La Escritura del Yo: Orígenes y Configuración de la Autoría Literaria Occidental
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La Escritura del Yo y sus Orígenes No Orales
J. M. Pozuelo considera fundamental el primer rasgo definitorio de las nuevas modalidades de la escritura del yo: a diferencia de otros géneros, la modalidad de escritura que aquí nos convoca, dentro de la familia de «escrituras del yo», no ha tenido formulaciones orales en nuestra tradición literaria. Mientras que otros géneros han tenido una dilatada vida oral —puede decirse que en su misma configuración les ha sido fundamental la recitación o el canto—, no se concibe, empero, para la que ahora nos ocupa una formulación oral.
Esto nos lleva a una primera hipótesis: la emergencia del yo en la cultura occidental es «escritural», es decir, está vinculada a un cambio notable de las condiciones de creación, pero también de transmisión de los propios textos. Bajtín lo explicaba con otro metalenguaje, decía que el cronotopo de la autobiografía era individual y privado, frente a las biografías cuyo cronotopo era el ágora. Montaigne, por su parte, insiste mucho en las formas de lo íntimo.
El Yo como Autor y la Configuración de la Obra
Parece que San Agustín puede ayudarnos a dar un salto decisivo en las coincidencias entre el género ensayístico de Montaigne y la propia autobiografía. No es solo que haya escritura y que esta tenga como protagonista al yo, sino que, en una de sus realizaciones históricas, el yo se constituya como Autor. Esto implica que el yo pertenezca a una forma dada de unidad creativa, ya sea que tenga un carácter representativo previo, o que lo obtenga como consecuencia de su propia obra autobiográfica, confesional o ensayística. A pesar de ello, las Memorias obtienen no solo su sentido pragmático, sino también la naturaleza de la constitución de su textualidad en la configuración de una Obra.
La Representación y el Nacimiento de la Literatura del Yo
J. M. Pozuelo considera necesario ir trazando en qué momento de la cultura de Occidente esta dimensión de Obra va creando la categoría de Autor, porque en ese trance se compromete, a la vez, la categoría aneja del Yo como objeto de representación y no solo como sujeto de ella. Además, podremos contemplar la constitución del fenómeno mismo de la literatura tal como lo concebimos en Occidente.
La literatura del yo nace cuando se hacen solidarios los espacios del sujeto y del objeto de la representación, creando un espacio de creación imaginaria que se sostiene en su propia verosimilitud. No es ya el documento que fija el evento, sino la «representación», es decir, la sustitución de lo que realmente ocurrió por el signo que da entrada a la poiesis como sinónimo de construcción. El signo de la representación ha creado unas circunstancias de enunciación que, sean o no reales, son imaginadas por el sujeto en el curso de su propia intervención sobre un asunto. Cobran su fuerza en la forma de esa representación, en sus metáforas arbitrarias y en el estatus enunciativo imaginario, un estatus enunciativo imaginario que le es anejo pero del que dependen muy por entero.