Declaración Universal de Derechos Humanos y el Genocidio de Ruanda: Un Análisis Antropológico

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La Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU

Tras la Segunda Guerra Mundial (IIGM), una de las primeras medidas de la ONU (recién nacida) fue la creación de una declaración de los derechos humanos para que la firmasen todos los países representados en el organismo internacional. (Leer la declaración aprobada de 1948, al final del libro, sección III).

Antes de debatirlo en la Asamblea General, la Comisión de Derechos Humanos, para evitar prejuicios etnocéntricos que minasen su formulación universal, envió un borrador a varias asociaciones, entre ellas la Asociación Americana de Antropología (AAA). Tras un periodo de reflexión, el antropólogo H. Herskovits, su presidente, publicó en la revista American Anthropologist la declaración oficial remitida por la comisión de derechos humanos (leer sección III). Tal declaración argumentaba por qué la AAA no se adhería a la proclamación de Derechos Humanos de la ONU. Este rechazo debió ser compartido por la mayoría de antropólogos. En la recientemente publicada recopilación de artículos sobre los derechos humanos, su autor, el antropólogo Mark Goodale (2009), resume la historia de desencuentros y equívocos entre el campo de la antropología y el de DDHH.

Genocidio y Violencia Comunal

Entre abril y junio de 1994 tuvo lugar en Ruanda uno de los genocidios más terribles del siglo XX. El genocidio de los tutsis se originó en un marco histórico complejo donde intervienen problemas ecológicos y políticos de un país superpoblado, así como la aceptación y transformación cultural de la ideología racista de tipo europeo que transmitieron a hutus y tutsis los misioneros y administradores coloniales.

El caso ruandés debe contemplarse dentro de una compleja dinámica de guerras regionales, con diversos episodios de masacres, próximos al genocidio, tanto en Ruanda como en su vecina Burundi. El genocidio, tal y como se llevó a cabo, solo fue posible mediante la participación activa en las matanzas de casi toda la población hutu. En Ruanda no se exterminaba en campos de concentración ni con técnicas que permitiesen a las masas ignorar lo que ocurría; se ejecutaba con machetes, con un conocimiento local que solo da la vecindad y con la participación comunal de aldeas enteras, si bien las matanzas eran organizadas y dirigidas por élites políticas, militares y de las milicias hutus.

El Genocidio Ruandés

A finales de los 80, el régimen de Juvenal Habyarimana, presidente hutu desde el golpe de Estado de 1973, se veía acosado por el avance de los exiliados tutsis del FPR (Frente Patriótico Ruandés). Por presiones de otros países, el presidente firmó con los líderes de la diáspora tutsi el tratado de Arusha (1993): se comprometía a aceptar el regreso de los refugiados tutsis, el reparto de poder en un estado multiétnico y la integración del FPR en las fuerzas armadas ruandesas.

Habyarimana logró que los acuerdos no fueran efectivos y alentó la creación de una milicia hutu (Interhamwe), planificada como una maquinaria de exterminio, eficaz y precisa. En abril de 1994, Habyarimana y el presidente de Burundi fallecieron en extrañas circunstancias al estrellarse su avión. Se achacan sus muertes a allegados de Habyarimana, que eran todavía más antitutsis que él.

El ejército ruandés tomó el poder, decretó toque de queda y ordenó intervenir a las milicias Interhamwe, para lograr eliminar a los artífices y partidarios del pacto suscrito entre hutus y tutsis.

La radio extremista Radio Mille Collines culpó de las muertes de los presidentes a los inyewzi, y llamaba a sus seguidores a cumplir los planes de exterminar a los tutsis. La emisora emitía listados y direcciones de tutsis o hutus de la oposición.

En abril de 1994, gran parte de los hutus contrarios al régimen fueron asesinados. Los primeros días, los autores de las muertes eran soldados. Luego, las comunidades locales de hutus, armados de machetes y con el seguimiento de la radio, escuchando los listados de nombres que anunciaba con sus direcciones de a qué tutsis había que matar. Así se perpetró una de las matanzas más rápidas y eficaces del siglo XX. Lo más particular del caso ruandés es la participación masiva de la población, como si fuera una guerra civil en un genocidio, lo que representa una “rareza antropológica”.

La masacre responde al papel que la historia colonial había otorgado a las identidades y diferencias, tanto étnicas como de género, como políticas, entre hutus y tutsis.

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