Escultura Romana desde Antonino Pío hasta el Bajo Imperio

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La Escultura desde Antonino Pío hasta Severo Alejandro

La estatuaria oficial de Antoninos y Severos centraba sus energías en representar a los monarcas y resaltar sus hazañas y carácter divino. La retratística de este tiempo es sin duda la más brillante y retórica de todo el Imperio Romano. El tratamiento en claro-oscuro, los amplios torsos desnudos o cubiertos por el manto militar, la talla de la pupila o el contraste lumínico entre piel pulida y cabello mate. Frente a la clara línea evolutiva de los retratos imperiales, que explica la perduración de su estética hasta principios del siglo III, el relieve conmemorativo acaba naufragando, dividido en tendencias diversas.

La época más fría y conservadora es la que domina bajo Antonino Pío y Marco Aurelio, multiplicando escenas de sacrificios, discursos y apoteosis imperiales; pero pronto se advierte que la veta más rica y prometedora es la inaugurada en los relieves bélicos de Trajano.

Artes Provinciales y Particulares

Las clases altas de todo el Mediterráneo identificaban sus gustos con el helenismo; y, en el ambiente de bonanza que acompañó a la paz del imperio, esta tendencia generalizada supuso, junto al resurgimiento de la literatura griega, una verdadera reactivación de talleres helenizantes. Es por entonces cuando más se prodigan las esculturas en estilo clásico, y nadie, desde el aristócrata que reside en su villa de peristilo hasta el comerciante que habita un piso moderno, puede prescindir de una figura de dios o héroe que decore su estancia.

Renunciamos a introducirnos en el mundo de esta producción en masa. Basta decir que supone la mayor parte de las estatuas grecorromanas que vemos en nuestros museos, y que, entre sus puntos de origen destacan Roma, Atenas y la ciudad anatólica de Afrodisias. Los talleres de Afrodisias ya trabajaban el mármol a comienzos del imperio y proporcionaron las mejores piezas para la villa de Adriano en Tívoli. Permanecieron activos hasta la época de Justiniano. Sus artistas supieron eludir la copia y la adaptación, crearon un estilo carnoso, musculado y de cabelleras fuertemente estructuradas.

De la Anarquía Militar al Bajo Imperio

Con la muerte de Severo Alejandro en 235, la crisis del imperio alcanza tintes dramáticos. Vuelven a desencadenarse luchas generalizadas por el poder, y esta vez la situación se prolonga sin solución aparente. 50 años durará una apresurada sucesión de emperadores que acceden al trono y que tras un reinado turbulento desaparecen de forma violenta. Durante esta anarquía militar la producción artística sufre una recesión. En este contexto, se impone la angustia espiritual y un clima de persecuciones por razón de las creencias. Los distintos credos del imperio que habían convivido durante dos siglos en un clima transigente empiezan a sufrir una escalada de pasiones excluyentes.

Al paso de los años el imperio recobra su poder. Galieno trae de vuelta la estilística en escultura impulsada por los Severos, y Aureliano reunifica el imperio. La reunificación se vuelve latente cuando asciende al trono Diocleciano y crea el sistema de la tetrarquía: él ostentará el poder supremo en la parte oriental mientras que Maximiano lo hará en la parte occidental.

Escultura

A comparación con la arquitectura, las artes figurativas tienen menor peso visual. El relieve, tal como lo vemos, constituye una mera etapa donde la esquematización de formas, esbozadas a fines del siglo II, se consolida. El arte oficial del bajo imperio, cuyo final situaremos en el reinado de Teodosio, por coincidir entonces la prohibición del paganismo y la división definitiva entre oriente y occidente, prescinde de obras imponentes, relacionables con el arte paleocristiano, sobre todo en arquitectura. Ante esta situación es más interesante dirigirse al relieve y al retrato imperial, aunque sea porque nos muestran el definitivo hundimiento del lenguaje clásico. Las figuras pierden toda flexibilidad: se remiten a presentarse ante nosotros, más conscientes de su estatus que de su propio cuerpo, y hasta las telas prescinden de sus últimos pliegues realistas.

En cuanto al retrato, su planteamiento sigue criterios similares: una vez aprendida la lección expresionista de las esculturas tetrárquicas, se rechazan los excesos en el campo de las proporciones o del esquematismo formal, pero se mantiene la caracterización del emperador por su gesto y símbolos de poder. A lo largo del siglo IV, todas las efigies de monarcas, desde las cabezas colosales de Constantino hasta las figuras grabadas, se nos presentan con facciones idénticas, siempre idealizadas, y sólo Juliano el Apóstata rompe con el esquema ya que en su vuelta al paganismo prefiere retratarse con barba.

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