Explorando Mitos Griegos: Orígenes, Filosofía y Narrativas Fundamentales
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Los mitos son, pues, narraciones fantásticas que intentan explicar el
origen y la regularidad del cosmos recurriendo a fuerzas sobrehumanas,
como los dioses, semidioses o poderes cósmicos personificados
(destino). Se ha dicho que el discurso filosófico inaugura la transición
del mito al logos.
La Actitud Filosófica
La filosofía se inicia cuando esos primeros fisiólogos se hacen preguntas,
no se conforman con una actitud reverencial delante del cosmos, sino
que la interrogan. Ese preguntar es propiamente la **actitud filosófica**.
Lo que se muestra permite iniciar nuestra admiración, pero
inmediatamente, surge la duda, el deseo de saber, el reconocimiento de
lo que no sabemos. ¿Qué nos muestra realmente la *physis*? Detrás de
todos los fenómenos, hay algo que los sustenta, lo que siendo invisible
a ojos vista, sin embargo, lo sostiene todo. Esta búsqueda del **arjé** –el
principio o causa de las cosas- sólo es posible a través de la **razón**, del
pensamiento que se quiere racional.
Mitos de la Creación
La creación
La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando. Dios los
soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en
humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y
el misterio. Los indios makiritare saben que si Dios sueña con
comida, fructifica y da de comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da
nacimiento. La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía
un gran huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y
armaban mucho alboroto, porque estaban locos de ganas de
nacer. Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la
duda y el misterio; y Dios, soñando, los creaba, y cantando decía:
-Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y
morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra
vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.
(Mitología makiritare).
El Mito de la Vía Láctea
El gusano, no más grande que un dedo meñique, comía corazones de
pájaro. Su padre era el mejor cazador del pueblo de los mosetenes.
El gusano crecía. Pronto tuvo el tamaño de un brazo. Cada vez exigía
más corazones. El cazador pasaba el día entero en la selva, matando
para su hijo.
Cuando la serpiente ya no cabía en la choza, la selva se había
vaciado de pájaros. El padre, flecha certera, le ofreció corazones de
jaguar.
La serpiente devoraba y crecía. Ya no había jaguares en la selva.
-Quiero corazones humanos -dijo la serpiente.
El cazador dejó sin gente a su aldea y a las comarcas vecinas hasta
que un día, en una aldea lejana, lo sorprendieron en la rama de un
árbol y lo mataron.
Acosada por el hambre y la nostalgia, la serpiente fue a buscarlo.
Enroscó su cuerpo en torno a la aldea culpable, para que nadie
pudiera escapar. Los hombres lanzaron todas sus flechas contra
aquel anillo gigante que les había puesto sitio. Mientras tanto, la
serpiente no cesaba de crecer. Nadie se salvó. La serpiente rescató el cuerpo de su padre y creció
hacia arriba. Allá se la ve, ondulante, erizada de flechas luminosas, atravesando la
noche.