El Engaño Doméstico en la Antigua Atenas: Un Relato de Infidelidad y Descubrimiento

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Este relato, dirigido a los ciudadanos, narra una serie de eventos que culminaron en el descubrimiento de una traición en el seno del hogar ateniense.

7. La Virtud Inicial y el Comienzo de la Desdicha

En la primera época, atenienses, ella era la mejor de todas: era, en efecto, una hábil ama de casa, buena ahorradora y administradora precisa de todo. Cuando mi madre falleció, su muerte se convirtió en el origen de mis desgracias.

8. La Seducción y la Corrupción de la Criada

En efecto, durante el funeral, mi mujer, al seguir a su madre, fue vista por este hombre y, con el tiempo, seducida. Él, observando a la criada que iba al ágora y dirigiéndole palabras, la corrompió.

9. La Organización del Hogar y la Estrategia del Engaño

Así pues, en primer lugar, ciudadanos (pues es conveniente que os cuente también estas cosas), tengo una casita de dos pisos, con las mismas dependencias arriba que abajo, en relación al gineceo y al androceo. Pero cuando tuve a mi hijito, mi mujer lo amamantaba. Y para que, cuando fuera necesario lavarlo, no corriese peligro al bajar la escalera, yo, por un lado, pasaba el tiempo arriba, y las mujeres, por otro, abajo.

12. El Descubrimiento y las Sospechas Crecientes

En efecto, el hombre estaba dentro. Al final, pues, me enteré de todo. Yo ordenaba a mi mujer que saliera y diera el pecho al niño para que dejara de llorar. Ella, al principio, no quería, fingiendo estar contenta al verme llegar después de algún tiempo. Y cuando yo me irritaba y le ordenaba que saliese, decía: «Para que tú al menos seduzcas aquí a la muchacha».

13. La Burla y el Engaño Consumado

«También anteriormente la sedujiste estando borracho». Yo me reía, y ella, levantándose y saliendo, entrecerró la puerta, simulando que jugaba, y echó la llave. Y yo, sin reflexionar sobre ninguno de estos actos ni sospechar nada, me dormía contento tras llegar del campo.

14. Las Evidencias y la Confirmación de la Traición

Y cuando se hizo de día, ella llegó y abrió la puerta. Al preguntarle yo por qué las puertas hacían ruido de noche, aseguraba que el candil que estaba junto al niño se había apagado y que, a continuación, lo había encendido con fuego de los vecinos. Yo callaba y consideraba que las cosas eran así. Me pareció, ciudadanos, que tenía maquillada la cara con albayalde, a pesar de que su hermano había muerto hacía menos de 30 días. Sin embargo, sin siquiera decir nada al respecto, salió y se marchó afuera en silencio.

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