Cubismo y Rayos X: La Revelación de lo Invisible en Picasso y Matisse

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El cubismo se puede comparar con los Rayos X, gracias a los cuales podemos ver lo invisible a través de lo opaco. El mundo se desmorona con los nuevos descubrimientos. Al atravesar los cuerpos, se desnuda la realidad. Las figuras se presentan, no se representan, como las de las cavernas. No hay acción. Las figuras están quietas, nos las encontramos en sí mismas. Esto es así para no distraer al espectador con el movimiento. Se relacionan por separado con el espectador, no entre ellas. Como en los retratos holandeses del Cuerpo de Guardia de Jacobsz, anteriores al logro de Rembrandt en su retrato de La ronda de noche. Lo importante es la individualidad de cada uno. El retrato de grupo que está muy presente en Picasso es el del Entierro del Conde de Orgaz, a caballo entre la individualidad y un diálogo interno. También ocurre en Las Meninas, con excepción de algún personaje. Están pendientes de los movimientos del espectador, que es absorbido por la obra, pero en el ámbito de la presentación, no la representación.

La presentación es solo de lo sagrado, que solo se puede ver un instante. De ahí las máscaras africanas y la cortina de Las señoritas de Avignon.

La Mirada Cubista y la Influencia de los Rayos X

La clave del cubismo de Picasso es la mirada a una perspectiva plana donde todos los elementos de la volumetría, con su propia dimensión, aparecen como facetas. Picasso tuvo conocimiento de los Rayos X, que se descubrieron en 1895 por la Universidad de Múnich. Esto cambia la concepción de la mirada. Es interesante lo que no se ve, pero se presiente. La obsesión de Picasso es revelar lo invisible.

Además, el verse uno mismo el esqueleto es la experiencia del vivo-muerto, que obsesionó siempre a Picasso.

(En los años 15, Paul Valéry va a una conferencia en la Sorbona en la que el profesor Cohen explica, como si de una operación se tratara, su poema filosófico de El cementerio marino. Se sintió extraño. No sabía si estaba vivo o muerto, porque esa clase de conferencias se daban sobre autores ya muertos o verdaderos genios, y él no se consideraba nada excepcional.)

Picasso trabajaba sobre unas radiografías de Apollinaire. Era la foto de un muerto. Siempre hay algo de muerte, del más allá.

La realidad que Picasso nos va a mostrar en el cubismo no tiene nada que ver con la realidad.

Es recurrente el esconder una joya en un exterior bruto, como la figura que nos recuerda a las esculturas de Giacometti dentro de la escultura de Picasso, o el panteón de reyes del Escorial de Felipe II.

Primitivismo y Bidimensionalidad: Picasso y Matisse

Hay una obra posterior a Las señoritas de Avignon, pero del mismo primitivismo, que es La danza de Matisse. No sabemos si la pinta como reacción a la obra de Picasso. Representa también el mundo primitivo, al igual que Dríada o El harén. Con unas figuras que no sabemos si son hombres o mujeres, muy andróginas.

En ambas obras hay un único plano, aunque en La danza el azul da profundidad, el verde equilibrio, y el naranja se proyecta hacia nosotros. Pero no si quitamos el fondo.

Hay algo del mito dionisíaco en la danza y también en Picasso. El tiempo que crea no es secuenciable, sino espacializado. Viene de abajo, no de ayer. No es temporalizado. La danza es tan vertiginosa que anula el movimiento. (También parece que influye la danza en la obra de Pollock.)

Denuncia la perspectiva tridimensional. Pone de relieve la bidimensionalidad del espacio iluminado religioso que se inscribe en lo real. Volver al elemento luminoso y sagrado como la pintura cristiana primitiva, bizantina, hasta Duccio, o Giotto que consiguen la humanización de lo sagrado. Ahora la pintura es el relato. Ha perdido el sentido luminoso de los iconos.

También es común la frontalidad de las figuras, casi en posición ritual. En La danza el movimiento circular también aparece frontal.

En la perspectiva religiosa solo hay verticalidad, la dimensión religiosa, ascendente, y la horizontalidad, dimensión humana.

Lo Divino y lo Humano en la Obra de Matisse

Cuando Picasso en Las Meninas juega con el cuadrado mágico, implica un equilibrio casi estático; cuando rompe la sacralidad, hace el formato horizontal.

Lo divino y lo humano coordinados, no enfrentados, lo encontramos en las obras de Matisse, que reclaman nuestra atención.

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