La Construcción del Estado Liberal en España: Facciones, Constituciones y Regencias
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El Estatuto Real de 1834 y el Surgimiento del Liberalismo Español
El Estatuto Real de 1834 estableció unas Cortes bicamerales: una cámara alta, el Estamento de Próceres, compuesta por nobles y altos dignatarios; y una cámara baja, el Estamento de Procuradores, elegida por sufragio censitario (personas con cierta renta). Es importante destacar que estas cámaras tenían un carácter meramente consultivo, asesorando al monarca.
Paralelamente, se implementó una nueva división provincial. Sin embargo, estas reformas resultaron insuficientes para las aspiraciones de los liberales, lo que desencadenó levantamientos en 1835. Como resultado, los liberales progresistas, liderados por Mendizábal, ascendieron al poder. Dentro del espectro liberal, se consolidaron dos facciones principales:
Facciones Liberales: Progresistas y Moderados
- Progresistas: Defensores de la libertad económica, con un fuerte énfasis en el predominio del Parlamento. Abogaban por un sufragio más amplio, una mayor extensión de derechos, la descentralización administrativa y la existencia de la Milicia Nacional.
- Moderados: También partidarios de la libertad económica, pero con una inclinación más autoritaria, priorizando el poder del rey y del gobierno. Promovían un sufragio restringido, una menor ampliación de derechos, la centralización del Estado y el rechazo a la Milicia Nacional.
Las Constituciones Liberales: 1837 y 1845
La Constitución de 1837: El Proyecto Progresista
La Constitución de 1837, de inspiración progresista, fue un hito al reconocer explícitamente la división de poderes: judicial, ejecutivo y legislativo. Otorgaba al monarca importantes prerrogativas, como la capacidad de nombrar y suspender jueces, ejecutar o vetar leyes, controlar el ejército, disolver las Cortes y compartir el poder legislativo con estas, así como el ejecutivo con el Gobierno. Establecía un sufragio censitario e indirecto, regulado por una Ley Electoral específica.
La Constitución de 1845: La Visión Moderada
En contraste, la Constitución de 1845, de marcado carácter moderado, supuso un giro significativo. Sustituyó el principio de soberanía nacional por la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Bajo esta carta magna, los poderes del monarca se vieron incrementados, y el cuerpo electoral se redujo drásticamente, limitándose a aproximadamente el 1% de la población. Además, la administración local y provincial quedó bajo un estricto control del gobierno central, reforzando el modelo centralista.
La Regencia de Espartero y el Reinado de Isabel II
La Regencia de Espartero (1840-1843)
Tras un periodo en el que los moderados habían desplazado a los progresistas, la Revolución de 1840 marcó el retorno de estos últimos al poder. Este levantamiento culminó con la expulsión de la regente María Cristina y el ascenso del general progresista Baldomero Espartero a la regencia.
La regencia de Espartero estuvo marcada por importantes conflictos, especialmente debido a su defensa de políticas librecambistas, que favorecían la entrada de productos extranjeros. Esta postura generó una fuerte oposición, particularmente en Barcelona, donde la represión militar de un levantamiento agravó su impopularidad y precipitó su caída en 1843. Este evento facilitó el retorno de los moderados al poder mediante un golpe militar, inaugurando un periodo de diez años conocido como la Década Moderada.
El Reinado de Isabel II y la Construcción del Estado Liberal (1843-1868)
Con la mayoría de edad anticipada de Isabel II, se inició su reinado, caracterizado por la consolidación de un Estado Liberal. Aunque formalmente se estableció un régimen parlamentario con Cortes y elecciones, la realidad del sistema distaba de ser plenamente democrática. La reina ejercía un control significativo, nombrando a los gobiernos que, a su vez, manipulaban los procesos electorales para asegurar su victoria.
Esta dinámica limitaba severamente las vías de acceso al poder para la oposición. La única alternativa efectiva para alcanzar el gobierno era a través de pronunciamientos militares (como los protagonizados por figuras como Narváez y O'Donnell), lo que confirió un desproporcionado protagonismo al ejército en la vida política española. De hecho, la mayoría de los presidentes de gobierno durante este periodo fueron militares. Otra vía, menos frecuente, era la conspiración en la Corte.