Economía Española del Siglo XIX: Estancamiento, Transformaciones Agrarias y Desafíos
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Al contemplar la economía española durante el reinado de Isabel II y, en general, a lo largo del siglo XIX, el primer fenómeno que llama la atención es el estancamiento. Esto no implica que la economía española no creciera durante este período: la población aumentó de unos once millones a principios del siglo XIX a unos diecinueve a finales del siglo; la producción de alimentos, prendas de vestir y viviendas se desarrolló lo suficiente para subvenir, aunque precariamente, a las necesidades de esta creciente humanidad; se construyó una gran parte de la red ferroviaria; las ciudades crecieron rápidamente; varias industrias, como la textil algodonera, la siderúrgica y la minera, vieron su producción multiplicada. Sin embargo, a pesar de estos progresos, en comparación con otros países de Europa, la economía española se estancó visiblemente. Es decir, hubo un desfase creciente entre la renta española y la europea.
Transformaciones Agrícolas y sus Consecuencias
Desde la perspectiva de las transformaciones agrícolas, se puede afirmar que los cambios legales de la primera mitad del siglo XIX, como la eliminación del señorío, la extinción de los mayorazgos (convirtiendo la propiedad inalienable e individual en propiedad plena y circulante), la libertad de cercamiento de tierras (acabando con prácticas tradicionales como el aprovechamiento de mieses para pasto y los derechos de paso) y la comercialización de productos agrarios con la eliminación de precios tasados (libertad de precios), así como la acumulación de la propiedad de la tierra y el reforzamiento de su estructura (latifundio y minifundio) resultante de la desamortización, no se tradujeron en innovaciones en las técnicas agrícolas. Los nuevos propietarios prefirieron mantener los sistemas de explotación existentes en lugar de invertir en mejoras. Por lo tanto, el rendimiento de la tierra no aumentó, y el incremento de la producción se debió únicamente a la puesta en cultivo de más tierras después de la desamortización. Incluso disminuyó el rendimiento medio por unidad de superficie, ya que las nuevas tierras cultivadas eran de peor calidad.
La desamortización y la revolución liberal también supusieron la decadencia de la cabaña ganadera, en parte porque muchas de las tierras de pasto se cultivaron, pero también porque se introdujeron especies laneras más rentables y productos textiles más competitivos. El resultado fue un decrecimiento importante de la ganadería lanar, tanto en número de cabezas como en las tierras dedicadas a pastos. También disminuyó el abono natural aportado a la tierra, lo que contribuyó a la reducción de los rendimientos.
Aunque aumentó el cultivo de patata y maíz, especialmente en el Norte, el trigo y otros cereales siguieron siendo los productos fundamentales y la base de la alimentación de la gran mayoría de la población. Esta población aumentó lentamente y se mantuvo como población jornalera con salarios muy bajos. Alfonso Lazo proporciona los siguientes salarios de la provincia de Sevilla en 1845: Arar, tres reales; siembra, seis; escarda, dos; siega, diez. Comparándolos con otras zonas de España, se observa una constante: el nivel superior del salario agrícola en Levante y Cataluña y el bajo nivel en Andalucía. De hecho, la población agrícola se mantuvo en permanente amenaza de hambre debido a malas cosechas o plagas. Se sucedieron varias crisis agrarias en los años 1825, 1837, 1847, 1856 y 1866-1868, que repercutieron en la capacidad de compra del campesinado.