Ética Kantiana: Imperativo Categórico, Fines y Dignidad Humana
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Como sabemos, Kant propone una ética formal, esto es, una ética en la que se defiende que la moralidad de una acción depende no del contenido mismo de la acción, sino de la forma que la impregne, de la ley moral que la informe. Dicha ley, emanada de la razón práctica, es expresada en el imperativo categórico que reza así: “Yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima se convierta en ley universal”. Se trata de la formulación del imperativo categórico en la que se destaca la universabilidad.
En esta misma obra enuncia el mismo imperativo del modo siguiente: “Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. En esta formulación introduce Kant el concepto de fin. Y el único fin con valor absoluto es el hombre. El hombre, como ser racional, es el único que puede proponerse fines que pueden ser distintos a los fines a los que nos inducen las inclinaciones naturales. Dicho de otro modo, el ser racional tiene la capacidad de forjarse un proyecto de vida propio, un fin al que dirigirse en su conducta.
Pero es un hecho que ese proyecto propio de cada hombre no tiene más remedio que intentar llevarse a cabo en el seno de la sociedad. Y este hecho va a acarrear la tensión entre los diversos proyectos de los individuos. Y es que el hombre tiene una “una insociable sociabilidad”. Es decir, no tenemos más remedio que vivir o desarrollarnos en sociedad, pero al mismo tiempo tenemos la tendencia o inclinación de conducirnos sólo por nuestro “amor propio”, la tentación de utilizar cualquier cosa o persona como medio para alcanzar o realizar nuestro proyecto o fin. Y aquí surge el gran problema moral: ¿Tengo derecho a imponer para todos mi proyecto de vida? ¿Puedo usar a mi propia persona como medio para satisfacer alguna inclinación natural? ¿Puedo usar como medio a otras personas para alcanzar mis propias metas? Es evidente que una conducta guiada sólo por ese amor propio, que no tiene inconveniente en utilizar a las personas como cosas, no resiste la aplicación del imperativo categórico; la máxima que dirige tal conducta, nunca desearíamos que fuese universal; yo no querría que me utilizasen sólo como medio o cosa para alcanzar otro fin o proyecto que no es el mío.
Es verdad que en nuestro tráfico social nos utilizamos unos a otros para conseguir determinados fines; no tenemos más remedio. Pero lo que nos recuerda Kant es que siempre debemos tener en cuenta que mi persona y la de los demás no son solamente un medio sino que son ante todo y también fines. Dicho con palabras más sencillas: mi derecho a realizarme como proyecto personal ha de respetar también (está limitado por) el derecho a lo mismo que tienen los demás. Y es que el hombre, no tiene precio, sino valor; no puede ser sólo medio o cosa, sino que es algo digno de respeto.
En definitiva, Kant está proponiendo a la humanidad como el fin supremo y objetivo. Los derechos humanos sintonizan perfectamente con el imperativo categórico, a la vez que su respeto y promoción se ajusta a la condición imperativa de ser deseable como norma de comportamiento universal.