Evaluación de Necesidades Criminógenas y Tratamiento Efectivo en Delincuentes
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Necesidades Criminógenas y Formulación del Tratamiento
1. Introducción
Este tema se centra en la evaluación de las necesidades criminógenas de los delincuentes y en la formulación de programas de tratamiento adaptados a dichas necesidades. La intervención eficaz en delincuentes requiere conocer primero qué les ha llevado a delinquir, y para ello es necesario identificar las variables personales, sociales y emocionales que están implicadas en su conducta. A partir de esta comprensión, se podrán seleccionar instrumentos de evaluación apropiados —como entrevistas, cuestionarios, observación directa y análisis documental— que permitan definir con precisión cuáles son las áreas problemáticas que deben abordarse. El objetivo es transformar las necesidades detectadas en metas terapéuticas concretas y alcanzables dentro de un programa estructurado. El tratamiento puede diseñarse ex profeso o seguir protocolos ya estandarizados, dependiendo de las características del caso. Asimismo, se explora la relación entre evaluación psicológica y diagnóstico clínico, como herramientas complementarias para establecer un plan de intervención eficaz.
2. Técnicas e Instrumentos de Evaluación
Antes de iniciar cualquier intervención, es necesario realizar una evaluación profunda de las necesidades del sujeto. Esta evaluación no solo permite identificar déficits o excesos de conducta, sino también entender las distorsiones cognitivas y disfunciones emocionales que acompañan a la conducta delictiva. Además, deben valorarse las circunstancias bajo las que se producen dichas conductas, incluyendo variables personales, sociales y situacionales. Para ello se utilizan métodos directos (como la observación) e indirectos (como entrevistas, cuestionarios y autorregistros). La elección del instrumento dependerá de la naturaleza de la conducta y de si existen herramientas estandarizadas para evaluarla.
Principales Técnicas e Instrumentos de Evaluación
- Entrevista: Es una técnica central tanto para la evaluación como para la intervención. Permite conocer la historia de vida del sujeto, sus pensamientos, emociones, actitudes, actividades cotidianas y relaciones personales. Las entrevistas pueden ser estructuradas o abiertas, pero deben estar orientadas al análisis funcional del comportamiento. Aunque aportan información rica y valiosa, deben combinarse con otros métodos para reducir los sesgos subjetivos.
- Cuestionarios: Existen numerosos instrumentos estandarizados y adaptados que permiten evaluar características de personalidad, actitudes, emociones y riesgos específicos. Su principal ventaja es que permiten sistematizar la información y ahorrar tiempo en la recogida de datos.
- Observación y Autoobservación: La observación directa del comportamiento en el entorno natural es especialmente útil en jóvenes. Se realiza mediante registros sistemáticos que permiten evaluar frecuencia, duración e intensidad de conductas. La autoobservación —cuando el propio sujeto se registra— fomenta la toma de conciencia y el cambio conductual, aunque puede producir reacciones que alteren temporalmente la conducta.
- Información Documental y Evaluación del Riesgo: La revisión de antecedentes (penales, clínicos, educativos, etc.) complementa la evaluación directa. Además, se aplican instrumentos de evaluación del riesgo como:
- PCL-R (Psychopathy Checklist-Revised): Evalúa la psicopatía a través de 20 ítems que incluyen rasgos de personalidad y conductas antisociales.
- HCR-20: Instrumento de evaluación de riesgo de violencia, dividido en factores históricos, clínicos y de gestión futura.
- SARA: Específico para valorar el riesgo de violencia de pareja.
- SVR-20: Evalúa el riesgo de reincidencia en delitos sexuales.
3. Evaluación de Necesidades de Tratamiento
Una evaluación eficaz no debe ser genérica ni excesivamente larga, sino centrarse en conductas específicas y en sus antecedentes y consecuencias. Se recomienda evitar evaluaciones centradas solo en historia familiar o sexual si no son relevantes. Kanfer y Schefft (1988) proponen varias reglas útiles: pensar en conductas concretas, en soluciones posibles, en positivo, en pequeños pasos, con flexibilidad y en el futuro. Para evaluar necesidades criminógenas se utilizan dos herramientas clave: el análisis topográfico y el análisis funcional.
