La Filosofía de Agustín de Hipona: Mal, Libertad y las Dos Ciudades

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El Problema del Mal en la Filosofía de Agustín de Hipona

La pregunta de la que parte es la siguiente: ¿cómo pueden existir en el mundo y en la vida humana el dolor, la violencia, la injusticia, la desgracia y la muerte si el mundo ha sido creado por un Dios infinito bueno?

En sus años de juventud, mientras se adhirió a las doctrinas del maniqueísmo, Agustín de Hipona creyó que la causa de todo lo malo provenía de la existencia de un principio del mal y de las tinieblas, que existía por sí mismo y que estaba permanentemente en lucha contra el principio de la luz y del bien. Posteriormente, Agustín llegó a la conclusión de que toda la Creación es buena, y que el mal no tiene una existencia en sí, sino que debe ser entendido como «ausencia de bien».

Libertad, Pecado y Gracia

La libertad es la facultad dada a los seres humanos por Dios de poder elegir entre lo bueno y lo malo. Es un poder muy positivo, y en ella se basa la superioridad del ser humano respecto de los demás animales. El problema surge porque, a causa de nuestros pecados, empezando por el de Adán y Eva, todo ser humano adolece de inclinación hacia lo malo. Por esa razón, es necesaria la conversión, aunque solo es posible alcanzarla como un don de la gracia de Dios; no obstante, todo ser humano debe elegir y debe esforzarse por conseguirla.

La Doctrina de las Dos Ciudades

Según Agustín, todo ser humano es, en primer lugar, un «hombre viejo», mundano y carnal, sometido al tiempo y a la muerte. Pero cualquier ser humano puede convertirse en un «hombre nuevo», espiritual, mediante el renacimiento del bautismo y cumpliendo los preceptos evangélicos. Entonces comienza un itinerario de elevación de su alma a Dios cuya meta final es participar con él en la vida eterna.

Esta alternativa a la que está sometida la vida humana, vivir según la carne o según el espíritu, es aplicable también a la historia de la humanidad, que avanza en función de una lucha entre dos ciudades, la ciudad terrenal, de la impiedad y del diablo, y la ciudad celestial, de la justicia y de Dios. Estas dos ciudades no existen en períodos sucesivos de la historia ni se identifican con ciertos elementos particulares de la historia de los seres humanos, sino que dependen de lo que cada individuo decide ser. Por tanto, se superponen y se entrecruzan como dos procesos de signo opuesto.

Implicaciones Políticas de la Teoría de las Dos Ciudades

Política: No obstante, Agustín de Hipona distingue tres períodos en este proceso de entrecruzamiento de las dos ciudades:

  • En el primero: los seres humanos viven sin leyes y no hay todavía lucha por disputarse los bienes del mundo.
  • En el segundo: los seres humanos viven bajo la ley y por eso combaten por las cosas del mundo, pero son vencidos y mueren.
  • El tercero es el tiempo de la gracia, en el cual los seres humanos luchan y vencen.

Toda la historia está recorrida por esta lucha entre una parte de los seres humanos, que se aman a sí mismos hasta despreciar a Dios, frente a otra parte, que aman a Dios hasta despreciarse a sí mismos. Ambas coexisten siempre en el tiempo. Cada una de estas dos ciudades aspira a la paz, pero de modos distintos: la ciudad de Dios aspira a la paz eterna y a la felicidad, reservada a sus fieles, mientras que la ciudad terrena aspira a la mera paz política; es decir, la concordia entre gobernantes y gobernados. En esta doctrina se esconde una concepción pesimista del poder político: su principal función es ser el agente represivo y externo que impida por la fuerza a los seres humanos infligirse violencia los unos a los otros.

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