Ética y Política en Aristóteles: Virtud, Conocimiento y el Estado
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La Ética Aristotélica: La Búsqueda de la Felicidad
La ética aristotélica busca la felicidad como bien supremo del ser humano. Esa felicidad se alcanza como resultado de su actividad, pero no vale cualquier actividad. La felicidad no se alcanza con la vida activa ni por medio del placer, sino mediante la vida teorética, la búsqueda del conocimiento. Esto implica el ejercicio de la razón y asemeja su actividad a la de los dioses.
Ahora bien, aunque la contemplación permite al ser humano alcanzar las virtudes intelectuales, la sabiduría no sería posible sin la disponibilidad durante largos periodos de tiempo de bienes tales como la salud, riqueza y amigos, sin los cuales ninguna vida puede ser enteramente feliz. Además de las virtudes intelectuales, tienen gran importancia las virtudes éticas como la valentía y la justicia. Estas virtudes suponen modos de ser que deben ser educados hasta convertirse en hábitos de elegir siempre el término medio entre los extremos indeseables, uno por exceso y otro por defecto.
La virtud, por tanto, se adquiere mediante la práctica y un esfuerzo continuado, por lo que la virtud constituye un extremo de perfección. Para Aristóteles, mucho más importante que la felicidad de un individuo es la del Estado.
El Conocimiento en Aristóteles
Para Aristóteles, el deseo de conocer forma parte de la naturaleza humana. Pero el conocimiento propio del ser humano no es el que procede de la percepción, que comparte con los animales y está basado en el alma sensitiva, sino que es la ciencia, un conocimiento basado en conceptos universales. El alma racional es la encargada de adquirir ese saber.
Para ello se parte de la experiencia que reúnen las sensaciones almacenadas en la memoria. Las sensaciones suponen en sí mismas un primer proceso de abstracción al introducir en el intelecto la imagen del objeto observado. Implican una separación de la forma respecto de la materia, a la que la imaginación despoja de sus componentes individuales.
A ello hay que añadir la acción del intelecto, del que Aristóteles distingue dos tipos: paciente y activo. El intelecto paciente recibe las sensaciones e imágenes, y el activo las elabora por medio de la extracción. La actividad de este consiste en modificar y transformar la imagen particular en un concepto universal.
El Ser Humano: Cuerpo y Alma
Aristóteles concibe al ser humano como una sustancia natural compuesta de materia y forma. Se identifica la potencia y la materia con el cuerpo, y el acto con el alma. El cuerpo es un conjunto de órganos que posee la capacidad de vivir, y el alma actualiza esa potencialidad. Por ello, el alma es principio de vida para el cuerpo. Para Aristóteles, la unión del alma y cuerpo es esencial.
Aristóteles distingue tres funciones en el alma: vegetativa, sensitiva e intelectiva. El alma vegetativa permite las actividades vitales más básicas como la reproducción, crecimiento y nutrición. El alma sensitiva permite la percepción, y el alma intelectiva permite actividades vitales propias de la voluntad o del entendimiento. Aristóteles tiende a considerar al alma como una función del cuerpo, por lo que parece descartar la inmortalidad del alma.
El Estado y la Sociedad
Aristóteles sostiene que el Estado existe para alcanzar el fin al que tienden todos los seres humanos: la felicidad. Aunque la familia y la aldea procuran bienes por los seres humanos porque satisfacen sus necesidades básicas, sólo en el marco del Estado se logra tener una vida virtuosa ajustada a la razón y a las leyes. Para Aristóteles, el Estado no es convencional, sino una creación de la naturaleza. La naturaleza ha destinado al ser humano a la vida social y política.
El modelo que propone Aristóteles para interpretar la sociedad es organicista. La sociedad es como un organismo en la que la forma predomina sobre la materia.