3.1. Análisis Topográfico de la Conducta Delictiva
Este análisis permite descomponer la conducta en respuestas motoras, emocionales y cognitivas. Cada una puede medirse en términos de frecuencia, duración e intensidad. El objetivo es identificar excesos de conducta (por ejemplo, agresividad, impulsividad, consumo de drogas) o déficits (por ejemplo, falta de empatía, habilidades sociales, responsabilidad). A partir de esta evaluación se decide qué conductas mantener, cuáles aumentar y cuáles eliminar, estableciendo así una base objetiva para diseñar el tratamiento.
3.2. Análisis Funcional de la Conducta Delictiva
Se trata de comprender cómo y por qué ocurre una conducta. El modelo de Kanfer y Saslow (1965) propone varios niveles de análisis:
- Situación Inicial: Dónde, cuándo y cómo se produce la conducta.
- Situaciones Problemáticas: Qué situaciones la desencadenan y qué consecuencias tiene.
- Motivación: Qué estímulos refuerzan la conducta delictiva.
- Desarrollo: Cómo ha evolucionado el sujeto en términos biológicos, sociales y emocionales.
- Autocontrol: Qué recursos personales tiene para regular su conducta.
- Relaciones Sociales: Qué personas refuerzan o castigan su conducta.
- Entorno Físico y Social: Qué elementos del contexto influyen y pueden utilizarse como motores del cambio.
4.1. Psicopatía y Delincuencia
La psicopatía, medida principalmente con el PCL-R, se caracteriza por un conjunto de rasgos personales (falta de empatía, manipulación, egocentrismo) y conductas antisociales (impulsividad, irresponsabilidad, reincidencia). No todos los psicópatas son delincuentes, y no todos los delincuentes son psicópatas. Vicente Garrido distingue entre psicópatas “integrados” (que no delinquen) y “subculturales” (que sí). En la población general, la prevalencia de psicopatía es del 2%, pero en población penitenciaria puede llegar al 18%. Aunque su tratamiento es más complejo y requiere enfoques específicos, no debe considerarse imposible ni descartarse su intervención.
5. Formulación de Programa de Tratamiento
Una vez detectadas las necesidades criminógenas, el siguiente paso es transformarlas en objetivos concretos dentro de un programa terapéutico. Este programa puede basarse en un protocolo ya existente —por ejemplo, programas para agresores sexuales o maltratadores— o diseñarse específicamente para el sujeto. Lo esencial es que los objetivos sean claros, medibles, realistas y estén centrados en modificar aquellas conductas más relevantes para la reincidencia. La formulación debe incluir qué conductas se pretenden cambiar, con qué medios, en qué plazos, y cómo se evaluarán los avances. Es imprescindible tener en cuenta la motivación del sujeto, el entorno donde se aplicará el programa (prisión o medio abierto), y los recursos disponibles. Además, el tratamiento debe ser flexible y revisarse periódicamente en función de los progresos del sujeto. El seguimiento y evaluación continuada son fundamentales para asegurar la eficacia del tratamiento y para ajustar las estrategias cuando sea necesario. En definitiva, un programa de tratamiento bien formulado debe estar guiado por la evidencia, adaptado al caso individual y orientado al cambio real y sostenible.
