La Evolución Artística de Miguel Ángel a Través de Sus Tres Pietàs

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Las tres esculturas conocidas como las Pietàs de Miguel Ángel Buonarroti marcan hitos significativos en su carrera, mostrando la evolución de su estilo, técnica y visión espiritual a lo largo de varias décadas.

Pietà del Vaticano

Se ve la influencia clásica del joven Miguel Ángel, que contaba con veinticuatro años en el momento en el que recibió el encargo de esta obra. El escultor opta por representar el tema de la Virgen con Cristo muerto sin recurrir al dramatismo extremo con el que se había tratado el tema en el gótico final; sino que, por el contrario, todo en la obra respira aceptación ante el destino salvador de Cristo. El rostro de María, de belleza inigualable, no se deforma, sino que muestra un dolor delicado, mostrando a la Humanidad el cuerpo muerto de su Hijo. El material utilizado es mármol de Carrara trabajado a través de la talla y un posterior pulimentado de ciertas zonas que deja resbalar la luz.

Pietà Florentina de Miguel Ángel

Obra realizada en mármol. Posee un esquema piramidal, en el que se encuentran cuatro personajes. Nicodemo es la figura que ocupa la cúspide de la pirámide, con un rostro que se ha interpretado como el autorretrato del escultor. A su izquierda está María, la madre de Jesús, sosteniendo el cuerpo de su hijo. A la derecha, María Magdalena joven. Cristo aparece muerto. En esta figura los rasgos manieristas son más evidentes: cuerpo muy alargado, en una postura muy inestable, como resbalando de las personas que lo sostienen. El cuerpo de Cristo presenta una línea helicoidal clara. La diferencia con la Pietà del Vaticano es destacable. La dificultad para sacar la belleza de la materia, el desencanto de la vida, llevan al escultor a buscar otro valor en esta obra. El sentido de espiritualidad se aprecia con esas variantes manieristas ya señaladas.

Pietà Rondanini de Miguel Ángel

Representa el fin de su evolución artística, rompe los grupos cerrados, sustituye la perfección formal de sus primeras obras por la expresividad y la espiritualidad de la representación gracias al contraste entre el “finito” y el “non finito”. Todo con el fin de captar la belleza interior, en este caso la expresión de una unión más allá de la materia entre la Madre y el Hijo.

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