La Dignidad Inalienable del Ser Humano: Fundamentos Éticos de la Humanidad como Fin
Enviado por Beatriz Fuster López y clasificado en Filosofía y ética
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El hombre no es, ciertamente, santo, pero la humanidad en su persona es sagrada. Dentro de todo lo creado, lo que vemos y sobre lo que se puede ejercer algún poder puede ser empleado como medio para otra cosa; solo el hombre y toda criatura racional es un fin en sí mismo. Lo que en él es sagrado es su autonomía, su libertad. La dignidad de la humanidad debe ser conservada dentro de la persona de cada hombre. El hombre, en tanto ser moral, es el fin de la creación.
La Superioridad Moral y la Capacidad de Fijar Fines
La superioridad del hombre radica en su capacidad de conducirse por un ideal del deber, sacrificándose a sí mismo, frente al mero egoísmo. Esta disposición moral, insuperable de nuestra humanidad, es el objeto de la más alta admiración.
La capacidad de fijarse, en general, un fin cualquiera es el carácter distintivo de lo humano. La humanidad en la persona de cualquier hombre es objeto de un respeto que debe exigirse a todos, y sobre ello reposa su dignidad, su valor interior absoluto. El deber que tiene cada uno hacia sí mismo es conservar esta dignidad en su propia persona.
El Reino de Fines: Un Ideal de Convivencia Racional
Solo de esta manera puede nacer una ligazón sistemática de los seres racionales por leyes objetivas comunes: un reino que pueda ser llamado Reino de Fines. Un reino que, en verdad, no sería más que un ideal. En tal Reino de Fines, los seres racionales, en tanto personas, tienen dignidad porque participan de la legislación universal que determina todo valor.
Por la legislación que se dan a sí mismas, todas las personas harán posible un «mundo de seres racionales en tanto Reino de Fines». Es decir, un mundo en el que ningún ser humano fuese tomado como medio o instrumento de otros, sino como fin en sí mismo: como ser soberano, capaz de pensar y de comportarse de modo racional y, por ello, capacitado para legislar y elegir en la dirección del bien común.
Un tal reino de individuos soberanos y racionales se realizaría si las máximas (normas de conducta) que se imponen a sí mismos fueran universalmente seguidas. Legislar según la razón moral —aquella que nos permite hacer lo que debemos y, por ello, ser libres— sería realizar los intereses universales del hombre y, por ende, su bien.