Elementos Básicos de las Terapias Psicológicas. Enseñanzas de Nuevas Habilidades y Retos
2. Técnicas para Desarrollar Conductas
Las técnicas principales para desarrollar o mantener conductas prosociales en el ámbito de la intervención con delincuentes se basan en el manejo de las consecuencias del comportamiento, destacando el reforzamiento, el moldeamiento y el encadenamiento de conductas. El reforzamiento es una técnica esencial que busca aumentar la probabilidad de que una conducta deseada se repita. Puede ser positivo, cuando se presenta una consecuencia gratificante (como un regalo o permitir ver televisión), o negativo, cuando se retira una consecuencia aversiva tras la conducta deseada (por ejemplo, eliminar una tarea doméstica si se ha sacado buena nota). Los refuerzos pueden clasificarse como materiales (comida, regalos, sueldo), sociales (elogios, gratitud), siendo estos últimos especialmente eficaces en adultos, primarios (intrínsecamente gratificantes como afecto o comida) o secundarios (que requieren aprendizaje previo, como una consola). Además, según el principio de Premack, una conducta de alta probabilidad puede reforzar otra de menor probabilidad (por ejemplo, permitir jugar al fútbol si el menor asiste al colegio). En el caso de los delincuentes, se pueden reforzar conductas como la cooperación con el personal, la puntualidad, la higiene personal, el saludo, la finalización de tareas o la abstinencia de drogas. Otra técnica relevante es el moldeamiento, que consiste en reforzar aproximaciones sucesivas hacia una conducta meta, permitiendo enseñar habilidades nuevas y complejas mediante pequeños pasos reforzados progresivamente. Esto resulta útil para la adquisición de competencias educativas, sociales o de comunicación. Finalmente, el encadenamiento de conducta opera de forma inversa: se parte de una conducta final ya consolidada y se refuerzan los eslabones previos que forman parte de esa cadena conductual, asegurando su mantenimiento. Estas técnicas, bien aplicadas, permiten fomentar progresivamente comportamientos adaptativos, fundamentales en los procesos de rehabilitación y reintegración social de personas con conductas delictivas.
3. Técnicas para Reducir Conductas
Las técnicas para reducir conductas problemáticas constituyen una parte esencial en los tratamientos psicológicos, especialmente en el contexto de la intervención con personas que presentan comportamientos antisociales o delictivos. Una de las técnicas más eficaces y recomendadas es la extinción de la conducta, que consiste en retirar de forma sistemática los refuerzos que mantenían una conducta inadecuada, con el objetivo de que esta disminuya progresivamente. Aunque al inicio puede provocar un repunte temporal de la conducta, si se mantiene de manera coherente, la extinción resulta efectiva a medio y largo plazo, y conlleva menos efectos emocionales negativos que el castigo. Otra estrategia importante es la enseñanza de comportamientos alternativos, basada en generar nuevas conductas que sean funcionales y socialmente aceptadas, y que puedan reemplazar a las problemáticas. Por ejemplo, para reducir los robos en jóvenes, puede enseñarse habilidades laborales que les permitan obtener recursos de forma legítima. No obstante, este enfoque requiere también el trabajo sobre actitudes y emociones, de modo que los pensamientos, valores y sentimientos se alineen con una dirección prosocial. Por último, está el castigo, que implica aplicar una consecuencia aversiva tras una conducta no deseada, buscando que no se repita. Existen dos tipos: el castigo positivo, que introduce una consecuencia desagradable (por ejemplo, una reprimenda física), y el castigo negativo, que retira algo valioso para el sujeto (como quitarle la consola por portarse mal). Sin embargo, se ha comprobado que el castigo suele tener una eficacia limitada, puede provocar efectos emocionales negativos y resentimiento, y no enseña nuevas formas de actuar. Por ello, los tratamientos actuales tienden a evitarlo, priorizando en cambio técnicas que promuevan el aprendizaje, el cambio profundo y la reinserción social del individuo.
4. Sistemas de Organización Estimular y de Contingencias
Los sistemas de organización estimular y de contingencias se basan en la relación funcional entre estímulos y conductas, y juegan un papel clave en la modificación del comportamiento, especialmente en contextos de tratamiento con personas en conflicto con la ley. Los estímulos antecedentes o discriminativos pueden actuar como elicitadores o inhibidores del comportamiento, dependiendo de la probabilidad de que una conducta sea reforzada tras su emisión. Un estímulo discriminativo de valencia positiva indica al individuo que si responde, hay altas probabilidades de que su conducta sea reforzada; mientras que un estímulo de valencia inhibitoria señala una baja probabilidad de recibir refuerzo. Estos estímulos pueden ser tanto externos (como señales del entorno) como internos (como pensamientos o emociones), y forman parte del contexto en el que ocurre una conducta. A partir de esto, el control de estímulos se refiere al uso deliberado de señales o modelos para fomentar conductas deseables o inhibir las problemáticas, siendo útiles, por ejemplo, los contratos conductuales, que clarifican metas, fomentan la participación activa del individuo en su tratamiento y definen claramente las consecuencias del cumplimiento o incumplimiento. Otra herramienta esencial son los programas de reforzamiento, que regulan la forma en que las consecuencias siguen a la conducta: los programas de reforzamiento continuo refuerzan cada respuesta y son útiles para instaurar nuevas conductas, mientras que los reforzamientos intermitentes (de razón o de intervalo) sirven para mantener y consolidar conductas ya aprendidas. En un nivel más estructurado, los programas ambientales de contingencias diseñan entornos institucionales para fomentar la motivación hacia el cambio, como ocurrió en el Centro Penitenciario de Jóvenes de Barcelona, donde se aplicó un modelo por fases progresivas. Este sistema diferenciaba las unidades de vida en función de dos factores: el grado de exigencia en cuanto a logros educativos y conductuales, y la cantidad de beneficios institucionales disponibles. Los jóvenes eran evaluados periódicamente y ascendían de fase como forma de refuerzo positivo, lo que también los convertía en modelos de conducta para otros. Finalmente, los contratos conductuales formalizan compromisos mutuos entre los participantes del tratamiento y los profesionales, estableciendo condiciones claras para el acceso a consecuencias positivas, lo que potencia el sentido de responsabilidad y la adherencia al proceso de cambio.
