Filosofía y Derecho en la Baja Edad Media: Una Perspectiva Tomista
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Lo único cierto es que esta época fue confesionalmente católica, a pesar de que algunos escolares (pensemos en David de Dinand, por ejemplo) sostuvieron doctrinas más averroístas, y consiguientemente panteístas, que no cristianas. Pero cuando el investigador se asoma a los libros de la Baja Edad Media no observa jerarquías armoniosas, ni siquiera en el interior de la obra de **Tomás de Aquino**, que trató ante todo de mostrar cómo la Fe cristiana no era incompatible con el discurso racional, pero no de crear un sistema más o menos racionalista con sus conceptos jerarquizados. Todo lo que se puede decir sobre la **Escolástica** es que la Baja Edad Media usó lo que en el siglo XVI ya se llamaba la ‘Filosofía escolástica’, que es la que argumentaba de la mano de las categorías de sustancia-accidente, causa-efecto, materia-forma, y otras muchas. Por lo demás, la explicación de los últimos fundamentos del derecho y de la justicia que ofreció Tomás es tan secular como la de cualquier jurista romano, como pudieron ser Mucius Scaevola o Papiniano, que no excluían a Dios de sus explicaciones, pues todo el *Corpus Juris Romanorum* descansa en definitiva sobre los *Tria principia juris* que expuso Ulpiano: “*Vivir honestamente, no dañar a nadie, dar a cada uno lo suyo*: Honeste vivere, neminem laedere, jus suum cuique tribuere.”
Una Opción Básica
Nosotros, bajo la influencia del pensamiento materialista que cuajó en el mecanicismo del siglo XVIII, tendemos hoy a considerar que el universo es como una máquina en la que cada elemento posterior es movido por otro anterior: el coche es propulsado por sus ruedas, las ruedas son movidas por los elementos de la transmisión, éstos por el motor. El ser humano sería un organismo o máquina movida por sus apetitos. Tomás conocía bien esta idea global del universo, y del hombre, y de cuando en cuando se entretiene en ella.
Concretamente, él explica que existen dos actitudes sobre el origen de las cosas: una es la propia de la Fe cristiana, que enseña que las cosas fueron creadas por Dios, y la otra la de algunos filósofos que entendieron que las cosas habrían existido eternamente. Estos filósofos ‘naturales’ (él los suele llamar los *Antiqui naturales*, sin más) habían creído que la materia es la misma sustancia de las cosas, por lo que todas las formas serían accidentes de aquella única materia. Como solamente existiría materia y movimiento, **Demócrito** entendía que las acciones de los hombres consistían en un flujo de átomos que salían del cuerpo del agente y producían una ‘pasión’ (presión) en el otro a través de los poros del cuerpo. Así, **Empédocles** o Demócrito no distinguían entre el intelecto humano y los sentidos, y el hombre quedaría siempre en el mismo plano que las demás cosas, porque su intelecto no sería más que la fuerza corpórea que se sigue desde las sensaciones. El alma, en todo caso, sería solamente la armonía entre las distintas partes del cuerpo, y todos los movimientos de los hombres serían de la misma naturaleza, idénticos con los de los seres inanimados. Una sola materia, un solo tipo de movimiento, una única ley natural. Era preciso optar. En la visión tomista del mundo, que es la visión propia de un biólogo, ‘las cosas’ (en plural) están en continuo movimiento propio, porque nada las empuja violentamente: son ellas las que tienden hacia lo suyo con fuerza o poder propio, pues el de Aquino entiende que la naturaleza es un término con varios significados, y designa por igual lo que una cosa es (su forma o esencia) como el movimiento propio y peculiar de cada ser. Él no acepta que exista un solo tipo de movimiento, igual para todas las cosas: por el contrario, afirma que cada ser tiene un movimiento distinto. Porque los Naturales han mantenido que las cosas sólo reciben un movimiento externo o violento a ellas mismas, y sucede más bien que observamos dos tipos de movimientos: el natural, que siempre está causado por una causa final, y el externo o violento. Este último es el de las cosas inanimadas, que son movidas por otras mediante exclusiones que repelen, creando impulsos: el movimiento físico consiste en un choque de cuerpos, por el que uno empuja a otro. Junto a éste, está el de las cosas animadas, que se encaminan a su propio fin con un movimiento que es interno a ellas mismas (y por eso no es violento) y que no se basa en la exclusión que procede de la repulsión, sino en la colaboración.