Descartes: La Duda Metódica y el Fundamento del Conocimiento en 'Pienso, Luego Existo'
Clasificado en Filosofía y ética
Escrito el en español con un tamaño de 4,45 KB
Autor
El autor del texto es René Descartes, filósofo francés del siglo XVII y uno de los máximos representantes del Racionalismo dentro de la Filosofía Moderna. Descartes, como la mayoría de los filósofos de este periodo, dedicará buena parte de su filosofía a determinar de qué manera podemos llegar a alcanzar el conocimiento verdadero del que podamos estar absolutamente seguros.
Ideas Principales del Texto
Las ideas del texto, en orden de aparición, son las siguientes:
- Las falacias de los sentidos como primer motivo de duda.
- La duda sobre las supuestas verdades demostradas por otros (crítica al argumento de autoridad) y la necesidad de que uno mismo alcance el conocimiento verdadero.
- La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño como otro motivo de duda.
- La primera verdad que resiste a toda duda: cogito ergo sum (pienso, luego existo).
Explicación de las Ideas
En este texto se exponen algunos de los motivos de la duda metódica cartesiana y la primera verdad a la que llega Descartes: cogito ergo sum (pienso, luego existo).
Este fragmento es representativo del pensamiento de René Descartes. El problema fundamental de la filosofía de su época es el conocimiento humano: determinar de qué herramientas fiables disponemos para alcanzar la verdad y qué instrumentos podemos utilizar para demostrarla. Como vemos en la segunda idea del texto, para Descartes, el entendimiento ha de encontrar en sí mismo las verdades fundamentales a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestros conocimientos. Este punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta sobre la cual no sea posible dudar en absoluto; hay que eliminar todo aquello de lo que sea posible dudar. De ahí que Descartes comience con la duda. Esta duda metódica es una exigencia del método en su momento analítico.
Motivos de Duda
En este texto aparecen dos de los motivos de duda. En las primeras líneas, expone que la primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se encuentra en las falacias de los sentidos. Los sentidos nos inducen a veces a error y, consecuentemente, son una herramienta de la que no nos podemos fiar. Esto nos permite dudar de que las cosas sean como las percibimos, pero no es suficiente como para dudar de que existan las cosas que percibimos. De ahí que Descartes añada una segunda razón para dudar: la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. Nuestros sueños, en ocasiones, nos parecen tan reales que no podemos asegurar que ahora mismo no estemos viviendo un sueño. No obstante, la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño nos permite dudar de la existencia de las cosas del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades como las matemáticas. De ahí que Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda (aunque no aparece en este texto): tal vez exista un genio maligno “de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error”. Como las anteriores, es una hipótesis improbable pero posible.
La Primera Certeza: El Cogito
La duda llevada hasta este extremo de radicalidad parece abocar irremisiblemente al escepticismo. Pero Descartes encuentra una verdad absoluta (cuarta idea en el texto), inmune a toda duda por muy radical que esta sea: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. Si yo pienso que el mundo existe, tal vez me equivoque en cuanto a que el mundo exista, pero no cabe error en cuanto a que yo pienso; igualmente, puedo dudar de todo menos de que yo dudo. Mi existencia como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca, etc.) está exenta de todo error posible y de toda duda posible. Descartes lo expresa con su célebre “pienso, luego existo” (cogito ergo sum). Además, esta primera verdad se convertirá en prototipo de toda verdad y de toda certeza. Analizando esta primera verdad, Descartes establece su criterio de certeza: todo cuanto perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por tanto, podré afirmarlo como inquebrantable certeza.