El Cristianismo en la Modernidad: Nietzsche vs. la Tradición
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La Crítica de Nietzsche a la Moral Cristiana
En una época marcada por el declive de la Ilustración y el auge del movimiento industrial, Nietzsche emerge como un crítico de la cultura occidental, en particular de la moral cristiana. Se cuestiona la existencia misma de esta moral y su impacto en la vida cotidiana. ¿Nos ayuda o nos limita?
Nietzsche argumenta que el cristianismo ha impuesto valores como el triunfo de la muerte sobre la vida y de la razón sobre los instintos. Promueve la salvación en un Más Allá ilusorio, negando el valor del presente y la vida misma. Para Nietzsche, el ser humano es libre y la vida carece de leyes trascendentes. No somos responsables ante nadie más que ante nosotros mismos. Debemos aceptar la vida tal como se nos presenta. Así, Nietzsche proclama la muerte de Dios.
Marx comparte la crítica de Nietzsche a la moral cristiana, pero argumenta que la desaparición de la religión se producirá con el triunfo de la revolución.
La Defensa de la Fe Cristiana: San Agustín y Santo Tomás
En contraste, San Agustín defiende la indispensabilidad de Dios para la vida. Describe a un Dios creador, con poder ilimitado, que creó el mundo de la nada. Todos los seres, excepto Dios, son contingentes (existen, pero podrían no existir). Dios, en cambio, es un ser necesario. Es omnipotente y, al ser único, puede ser el creador. Puede alterar el curso de los acontecimientos y generar resultados milagrosos.
Santo Tomás de Aquino también afirma la existencia de Dios. Parte de hechos observables por los sentidos, aplica un concepto metafísico aceptado y demuestra que negar la existencia de Dios conduce a conclusiones absurdas. Por tanto, concluye que Dios existe.
El Papel de la Ciencia y la Tecnología en la Modernidad
En la actualidad, parece que hemos depositado en la ciencia todas nuestras expectativas de verdad y conocimiento, relegando la filosofía a un segundo plano. Sin embargo, gran parte del siglo XX ha estado marcado por la dictadura “tecnocientífica”, que se erige como una nueva verdad parcial, un nuevo “ídolo”: la tecnología.
Podríamos aplicar a la tecnología los mismos adjetivos que San Agustín atribuía a Dios: necesaria, milagrosa, de poder ilimitado. Dado el avance tecnológico actual, incluso podríamos llegar a considerar la tecnología como la única creadora.