5. Técnicas de Condicionamiento Encubierto
Las técnicas de condicionamiento encubierto se basan en el uso de la imaginación para modificar conductas, actuando sobre los procesos cognitivos y emocionales del individuo. Estas técnicas son útiles especialmente cuando no es posible o recomendable exponer directamente al sujeto a determinadas situaciones. Una de ellas es la sensibilización encubierta, que consiste en que la persona imagine que está realizando un comportamiento no deseado, mientras asocia mentalmente ese comportamiento con una situación altamente aversiva. De esta forma, mediante un proceso de autorreforzamiento negativo, se genera un rechazo emocional hacia la conducta problemática, disminuyendo así su aparición. Otra técnica es el autorreforzamiento encubierto, donde el sujeto imagina que ejecuta una conducta deseable, al mismo tiempo que se visualiza recibiendo una consecuencia muy gratificante. Esta asociación fortalece internamente el valor del comportamiento positivo y aumenta la probabilidad de que se lleve a cabo en la vida real. Por último, el modelado encubierto se basa en que el individuo visualice a un modelo (real o imaginario) llevando a cabo exitosamente la conducta que él teme o que le resulta difícil realizar, poniendo atención a los aspectos clave de esa conducta. Para que el contraste sea más efectivo, primero se le puede pedir al sujeto que imagine su forma habitual, problemática o ineficaz de actuar, y luego compare esa imagen con la del modelo exitoso, lo que favorece el aprendizaje de nuevas formas de actuar mediante observación simbólica. Estas técnicas pueden resultar particularmente eficaces en contextos terapéuticos donde la práctica directa no es posible o donde se busca una preparación mental previa al cambio conductual.
6. Modelado de Conducta
El modelado de conducta, dentro del marco del aprendizaje social propuesto por Bandura y Walters en 1963, destaca la observación del comportamiento de otras personas como una fuente esencial de aprendizaje. Este enfoque introduce variables cognitivas al análisis del comportamiento, reconociendo que no solo aprendemos por las consecuencias directas de nuestras acciones, sino también observando lo que ocurre a otros. Así, las experiencias ajenas —incluyendo recompensas, castigos o reacciones emocionales— sirven como antecedentes y consecuencias que influyen en nuestra propia conducta. Para que el modelado sea efectivo, es fundamental que se cumplan ciertas condiciones, como prestar atención al modelo, observar claramente la conducta que se desea imitar y percibir las consecuencias positivas que obtiene dicho modelo. Los modelos más influyentes suelen ser personas significativas como familiares, amigos o figuras de autoridad, que pueden promover tanto comportamientos prosociales como antisociales. Desde el enfoque terapéutico, sin embargo, el modelado se utiliza estratégicamente para fomentar conductas prosociales, proporcionando al observador ejemplos útiles para aprender nuevas formas de actuar. A través del modelado se pueden lograr al menos tres tipos de cambios conductuales: la enseñanza de nuevos comportamientos, la modificación de la frecuencia de conductas ya existentes (aumentándolas o disminuyéndolas) y la facilitación conductual, es decir, proporcionar señales o sugerencias que guíen la acción. En el tratamiento con personas delincuentes, la técnica de modelado combinada con el role-playing resulta especialmente útil, ya que permite recrear situaciones sociales y ensayar conductas apropiadas, fomentando habilidades sociales fundamentales, especialmente en sujetos con tendencias egocéntricas, que necesitan desarrollar empatía y perspectiva social.
