El destierro y regreso del capellán: redención en Ulloa
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Capítulo XXIX: El destierro y regreso del capellán
La acusación y la huida
El capellán jamás olvidaría el día en que el marqués lo acusó, a él y a Nucha, de ultrajarlo. Expulsado de los Pazos de Ulloa, presenció la impotencia de Marcelina ante la acusación, siendo ella la verdadera víctima de su marido. Enfrentó a don Pedro con valentía, pronunciando palabras que jamás creyó posibles en su boca, acostumbrada a la paz. Huyó sin equipaje, ensillando él mismo la yegua, sin despedirse de la pequeña Nucha. En el camino, el descubrimiento del cuerpo sin vida de Primitivo lo llenó de una mezcla de asombro y gratitud, atribuyendo el suceso a la mano divina.
El destierro en las montañas
En Santiago, el escándalo era público. Julián confesó todo al arzobispo, quien lo envió a una remota parroquia de montaña en el corazón de Galicia, un destierro forzado. Dos estaciones después, una esquela le comunicó el fallecimiento de Marcelina. En lugar de pena, sintió alivio y bienestar, imaginando a Nucha en el cielo. La doctrina de la Imitación de Cristo lo invadió, confiriéndole una insensibilidad que lo llevó a vivir como los lugareños, ocupándose de las cosechas, el clima, la reparación de la iglesia, la educación de los niños, la fundación de una congregación de María (para evitar los bailes dominicales) y la misa diaria. Una vida sin alegrías ni tristezas, pero sin olvidar.
El regreso a Ulloa
Años más tarde, un inesperado ascenso lo sorprendió. El arzobispo lo trasladaba de vuelta a la parroquia de Ulloa, un desagravio, una forma de demostrar que la calumnia puede empañar, pero no manchar la honra.