El Culto en la Antigua Roma: Público, Doméstico y a los Muertos

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El Culto Público

El culto público estaba dirigido por sacerdotes. Solo éstos podían entrar al templo, que era la casa del dios.

Colegio de Pontífices

Tenía a su cargo la elaboración del calendario, los días laborables (fastos) y los festivos (nefastos).

Colegio de los Augures

Las sacerdotisas debían mantener el fuego sagrado de Vesta, el carácter eterno de Roma. Especializados en adivinar, tenían gran prestigio y su especialidad era interpretar el comportamiento de las aves.

El Culto Doméstico

La religión era también de carácter privado, el director era el propio paterfamilias, quien se encargaba de llevar a cabo las ofrendas. Solo se propagaba de varón a varón. La casa de un romano encerraba un altar, en el que tenían siempre un poco de ceniza y carbones encendidos, era obligatorio. Rendían culto a:

  • Genius: antepasado común.
  • Lares: protectora de la familia representada por una figura de barro.
  • Penates: protegía la despensa.
  • Manes: almas de los ancestros muertos, a quienes se les honraba con ofrendas.

Culto a los Muertos

Los ritos funerarios tenían un gran prestigio social y también los monumentos a los muertos. En las familias patricias, se preparaba el cadáver y después el féretro se exponía en el atrio. Se organizaba la pompa fúnebre que recorría las calles de la ciudad para acabar en el foro. Allí se pronunciaba un discurso de elogio del muerto con toda su familia presente, incluso los muertos representados por esclavos. Se continuaba fuera de las murallas donde se procedía a la incineración, se le ponía una moneda en la boca para pagar el peaje al mundo de los muertos. Las familias visitaban las tumbas en fechas señaladas. En el mundo de los muertos, las almas eran conducidas hasta la laguna Estigia. Allí las esperaba el barquero Caronte, que tras recibir una moneda las transportaba a la otra orilla donde estaban las puertas del Hades, vigiladas por el Can Cerbero, un perro de tres cabezas. Las almas eran juzgadas y según el veredicto podían ir a los Campos Elíseos. Aquellos que no se habían portado bien en la vida iban al Tártaro, donde cada condenado tenía un castigo a medida.

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