Crítica a la Metafísica Tradicional y la Moral del Rebaño según Nietzsche
Clasificado en Filosofía y ética
Escrito el en español con un tamaño de 4,49 KB
La metafísica tradicional se asienta en un error básico: la creencia en la antítesis de los valores. Los filósofos dogmáticos han creído siempre que nuestro mundo terrenal carece de sentido por sí mismo, proviniendo este directamente de Dios, de “otro mundo” verdadero con características totalmente opuestas. Ese otro mundo trascendente, que se considera la
158
verdadera realidad, el “ser”, es entendido por la ontología tradicional como algo inmutable y estático. Frente a él, lo que nos rodea y conocemos es completamente aparente y falso: nuestro mundo es irreal y debemos buscar en “el otro” para encontrar la verdad.
Nietzsche califica por ello a la metafísica tradicional como una filosofía estática por rechazar el devenir y el cambio propios de la vida. El máximo exponente de esta división entre mundo real y mundo aparente, entre el mundo del cambio y el mundo de lo inmutable, fue Platón con su dualismo: con él se negó la vida al otorgar más importancia al Mundo de las Ideas que al mundo sensible. La razón por la que se llega a esta división se encuentra en los prejuicios de los filósofos tradicionales contra algunas manifestaciones vitales, como la muerte, la vejez, el cambio, e incluso los sentidos, que acaban por entenderse como instrumentos de engaño o perdición en estrecha relación con la moral occidental. Es por ello que tienden a crear una metafísica del consuelo y de resentimiento contra la vida.
Nietzsche niega rotundamente la existencia de dos mundos, uno aparente y otro real, defendiendo que lo único que existe es la vida entendida como voluntad de poder (como posibilidad, como potencialidad, como fuerza). Si Platón es el inicio de este gran error que ha viciado la historia de la filosofía, el eslabón final es Hegel, que anuló la verdadera realidad al identificarla con la razón: desde Platón a Hegel, la filosofía se ha dedicado a encerrar al ser en categorías como las de unidad, identidad, causalidad, etc., por miedo a enfrentarse a una realidad irracional y, en ocasiones, inexplicable. Así, hemos ido creando poco a poco la ilusión óptico-moral de la existencia de un “ser verdadero” de las cosas que está más allá de ellas y no puede captarse por medio de los sentidos (como las Ideas de Platón). Ello nos hace negar el cambio y el devenir de la vida como falso. Pero “inventar fábulas acerca de ‘otro’ mundo distinto de este no tiene sentido”, más bien muestra un resentimiento contra la vida, un modo de vida descendente. No existe ningún mundo verdadero que se oponga a nuestro mundo haciéndolo aparente, como instauraba el platonismo: simplemente, el ser humano necesita un reposo y una tranquilidad que la verdadera realidad no le puede proporcionar porque es angustiosa, lo que le lleva a realizar un salto ontológico ilícito hacia trasmundos ficticios.
Esta tendencia es también el origen de esa moral del rebaño que va en contra de la vida, una moral del consuelo frente a la dura realidad, frente a la tragedia de la finitud, y también es el origen de una metafísica dogmática que ha encontrado en Dios la seguridad que necesitaba. De hecho, según Nietzsche, una de las mayores manifestaciones de esta metafísica dogmática se encuentra en la religión judeo-cristiana, que, como todas las religiones, surge del miedo y de la impotencia humana ante sus necesidades. Concretamente, el cristianismo, inspirándose en la filosofía platónica, ha invertido los valores que imperaban antiguamente en Grecia y Roma, los valores de la vida, de los fuertes, de los nobles, y los ha sustituido por valores mezquinos como la obediencia, el sacrificio, la humildad, etc. En definitiva, ha impuesto la moral de los esclavos, enemiga de la moral del superhombre. Además, ha inventado la idea de pecado, que no es otra cosa que un atentado contra la vida, tratando de acabar con los instintos. Al crear a Dios, los cristianos crean a un ser perfecto que da sentido a sus vidas; pero este ser perfecto se convierte en el referente que hace patentes todas las imperfecciones humanas. El Dios de los cristianos, dice Nietzsche, es el dios de la negatividad, es el origen de la moral mezquina: para acabar con la religión, habrá que acabar asimismo con la idea de Dios, que finalmente liberará al hombre. Es en este sentido que Nietzsche propone la caída de todos los ídolos trascendentes inventados por el hombre (el crepúsculo de los ídolos), y lo expresa con el concepto de la muerte de Dios.