7. Entrenamiento de Habilidades Sociales
El entrenamiento en habilidades sociales (EHS) es una de las técnicas más reconocidas y eficaces en el tratamiento de personas con conductas antisociales, ya que muchas de estas presentan serias dificultades en la interacción social con figuras relevantes como padres, profesores, amigos o autoridades. El modelo original, propuesto por Argyle y Kendon en 1967, se basa en la idea de que la competencia social requiere tres componentes fundamentales: percepción social (capacidad para interpretar señales sociales como expresiones faciales o gestos), cognición social (habilidad para generar mentalmente respuestas apropiadas ante diversas situaciones sociales) y actuación social (capacidad de ejecutar conductas como escuchar, mantener contacto visual, modular el tono de voz o responder a críticas). Aunque estas habilidades no son innatas, pueden aprenderse mediante procesos de aprendizaje estructurados. Méndez, Olivares y Ros (2005) identificaron tres tipos de elementos clave en la conducta social: expresivos (como la mirada o los gestos), receptivos (como la atención al interlocutor) e interactivos (como la gestión del turno de palabra). Asimismo, clasificaron las habilidades sociales en categorías como expresión de opiniones, sentimientos, peticiones, habilidades conversacionales y defensa de derechos. Las dificultades sociales pueden deberse tanto a un déficit real de habilidades como a la inhibición de las mismas por factores emocionales, como la ansiedad. El entrenamiento en estas habilidades sigue una secuencia clara: primero se dan instrucciones sobre la habilidad a aprender, luego se utiliza el modelado por parte del terapeuta, se continúa con el ensayo de conducta (incluso mediante ejercicios imaginativos), y posteriormente se ofrece retroalimentación positiva. Finalmente, se promueve la práctica en situaciones reales, fomentando la autorreflexión y el ajuste del comportamiento a contextos variados. Además del EHS clásico, se han desarrollado programas complementarios para delincuentes. Por ejemplo, la técnica de reemplazo de la agresión combina EHS con control de ira y desarrollo moral. El programa de habilidades de tiempo libre, por su parte, enseña a los participantes a usar su tiempo de forma constructiva, evitando el ocio delictivo o pasivo, mediante once sesiones grupales. También destaca el programa de entrenamiento en habilidades de crianza, una intervención que busca capacitar a padres encarcelados para mantener relaciones positivas con sus hijos, gestionar el estrés familiar y ejercer una paternidad responsable tanto durante como después del encarcelamiento. Estos programas reflejan una visión integral del cambio conductual, que abarca desde la interacción básica hasta el estilo de vida y las relaciones familiares.
8. Las Partículas Elementales del Tratamiento
Las partículas elementales del tratamiento psicológico, especialmente en el ámbito cognitivo-conductual, están constituidas por procesos fundamentales como el reforzamiento, el moldeamiento, el encadenamiento de conducta, la extinción, la enseñanza de comportamientos alternativos, el control de estímulos, el modelado y el entrenamiento en habilidades sociales. Estos elementos constituyen la base sobre la cual se construyen la mayoría de los programas terapéuticos efectivos, ya que permiten intervenir tanto sobre la conducta observable como sobre los procesos internos que la acompañan. Las técnicas y programas cognitivo-conductuales se caracterizan por una notable coherencia e integración, al estar anclados en cuatro principios comunes. El primero es el uso de conocimientos psicológicos de base científica, especialmente aquellos derivados de la psicología del aprendizaje y de las terapias cognitivo-conductuales, que integran las dimensiones cognitivas y emocionales del comportamiento humano. El segundo es el análisis funcional de la conducta, que sigue siendo una herramienta esencial para evaluar tanto las conductas problemáticas como los pensamientos y emociones que las acompañan, permitiendo así diseñar intervenciones precisas y eficaces. El tercer eje es la práctica como estrategia terapéutica, que implica no solo reflexionar sobre los cambios deseados, sino también llevarlos a la acción a través de ensayos supervisados en el entorno terapéutico antes de aplicarlos en situaciones reales. Finalmente, el cuarto principio es la evaluación continua del tratamiento, que permite medir tanto la evolución de las conductas problemáticas como la eficacia del proceso terapéutico, ajustando las intervenciones de forma dinámica según los progresos observados. Estos cuatro pilares garantizan que el tratamiento se mantenga basado en la evidencia, centrado en el cambio práctico y sujeto a una mejora constante a través del monitoreo y la retroalimentación.
