La concepción del ser humano en la filosofía moderna

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La filosofía moderna y su concepción del ser humano

Descartes: el dualismo antropológico

Rene Descartes (1596-1650) fue uno de los pioneros de la filosofía moderna. Tuvo que afrontar el desafío del escepticismo, que niega una posibilidad de que exista la verdad. Descartes, por el contrario, tras una larga búsqueda, descubre una verdad que el escepticismo no puede poner en duda: a saber, «pienso, luego existo» (cogito ergo sum), es decir, que aunque ponga todo en duda y lo considere falso, hay algo que no se puede negar, que si pienso, aunque todo lo que piense sea falso, tengo que existir, pues si no existiera, no podría pensar. Nuestro «yo» es, para Descartes, el alma, la sede del pensamiento. El ser humano tiene, además, un cuerpo, pero es el alma, cuya esencia es pensar, capacidad que nos diferencia del resto de animales. En definitiva, para Descartes el cuerpo forma parte de la realidad física del universo (sustancia extensa). Además, existen otras dos sustancias: el alma, o sustancia pensante (el ser humano), y Dios, sustancia infinita, que es, al mismo tiempo, el creador del universo y quien garantiza su conservación. Descartes también desarrolló una investigación biológica sobre la unión entre alma y cuerpo. Según una de sus hipótesis, la conexión entre ambas sustancias se produce en una región concreta del cerebro: la glándula pineal. A partir de Descartes podemos establecer dos corrientes filosóficas con respecto a la naturaleza humana: 1) El espiritualismo: el alma (inmortal, sede del pensamiento) es la esencia del ser humano, mientras que el cuerpo es algo secundario. 2) El materialismo: no hay una diferencia esencial entre los seres humanos y el resto de animales, y la distinción dualista entre cuerpo y alma no tiene sentido.

Hume: el yo como un «haz de percepciones»

David Hume (1711-1776) planteó una profunda crítica al dualismo antropológico cartesiano, según el cual el alma es una sustancia, rechazando la noción de sustancia. Hume considera que la idea de sustancia no tiene sentido: si examinamos nuestro pensamiento, nuestras emociones y, en general, nuestra mente, no encontramos ningún elemento que perdure durante toda nuestra vida, de modo que solo hallamos una sucesión de vivencias, sensaciones, pensamientos, creencias, emociones, etc. Así pues, nuestro «yo» o nuestra alma es un haz, un conjunto de impresiones, ideas, pensamientos, sentimientos, etc., que se suceden unos a otros, y no una sustancia permanente y única centrada en el pensamiento. En esta misma línea, Hume también argumenta que la razón está sometida a nuestros sentimientos. Es conocida su frase «La razón es esclava de las pasiones», con la que resumía la tesis según la cual la racionalidad humana está condicionada y sometida a nuestros sentimientos y a nuestras emociones.

Kant: libertad, racionalidad y dignidad

También en el siglo XVIII, como Hume, Immanuel Kant (1724-1804) desarrolló su filosofía, conocida como idealismo trascendental. Para Kant, uno de los rasgos principales de los seres humanos es la libertad: debemos suponer que somos libres para que la moral, las normas jurídicas, etc., tengan sentido. Solo si nuestra voluntad es libre podemos elogiar o censurar nuestras acciones. En relación con la libertad de la voluntad, Kant defiende que la voluntad solo es libre si es autónoma, es decir, si se da a sí misma sus propias normas. Por ello, lo contrario, la heteronomía, se produciría si la voluntad humana estuviera sometida a las influencias de otras personas o de las pasiones, las emociones, los sentimientos, etc. Por tanto, la voluntad humana solo es libre si domina las emociones. Además de la libertad, otra característica esencial de la humanidad es la racionalidad. La voluntad humana debe regirse por el imperativo categórico, que es una norma moral según la cual debemos actuar de tal modo que nuestra máxima (la regla que seguimos) pueda convertirse en una máxima de aplicación universal, que todos puedan actuar siguiendo esa misma manera. En conclusión, en nuestra condición de seres libres y racionales, según Kant, los seres humanos tenemos dignidad, un valor intrínseco e inalienable que no se puede reducir a ningún tipo de bien material. Los objetos tienen un precio; solo las personas tienen dignidad y nunca se les puede comprar o vender.

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