Éticas Formales y del Deber: Kant, Sartre y Habermas

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Éticas Formales o del Deber

Las éticas formales o del deber establecen que la intención con la que actuamos es lo que determina la moralidad de una acción, independientemente de sus consecuencias. Una conducta es buena si está realizada con la intención de respetar nuestro **deber**, sin importar si nos hace felices o no.

Kant (1724-1804)

**Immanuel Kant**, filósofo alemán del siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, elaboró la primera ética del deber. Según Kant, lo que hace buena una conducta no es la conducta misma, sino la **intención** con la que se realiza. Para comprender con qué intención debemos actuar, Kant distingue tres tipos de acciones:

  • Contrarias al deber y, por tanto, inmorales.
  • Conformes al deber, pero realizadas por interés, miedo al castigo o incluso que carecen de valor moral.
  • Por deber y realizadas por respeto al deber: solo estas son moralmente buenas.

Solo es moralmente buena aquella conducta que se realiza **por deber** y con la intención de respetar el deber. El deber es “la necesidad de una acción por respeto a la ley”. Obrar por deber es reconocer que se debe hacer algo o no hacerlo porque la ley moral lo exige y debe ser respetada aún en contra de mis intereses.

Cumplir con el deber es un **imperativo categórico**, universal y necesario. Kant dio dos formulaciones del imperativo categórico:

  • “Obra siempre de tal manera que puedas desear que la máxima de tu conducta se torne en ley universal”.
  • “Obra siempre de tal modo que utilices a la humanidad, tanto en tu persona como en los demás, siempre como un fin y nunca como un medio”.

La ética kantiana es una **ética autónoma**, pues es la persona quien en cada caso aplica el imperativo categórico, dándose así misma su propia ley moral y estableciendo su deber independientemente de causas externas.

Sartre (1905-1980)

Para **Jean-Paul Sartre**, “la existencia precede a la esencia”. El ser humano es un ser libre, un proyecto abierto, cuya existencia está por hacer, sin valores ni ideas que resuelvan de antemano lo que hemos de hacer. Condenado a ser libre, el hombre intenta construirse un proyecto vital. En ningún caso podemos renunciar a ese quehacer angustioso que es la creación y la asunción de nuestros valores y normas. Aunque decidamos que otros, la sociedad, la religión o el Estado decidan por nosotros, ya estamos decidiendo.

Justamente cuando elegimos que sean otros los que decidan por nosotros, actuamos de “**mala fe**” y estamos siendo inmorales. La mala fe consiste en el vano intento de eludir la angustia de decidir por nosotros mismos. Lo contrario de la mala fe es la **autenticidad**, que consiste en asumir la carga insoslayable de nuestra libertad, que es el verdadero imperativo moral.

Habermas (1929)

El objetivo de la denominada **ética comunicativa** o del discurso, propuesta por **Jürgen Habermas**, es establecer las condiciones en las que una comunidad podría alcanzar, a través del diálogo, un consenso sobre cuáles deben ser sus valores, normas y fines morales.

Habermas afirma que no se trata de establecer unos valores, normas y fines abstractos. Las normas tienen que tener como referente la situación concreta de la comunidad y no tener un carácter definitivo. Son normas históricamente revisables, expuestas a posteriores procesos dialógicos. Según Habermas, estas son las condiciones que deben cumplirse para alcanzar consensos que respondan a los intereses de los interlocutores:

  1. El diálogo debe ser público e inclusivo: no puede excluirse a nadie que pueda hacer una aportación.
  2. Igualdad en el ejercicio de las facultades de comunicación: a todos se les conceden las mismas oportunidades para expresarse sobre la materia.
  3. Exclusión del engaño: los participantes deben creer lo que dicen.
  4. Ausencia de coacciones: no se debe obligar a nadie a aceptar una postura.

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