9. Programas Multifacéticos en el Trato con Toxicómanos
En las prisiones españolas existen programas multifacéticos para el tratamiento de la problemática de la adicción a drogas entre internos. Los objetivos de estos programas son evitar el inicio del consumo en personas abstinentes, minimizar las conductas de riesgo entre consumidores, reducir los daños asociados al consumo, estimular el inicio del tratamiento, facilitar la continuación de la rehabilitación en internos que ya la hubieran comenzado antes de ingresar en prisión, potenciar la derivación a dispositivos no penitenciarios cuando las condiciones jurídicas, penitenciarias y personales lo permitan, y evitar la marginalización y estigmatización del sujeto drogodependiente. La intervención se concreta en cinco programas complementarios: prevención y educación para la salud, intercambio de jeringuillas, tratamiento con metadona, deshabituación y reincorporación social. Estas intervenciones pueden realizarse en modalidad ambulatoria o centro de día, donde se habilitan espacios para actividades terapéuticas dentro de los centros penitenciarios, o en módulos terapéuticos residenciales, áreas independientes destinadas exclusivamente a internos en tratamiento integral, basándose en grupos terapéuticos autogestionados que promueven la motivación mediante el establecimiento de tareas y objetivos. El desarrollo de estos programas cuenta con un Grupo de Atención a Drogodependientes (GAD), integrado por un equipo sanitario, responsable del diseño, ejecución y evaluación de intervenciones sanitarias; un equipo técnico, encargado de las intervenciones multidisciplinares; y una comisión que dirige y coordina todo el proceso.
Evaluación y Eficacia de los Programas
1. Evaluación de Programas: Cuestiones Conceptuales Básicas
¿Qué es la evaluación de programas? Supone un cuerpo de conocimientos teóricos y metodológicos, así como habilidades aplicadas. Se trata de juzgar sobre el valor de un programa con el fin de tomar decisiones sobre él. Es decir, la evaluación permitirá decidir si el programa evaluado debe seguir siendo implantado, eliminado o de procederse a realizar modificaciones.
¿Qué es un programa? Un programa son los “esfuerzos sistemáticos realizados para lograr objetivos preplanificados con el fin de mejorar la salud, el conocimiento, las actitudes y la práctica”. Características esenciales: ser sistemático y haber adquirido esta condición a través de una rigurosa planificación.
Componentes Básicos en la Evaluación de Programas: Funciones y Tipos
Funciones de la evaluación: En general, la evaluación de programas tiene como objetivo esencial tomar decisiones en torno a una determinada intervención. También permite: justificar decisiones, actuaciones sobre el programa (eliminarlo, sustituirlo o mejorarlo) y contrastar teorías: metodología científica.
Tipos de evaluación de programas:
- Evaluación de impacto: Determinar el impacto de un programa existente (ayuda a justificar la continuación del programa).
- Evaluación costes-beneficios: Obtener información para facilitar la gestión de un programa (datos sobre gastos, cumplimiento de responsabilidades...).
- Evaluación del proceso: Examinar la implementación del programa.
- Evaluación del diseño: Clarificar la lógica subyacente al programa.
- Evaluación inicial/de puesta en marcha: Identificar las principales áreas, necesidades y recursos que deben ser usados en el programa (antes de la realización del programa).
Métodos de Evaluación de Programas
- Experimentales: Exige alto grado de control sobre dónde, cuándo, cómo y para quién es dirigida la intervención (muestreo aleatorio).
- Cuasiexperimentales (o grupo de control no equivalente): Preocupación con comparaciones entre grupos y uso de datos cuantitativos; compara grupos no equivalentes de sujetos en diferentes intervenciones y cambios a lo largo del tiempo.
