Existencialismo y Ética: La Libertad en Sartre y la Autonomía Kantiana
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La Libertad Existencialista: Sartre y la Ausencia de Signos Preestablecidos
Jean-Paul Sartre, figura central del existencialismo, postula que en el mundo no existen signos preestablecidos o divinos. Un ejemplo ilustrativo de su pensamiento es el caso de un joven que, fracasado en sus actividades, decide interpretar su situación como un signo enviado por Dios para que se entregue a Él. Sartre refuta esta visión, argumentando que somos nosotros, los seres humanos, quienes interpretamos y dotamos de significado a los fenómenos. Las cosas, en última instancia, serán siempre como el ser humano haya decidido que sean. No aceptar esta responsabilidad inherente a nuestra existencia es, para Sartre, un acto de mala fe.
Angustia, Dignidad y el Desafío de una Ética Universal en Sartre
Aunque la libertad nos produzca angustia, Sartre considera el existencialismo como una teoría profundamente optimista. A través de ella, tomamos conciencia de nuestra dignidad humana, radicalmente distinta a la de los objetos o a la de los seres-en-sí. Sin embargo, esta concepción de la libertad plantea una dificultad significativa a la hora de establecer una ética universal. A Sartre se le ha llegado a culpar de anarquismo debido a esta aparente falta de un marco moral absoluto.
No obstante, dado que somos libres y poseemos nuestros propios criterios, Sartre sostiene que él puede creer en sus teorías y principios, y los demás no tienen por qué juzgarle por ello. Llegado a este punto, Sartre reconoce que una ética universal, en los términos en que él la plantea, no puede ser posible de la manera tradicional. Para ilustrarlo, compara la moral con la belleza:
- La belleza no se encuentra inherente en el cuadro; es una apreciación subjetiva.
- Para juzgar al artista, se debe aludir a su pretensión o intención original.
- Si el artista ha conseguido lo que se proponía, la obra se considera buena.
Llevando esta analogía a términos existenciales, no podemos juzgar los proyectos vitales de las personas, sino la coherencia con la que llevan a cabo dichos proyectos. Por tanto, no podemos juzgar los criterios de los demás, sino la fidelidad con la que se sigan esos criterios. Si nos ceñimos estrictamente a la universalidad, corremos el riesgo de restringir la libertad de las personas y la propia.
Kant y la Autonomía Moral: De la Minoría a la Mayoría de Edad
En contraste y a la vez complementando la discusión sobre la libertad, se introduce la perspectiva de Immanuel Kant. Kant sostenía que cuando uno obra moralmente, se obedece a sí mismo, no a los demás. Es decir, se obedece a lo que la propia razón dicta como bueno, lo que implica que no se menoscaba la libertad, ya que no se actúa según lo que otros imponen como bueno.
Kant llegó a afirmar que hasta el siglo XVIII, el ser humano era responsable de su minoría de edad, una incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. A partir de ese siglo, impulsado sobre todo por eventos como la Revolución Francesa y la Revolución Americana, el ser humano comienza a alcanzar su mayoría de edad. La Ilustración fue la catalizadora de esta superación de la minoría de edad, un período en el que las personas empezaron a tomar conciencia de sus propias decisiones y a ejercer su autonomía.