David contra Goliat: La Verdadera Historia de un Enfrentamiento Épico

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David y Goliat

En la antigua Palestina se encuentra la región de Sefela. A lo largo de los siglos se han sucedido las guerras para hacerse con el control de la zona, puesto que los valles que se elevan desde la planicie mediterránea ofrecen un camino franco desde la costa hasta las ciudades de Hebrón, Belén y Jerusalén, en las tierras altas de Judea. El valle más legendario es el de Ela. Su nombre es conocido porque en los tiempos del Antiguo Testamento, el reino de Israel se enfrentó contra los ejércitos de los filisteos. Los israelitas se arracimaban en las montañas, bajo el liderazgo del rey Saúl. Los filisteos provenían de Creta. Eran un pueblo marinero que había arribado a Palestina. Su meta era tomar el cerro cercano a Belén y dividir el reino de Saúl en dos. Los filisteos establecieron su campamento en los cerros del sur del valle y los israelitas del otro lado, en las elevaciones del norte. Los dos ejércitos podían verse a través de una quebrada. Ninguno se atrevía a hacer ningún movimiento. Finalmente los filisteos enviaron hasta el valle a su mejor guerrero, querían romper el impasse con un combate singular.

El hombre era un gigante, de más de dos metros, casi tres. Portaba un casco y una armadura completa de bronce. Sus armas eran una jabalina, una lanza y una espada. Precedía su marcha un escudero, que llevaba a cuestas un enorme escudo. El gigante les gritó a los israelitas que escogieran quien iba a pelear con él, y les dijo que si lo vencían serían sus siervos. Nadie quería ir. Entonces, un joven pastor, que había venido de Belén con comida para sus hermanos, dio un paso al frente y se ofreció voluntario. Saúl se opuso. Pero el pastor se mantuvo firme. Se las había visto con oponentes más fieros, alegó. “Cuando venía un león o un oso, y tomaba algún cordero de la manada”, le dijo a Saúl, “salía tras ellos, los hería y los liberaba de su boca”. Saúl, sin otra opción, cedió. El pastor bajó corriendo la pendiente hacia el valle. Y así comenzó una de las luchas más famosas de la historia. El nombre del gigante era Goliat, y el del pastor, David.

David y Goliat es un ejemplo sobre lo que ocurre cuando la gente normal se enfrenta a gigantes. Muchas veces, malinterpretamos las historias y hacemos lecturas erróneas. Los gigantes no son cómo pensamos. Las mismas características que parecen dotarles fuerza contribuyen muchas veces a sus puntos débiles. Goliat esperaba otro guerrero dispuesto a una pelea cuerpo a cuerpo. No imaginaba que el combate pudiera entablarse de otra manera, se preparó consecuentemente. Para protegerse de los golpes dirigidos al cuerpo, vestía una armadura de 60kg. También llevaba en la cabeza un casco de metal. Sus armas eran para combates cuerpo a cuerpo.

Cuando aparece David, Saúl intenta darle su espada y su armadura para que al menos tenga una oportunidad en la contienda. David las rechaza. En lugar de eso, escoge 5 piedras lisas, que guarda en su zurrón. Acto seguido, desciende hasta el valle agarrando su cayado. “¿Acaso soy un perro?” dice Goliat señalando al bastón, “que vienes contra mí con palos”.

Lo que sucede a continuación es materia de leyenda. David coloca una de las piedras en la bolsita de cuero de la honda, y la lanza contra la frente descubierta de Goliat. El gigante cae. David corre hacia él, empuña la espada de Goliat y le corta la cabeza. Los filisteos huyeron.

Esa batalla la ganó milagrosamente el más débil. Así nos hemos contado la historia a lo largo de los siglos. Y por eso la historia la conocemos como símbolo de las victorias inesperadas. Sin embargo, esta versión de los hechos está casi completamente equivocada.

Las Clases de Soldados en la Antigüedad

Los ejércitos de la antigüedad tenían 3 clases de soldados:

  • Caballería: hombres armados en sus caballos o en carros.
  • Infantería: tropa de pie, con armaduras, espadas y escudos.
  • Artillería: los arqueros y los tiradores de honda. Estos tenían una bolsita de cuero que iba atada por los lados a una larga cuerda. Colocaban la piedra en el receptáculo, la ondeaban describiendo círculos progresivamente más amplios y rápidos, y soltaban un cabo de la cuerda propulsando la piedra muy lejos. Se requería mucha habilidad y práctica. En manos expertas, la honda resulta un arma mortífera.

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