La Cuestión Obrera en el Siglo XIX: Perspectivas Éticas y Soluciones Propuestas
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La Cuestión Obrera en el Siglo XIX
La “Cuestión Obrera” como Problema y como Mal
El gran tema social del siglo XIX fue la entonces llamada “cuestión obrera”. En el año 1891, en la encíclica Rerum Novarum, León XIII expuso su génesis y resumió su contenido afirmando que un pequeño número de opulentos y adinerados había impuesto un yugo casi de esclavitud a una infinita multitud de proletarios. Esta situación, desde el punto de vista sociológico, constituía un problema que exigía solución y, desde la perspectiva ético-teológica, un mal moral que reclamaba remedio.
Hacia la Solución (del Problema) y el Remedio (del Mal)
El gran pontífice se adentró decididamente por los caminos de la búsqueda y concreción de la solución-remedio. Para conseguirlo, después de rechazar como inadecuado e injusto el proyecto socialista de sociedad, comenzó sentando tres presupuestos: el cristianismo y la Iglesia tienen una palabra necesaria y principal que decir; la condición humana es desigual; el sufrimiento y las adversidades forman parte de la existencia. No hay salida si, por un lado, se margina la dimensión cristiana de la vida y, por otro, se pretende un mundo de absoluta igualdad y de total felicidad. Y prosiguió afirmando que la solución y la cura, viables e inaplazables, radicaban en la convergencia operativa de tres agentes: la Iglesia, el Estado y los mismos interesados, patronos y obreros.
Las Aportaciones Específicas de la Iglesia, el Estado y de los Propios Interesados (Patronos y Obreros)
La Iglesia aporta una doctrina de la justicia contractual, de comunión amistosa de bienes y de fraternidad cristiana: debemos ser justos, amigos y hermanos; al par que una concreta acción, al educar con vistas a una vida virtuosa y al haber institucionalizado, a través de la historia, una ingente y plural red de beneficencia. A la vez, el Estado, superando su cristalización liberal, tiene que dedicarse preferentemente a la clase obrera, en función de su constitutiva finalidad de servir al bien común, y únicamente lo hará si, protegiendo la propiedad privada contra todo intento de colectivización impuesta, evita en sus fuentes las huelgas, garantiza unas condiciones humanas de trabajo, vela eficazmente por la justicia de los contratos laborales y legisla de cara a posibilitar una universal obtención de la propiedad. Finalmente, los mismos interesados deben organizar libremente instituciones de mutua ayuda y cooperación (entre las cuales sobresalen las asociaciones, sean mixtas de patronos y obreros, sean de solo obreros: el mundo sindical) y encauzar, de este modo, caminos concretos de defensa, formación y promoción del proletariado. León XIII cerró su histórico documento con un enérgico alegato a favor de una general efusión de la caridad cristiana.