La Conspiración de Catilina: Análisis Histórico y Estrategias Políticas

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Así pues, aterrorizados y con dudas los demás, cayeron Cornelio, caballero romano, y con él Lucio Vargunteyo, senador. Decidieron esa noche, poco después, entrar en casa de Cicerón como para saludar, con hombres armados y de improviso, en su propia casa, desprevenido, coserlo a puñaladas.

Entonces el cónsul Marco Tulio, o temiendo su presencia o alterado por la ira, pronunció un discurso brillante y útil para la república. Pero cuando aquel se sentó, Catilina, como estaba preparado para disimularlo todo, comenzó a pedir a los senadores que no creyeran nada de él a la ligera. Unos decían que Tarquinio había sido enviado por Cicerón para que Craso, asumida la defensa de los malvados según su costumbre, no perturbara la república. Yo escuché al propio Craso diciendo públicamente después, que aquella tan gran ofensa había sido causada a él por Cicerón.

El victorioso Sila ordenó que Damasico y otros de esa calaña fueran degollados. ¿Quién no alababa la acción de este? Decían que hombres criminales y malhechores que habían agitado la república con revueltas habían sido asesinados merecidamente. Pero esa acción fue el inicio de una gran desgracia. Después de que Catón se sentó, todos los consulares y del mismo modo gran parte del senado alaban su opinión, ensalzan el valor de su ánimo, unos increpando a otros los llaman cobardes. Catón es considerado ilustre y grande, se hace un decreto del senado, como él había pensado.

Después de que la ciudad fue corrompida por el lujo y la desidia, la república soportaba los vicios de los generales y de los magistrados y en mucho tiempo no hubo nadie grande en Roma por su valor. Pero hubo dos hombres de enorme valor, Marco Catón y Cayo César. César era considerado grande por sus beneficios y su munificencia. César se había propuesto trabajar, estar vigilante, despreocuparse de sus cosas, no negar nada que fuera digno de regalo. Para él deseaba un gran imperio, un ejército, una guerra nueva, donde pudiera brillar su valor.

Pero Catilina, después de que se ve a sí mismo encerrado por los montes y por las tropas de los enemigos, que la situación en la ciudad era adversa y que no había ninguna esperanza de huida o de defensa, había pensado que era mejor probar la suerte de la guerra. Decidió combatir con Antonio cuanto antes. Malio y Fesulano caen luchando entre los primeros. Catilina, después de que ve a las tropas dispersadas y a sí mismo solo con unos pocos, acordándose de su linaje y de su antigua dignidad, se lanza contra las líneas más cerradas de los enemigos y allí es abatido luchando.

Pero Catilina fue encontrado lejos de los suyos, entre los cadáveres de los enemigos, respirando un poco todavía y reteniendo en el rostro la fiereza de ánimo que había tenido en vivo. Finalmente, de toda la tropa no fue capturado ningún ciudadano libre ni en el combate ni en la huida.

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