España bajo la Regencia de María Cristina: Turnismo, Oposición y Nacionalismos Periféricos (1885-1902)
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La Regencia de María Cristina de Habsburgo, el Turno de Partidos, la Oposición y los Nacionalismos (1885-1902)
La Regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902) y el Turno de Partidos
Tras la muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885, su esposa María Cristina de Habsburgo asumió la regencia. Para garantizar la estabilidad ante la minoría de edad del futuro Alfonso XIII, los líderes de los partidos dinásticos, Cánovas del Castillo (Conservador) y Sagasta (Liberal), reafirmaron el sistema del turno de partidos mediante el Pacto de El Pardo. Sagasta asumió inicialmente el gobierno. El sistema canovista, aunque consolidado, enfrentó desafíos: carlistas y republicanos vieron oportunidades políticas, y el proyecto para reformar la administración en Cuba fracasó por la oposición de la oligarquía criolla, lo que contribuyó al estallido de la guerra de Cuba (1895). Cánovas volvió al poder posteriormente, pero fue asesinado en 1897, siendo sustituido por Sagasta, quien tuvo que afrontar el “Desastre del 98”. En 1902, al alcanzar Alfonso XIII la mayoría de edad, fue proclamado rey de España, dando fin a la regencia de María Cristina de Habsburgo.
El sistema de turno de partidos tenía apariencia de democracia, pero en realidad era un régimen oligárquico en el que los resultados electorales no obedecían a la voluntad popular sino a los intereses políticos del momento. Las elecciones se decidían de antemano mediante el fraude electoral generalizado (pucherazo), organizado desde el gobierno a través de los gobernadores civiles (encasillado) y ejecutado localmente por los caciques.
La Oposición al Régimen
El Régimen de la Restauración marginaba a amplios sectores políticos y sociales: carlismo, republicanismo, movimiento obrero y nacionalismos periféricos. Aunque eran numerosos, nunca formaron una alternativa sólida, ya que se encontraban divididos y, en algunos casos, enfrentados.
Carlismo
El carlismo no desapareció a pesar de la derrota en la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Se convirtió en un movimiento marginal, aunque mantuvo cierta fuerza en Navarra y el País Vasco.
Republicanismo
El proyecto republicano defendía el sufragio universal, el laicismo y la fe en el progreso mediante la educación y la ciencia. Mantuvo influencia social en sectores ilustrados de la clase media y obreros. Sin embargo, los republicanos estaban divididos (principalmente entre centralistas y federalistas) hasta que en 1893 (no 1896) se unieron en la Unión Republicana (aunque esta unión fue efímera y las divisiones persistieron).
Movimiento Obrero
El movimiento obrero se encontraba dividido en dos tendencias principales:
- La marxista, representada por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), fundado en 1879.
- La anarquista, representada por la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), fundada en 1881.
Tras una fase de decadencia al comienzo de la Restauración, el movimiento obrero se recuperó gracias a la legalización de las organizaciones obreras por la Ley de Asociaciones de 1887, impulsada por el gobierno liberal de Sagasta. No hubo representación obrera significativa en las Cortes debido al fraude electoral, al abstencionismo político defendido por los anarquistas y al inicial radicalismo del PSOE, que rechazó las alianzas electorales con los republicanos, a los que consideraba burgueses.
Regionalismo y Nacionalismo
Los movimientos nacionalistas periféricos, sobre todo en Cataluña y País Vasco, surgieron como respuesta a la centralización política y a la uniformidad cultural impuesta por la Restauración. Entre sus reivindicaciones políticas destacaban la petición de autonomía del nacionalismo catalán y de independencia del nacionalismo vasco. En un principio, los nacionalismos se apoyaron en las clases medias y populares; después, las burguesías dirigentes periféricas los utilizaron como instrumento político para obtener ventajas económicas.
Catalanismo
El catalanismo fue, desde el principio, un movimiento mayoritariamente autonomista y con vertientes conservadoras y progresistas. Sus ideólogos destacados fueron Valentí Almirall (más federalista y progresista) y Enric Prat de la Riba (más conservador). Prat de la Riba fue uno de los fundadores de la Unió Catalanista en 1891 (no 1892). Su programa político se recogió en las Bases de Manresa (1892), que proponían una Cataluña con un amplio autogobierno dentro de España, con competencias propias y el catalán como lengua oficial.
Nacionalismo Vasco
El nacionalismo vasco moderno tuvo como principal ideólogo a Sabino Arana, fundador del PNV (Partido Nacionalista Vasco) en 1895. Surgió en defensa de la identidad vasca, que Arana consideraba en peligro por la supresión de los fueros tras la última guerra carlista (1876) y la llegada masiva de inmigrantes (a los que denominó despectivamente maketos) debido a la industrialización. El PNV en su origen tenía una ideología antiliberal, independentista, integrista católica y con componentes racistas, proponiendo una Euskadi independiente, católica y tradicional bajo el lema “Jaungoikoa eta Lege Zarra” (Dios y Leyes Viejas).
Los regionalismos gallego, andaluz y valenciano fueron mucho más débiles durante este periodo.