El Constitucionalismo: Origen, Evolución y Pilares de la Democracia Moderna

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El constitucionalismo se define como el movimiento político y jurídico que da origen a la Constitución, un documento fundamental para la organización de los Estados modernos. Sus principios esenciales son:

  • Nace como una doctrina política en el siglo XVIII, impulsada por la necesidad imperante de limitar el poder absoluto de los monarcas.
  • Esta limitación del poder tiene como objetivo primordial garantizar al ciudadano la libertad y la igualdad ante la ley.
  • Surgen los "estados constitucionales", cuyo propósito central es regular y controlar el poder para asegurar estas dos condiciones fundamentales.
  • Jean-Jacques Rousseau, figura clave de la Ilustración, definió la necesidad de una Constitución como la exigencia de un contrato social entre individuos libres e iguales, donde no puede caber la imposición unilateral.
  • A partir de 1812, este movimiento, que ya se manifestaba en Francia y Estados Unidos (EEUU), se extiende progresivamente por toda Europa, sentando las bases de los sistemas políticos contemporáneos.

Etapas del Constitucionalismo: Un Proceso de Transformación

Este proceso histórico ha experimentado una evolución significativa, que puede dividirse en distintas fases:

Constitucionalismo Liberal (Siglo XVIII)

Esta primera etapa surge de la premisa de que "la desigualdad no es natural". Sin embargo, en Europa, las constituciones iniciales de este periodo no lograron plenamente sus objetivos de garantizar la libertad y la igualdad. Esto se debió, en gran medida, a la ausencia de mecanismos de sanción explícitos dentro de las propias constituciones ante su incumplimiento. Se confiaba en la legitimidad del contrato social, un planteamiento que, en la práctica, resultó ser un fracaso.

En contraste, Estados Unidos presentó un caso diferente. Aunque su Constitución tampoco integraba un procedimiento o mecanismo de sanción ante su incumplimiento, se estableció una organización política clave: el Tribunal Supremo. Este órgano asumió la función de garantizar el buen uso y funcionamiento de la Constitución, logrando, a diferencia de Europa, evitar la aprobación de leyes que la contradijeran.

No obstante, el constitucionalismo liberal tampoco garantizó plenamente la igualdad. Un ejemplo claro es la introducción del sufragio censitario durante la Revolución Francesa. Bajo este concepto, la soberanía no residía en el pueblo individualmente, sino en la "nación" como un ente abstracto. Esta nación era representada por una pequeña parte de la población, generalmente aquellos con fortuna económica o formación académica, lo que se conoció como soberanía nacional. Se consolidó la idea de que "el sufragio no es un derecho, sino una función", limitando la participación política a una élite.

Constitucionalismo de Posguerra (Desde 1945)

Tras la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1945, se aprueban nuevas constituciones que, aunque su éxito se manifestó de forma diferida, introdujeron elementos cruciales para la garantía del propio constitucionalismo. Estas constituciones marcaron un hito al incorporar mecanismos más robustos para asegurar su supremacía y efectividad.

Ejemplos paradigmáticos de esta época son la Constitución italiana (1949), la alemana (1947) y la española (1978). Basándose en la soberanía popular y estableciendo tribunales constitucionales, estas cartas magnas sometieron la ley a la Constitución, asegurando así la igualdad y la primacía del texto fundamental. Además, se añadió un procedimiento específico de reforma constitucional, lo que previene cambios repentinos e importantes ante variaciones de gobierno y asegura una estabilidad más duradera. Esta condición es indispensable para que una Constitución sea considerada plenamente normativa y efectiva.

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