Con su venta se pretendían dos objetivos principales:
- Crear una nueva clase media de propietarios, tanto campesinos como burgueses, que, agradecidos al Estado liberal, se convirtieran en su firme sostén, a la vez que trabajaban y hacían producir las tierras.
- Sanear las arruinadas arcas del Estado con el dinero obtenido por la subasta pública de estos bienes, especialmente para financiar la guerra contra el carlismo.
Resultados de la Desamortización
Resultados Positivos
- Se produjo un aumento de la superficie de tierras cultivadas y una cierta mejora del rendimiento agrícola en algunas áreas.
- Se pudieron sufragar parte de los gastos de la Primera Guerra Carlista.
- El Estado pudo dotarse de un patrimonio de edificios públicos (antiguos conventos o monasterios) que dedicó a usos como hospitales, cuarteles, museos o instituciones educativas, y además pudo realizar algunos ensanches urbanos.
- Los compradores, en su mayoría pertenecientes a la burguesía adinerada y a la nobleza terrateniente, se convirtieron ciertamente en firmes aliados del régimen liberal.
Resultados Negativos
- Los principales perdedores fueron los campesinos más pobres, que no tenían dinero suficiente para pujar en las subastas, de forma que no pudieron acceder a la propiedad de la tierra y, en muchos casos, vieron empeorar sus condiciones al convertirse en jornaleros con contratos precarios.
- La desamortización de bienes comunales también perjudicó a las comunidades campesinas que dependían de ellos para su subsistencia.
- El campesinado, es decir, una gran parte de la población, sin tierras y en muchos casos empobrecido, no se sintió atraído por el liberalismo, lo que contribuyó a la inestabilidad social y política.
La Primera Guerra Carlista (1833-1840)
Enfrentó a los carlistas, partidarios de Don Carlos María Isidro de Borbón (hermano de Fernando VII) y defensores del absolutismo monárquico, con los isabelinos o cristinos (liberales), partidarios de Isabel II (hija de Fernando VII) y de la implantación de un régimen liberal. Los apoyos de Don Carlos se encontraban principalmente entre el bajo clero, parte de la nobleza rural y los campesinos de regiones como el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y el Maestrazgo. Los de Isabel II, en la alta nobleza, la jerarquía eclesiástica, la burguesía, gran parte del ejército y las clases medias y populares de las ciudades.
La contienda se desencadenó por un conflicto dinástico (la sucesión al trono tras la muerte de Fernando VII), pero fundamentalmente reflejaba profundas diferencias ideológicas y sociales. Los liberales eran partidarios de limitar los poderes de la Corona, establecer una constitución, suprimir los privilegios del Antiguo Régimen y centralizar el gobierno del país. Los carlistas, por su parte, defendían el absolutismo monárquico (bajo el lema "Dios, Patria, Rey"), el mantenimiento de los fueros (leyes y privilegios regionales) y las tradiciones del Antiguo Régimen.
Los carlistas lograron establecer un dominio territorial en el País Vasco, Navarra, el Pirineo catalán y el Maestrazgo. El resto del país y la mayoría de las grandes ciudades apoyaban al bando isabelino.
En 1839, el general liberal Baldomero Espartero y el general carlista Rafael Maroto firmaron la paz mediante el Convenio o Abrazo de Vergara. A cambio de la rendición carlista, el gobierno de María Cristina de Borbón (regente durante la minoría de edad de Isabel II) se comprometió a recomendar a las Cortes el mantenimiento de los fueros vascos y navarros y a permitir la incorporación de los oficiales carlistas al ejército real, siempre que aceptaran la Constitución y la monarquía de Isabel II.
El Marxismo
El marxismo es una de las teorías socialistas y filosóficas más influyentes de la historia contemporánea. Debe su nombre a Karl Marx (1818-1883), filósofo, economista y sociólogo alemán, en cuyos estudios colaboró estrechamente Friedrich Engels (1820-1895). Sus obras fundamentales incluyen El Manifiesto Comunista (1848) y El Capital.
La teoría marxista afirmaba que en las sociedades industriales capitalistas existe una lucha de clases inherente entre la burguesía (propietaria de las fábricas, la tierra y otros medios de producción) y el proletariado (los obreros, que venden su fuerza de trabajo para sobrevivir). Marx sostenía que el capitalismo, basado en la explotación del proletariado, estaba condenado a ser superado.
Proponía que los trabajadores llevaran a cabo una revolución para derrocar el sistema capitalista y tomar el poder político. Tras esta revolución, se establecería una fase de dictadura del proletariado, en la que el Estado, controlado por los trabajadores, reorganizaría la sociedad, socializaría los medios de producción y eliminaría las bases de la desigualdad. El objetivo final sería alcanzar la sociedad comunista: una sociedad sin clases sociales, sin propiedad privada de los medios de producción y, eventualmente, sin Estado, ya que este se consideraba un instrumento de dominación de una clase sobre otra.
Las ideas marxistas dieron lugar a la formación de partidos socialistas y comunistas en todo el mundo, que se desarrollaron significativamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente desde 1875, y jugaron un papel crucial en los movimientos obreros y en la política del siglo XX.
El Imperialismo del Siglo XIX
El término imperialismo se refiere a la extensión del dominio político, económico y cultural de un país o Estado sobre otros territorios, a los que se denomina colonias. El país que conquista y administra es la metrópoli.
La expansión imperialista experimentó un auge sin precedentes durante el último tercio del siglo XIX y principios del XX. Aunque el colonialismo no era un fenómeno nuevo, esta etapa tuvo nuevos protagonistas y una escala global. Gran Bretaña y Francia fueron las principales potencias coloniales, pero otros países como Alemania, Bélgica, Italia, Portugal, España, Países Bajos, Rusia, Estados Unidos y Japón también participaron en el reparto del mundo, especialmente de África y Asia.
Existieron diferentes factores que impulsaron este fenómeno:
- Factores económicos: La búsqueda de nuevos mercados para los productos industriales de las metrópolis, la obtención de materias primas baratas (caucho, algodón, minerales), la inversión de capitales excedentes y la explotación de mano de obra indígena.
- Factores políticos y estratégicos: El deseo de aumentar el prestigio nacional y el poder a escala mundial, el control de rutas comerciales y puntos estratégicos (como el Canal de Suez), y la competencia entre las potencias por el dominio territorial.
- Factores demográficos: La presión demográfica en Europa, que encontró una válvula de escape en la emigración hacia las colonias, aunque no fue el factor principal en todos los casos.
- Factores ideológicos y culturales: La creencia en la superioridad de la raza blanca y la civilización occidental, que llevaba implícita una supuesta "misión civilizadora" sobre pueblos considerados inferiores. El darwinismo social se utilizó para justificar el dominio de los más "aptos". También influyó el interés científico y geográfico por explorar territorios desconocidos, personificado en figuras como el explorador y misionero David Livingstone.