- Investigación por cuestionario + métodos cualitativos: Métodos descriptivos; sobre todo para obtener datos sobre las percepciones del contexto, de los procesos y de los resultados de un programa.
- Investigación ex post facto: Estudios retrospectivos; una vez finalizado el programa, participantes comparados con sujetos que no participaron. Ningún método es mejor que otro. Su utilización depende del contexto de evaluación que se quiere hacer, atendiendo a los objetivos y limitaciones y momento.
Periodo de Follow-up: resultados a corto, medio y largo plazo, posible disminución o eliminación de los efectos del programa e ideal será proceder a follow-up en diferentes intervalos temporales.
2. Evaluación de Eficacia del Tratamiento
2.1 Reincidencia y Otras Medidas de Eficacia
La reincidencia delictiva es considerada la medida más representativa de la eficacia de un tratamiento aplicado a delincuentes. Sin embargo, su uso presenta varios problemas metodológicos:
- Diversidad de criterios: Se utilizan distintas fuentes para medirla, como auto-informes, registros policiales, detenciones o condenas. Cada una posee limitaciones de validez.
- Problemas de fiabilidad: No todos los delitos cometidos son registrados ni confesados. Además, los delincuentes pueden estar inactivos temporalmente sin haberse reinsertado realmente.
- Tasas base bajas: En delincuentes como agresores sexuales o maltratadores, la baja reincidencia dificulta la detección del impacto del tratamiento, exigiendo muestras muy grandes y tratamientos altamente eficaces.
- Poca sensibilidad como indicador de reintegración social: La ausencia de reincidencia no garantiza una integración positiva. Es una medida más útil para detectar fracasos que éxitos parciales.
Por estas razones, se propone un modelo de evaluación basado en la triangulación 3x3:
- Tres medidas de eficacia: Incluyendo siempre la reincidencia.
- Tres fuentes de información: Distintas para evaluar dichas medidas.
- Seguimiento mínimo de 3 años: Que permite detectar la mayoría de reincidencias.
2.2 Eficacia, Efectividad y Eficiencia
Es importante diferenciar tres conceptos fundamentales:
- Eficacia: Logro de resultados en condiciones ideales. Se relaciona con la validez interna del tratamiento (control de variables).
- Efectividad: Resultados obtenidos en contextos reales, reflejando la validez externa (aplicabilidad general).
- Eficiencia: Relación entre los resultados obtenidos y los costes invertidos.
Estas dimensiones son complementarias, no equivalentes, y deben considerarse conjuntamente para una evaluación completa.
2.3 Diseño de la Evaluación y Calidad del Tratamiento
Al evaluar un tratamiento, deben analizarse múltiples dimensiones:
- Especificidad: Qué conductas o déficits mejora específicamente.
- Intensidad: Cuánto mejoran los problemas tratados.
- Plazo: Tiempo hasta que se observan mejoras.
- Duración a corto y largo plazo: Si los efectos se mantienen durante y después del tratamiento.
- Costes: Económicos, emocionales, efectos secundarios o rechazos.
- Interacciones: Sinergias, inhibiciones o independencia respecto a otros tratamientos.
- Balance: Comparación entre beneficios y desventajas frente a otros tratamientos alternativos.
La tipología del delincuente (juvenil, adulto, sexual, psicópata) influye en los resultados y debe guiar la elección del enfoque.
Tipos de Tratamiento
Incluyen desde modelos cognitivo-conductuales, entrenamiento en habilidades de vida, comunidades terapéuticas, hasta psicoterapias inespecíficas o métodos más disciplinarios como los campos militares.
2.4 Elementos de los Programas Efectivos
Los programas de tratamiento eficaces comparten ciertas características clave:
- Basamento en teorías sólidas.
- Ser estructurados y directivos.
- Fomentar habilidades y hábitos prosociales.
- Promover la reestructuración cognitiva (pensamientos, actitudes y valores).
- Suficiente duración e intensidad.
- Ser multifacéticos (intervienen en varias áreas del sujeto).
- Adecuarse al nivel de riesgo individual.
- Involucrar a terapeutas formados y comprometidos.
- Usar manuales estandarizados.
- Contar con líderes implicados.
- Aplicar estrategias para generalizar los logros a la vida en comunidad.