Filosofía y Ética en la Edad Media: El Pensamiento de San Agustín
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Antropología en la Edad Media
El ser humano está compuesto por dos sustancias diferentes: un cuerpo material, que constituye la parte inferior del hombre, ya que la esencia del hombre se encuentra en la naturaleza espiritual. El alma está dentro de cada uno y es independiente de la materia. Además, no tiene ninguna descomposición, por lo cual se afirma que no se puede corromper ni descomponer, es inmortal, es eterna. Las almas son creadas por Dios para cada ser humano, a imagen suya. Dios es verdad, amor y eternidad, y el hombre debe de buscarlo para ser feliz, porque desde su limitación no puede llegar a éstas. Su limitación no le permite llegar al conocimiento de las verdades inmutables, que se adquieren por iluminación divina. Además, si actúa de acuerdo con las leyes eternas, puede salvarse del mal, por la gracia divina.
El problema del mal en el hombre, viene desde la libertad del ser humano para elegir el mal (libre albedrío), que por su naturaleza necesita de la gracia de Dios para actuar bien. El pecado original le lleva al mal, y sólo puede actuar bien estando en gracia de Dios que lo regenera de usar mal su libertad. Frente a la solución maniquea de que el hombre no es culpable, considera que éste es responsable de estar o no en gracia de Dios.
El hombre es un ser social que deja su acción en la historia. De este modo, debe elegir su comportamiento a través de las dos maneras de vivir que se explican en Las dos ciudades. Así puede amarse a sí mismo hasta el punto de olvidar a Dios, encerrado en lo mundano, ciudad terrenal, o puede amar a Dios hasta el extremo de olvidarse de sí mismo, para vivir en la ciudad celestial. Las dos ciudades suponen dos formas de vivir una misma realidad y tienen lugar al mismo tiempo en la historia. Pensar en la forma de vivir supone, por primera vez, una filosofía de la historia del hombre, el planteamiento de un verdadero sentido en la forma de vivir. Se trata de una teología de la historia. La historia será el escenario donde Dios se manifiesta a los hombres, dándole coherencia y sentido. Dios es el fundamento metafísico de la moral y la política.
Sociedad y Política en la Edad Media
La concepción del Estado arranca de una concepción negativa del hombre, que es un ser inclinado al pecado. Así, el Estado debe encarnar la justicia verdadera cuando sea un estado cristiano. La Iglesia es una organización social del Estado que es la única que puede ser modelo para los reinos de este mundo; ésta debe proporcionar los principios de conducta a la sociedad civil. Así, los ciudadanos deben obedecer a un Estado cuyo papel fundamental es mantener la paz, que es la tranquilidad del orden. Para ello, tiene la obligación de mantener la justicia entre los ciudadanos con el orden de Dios, creando una teocracia, o Estado de Dios. De este modo, el hombre deberá desobedecer a toda acción humana que vaya contra Dios. El gobierno adecuado es el teocrático.
Desde la ética presentada en Civitas Dei, se presentan dos maneras de vivir, a través de las dos ciudades: la terrena, en la que “los hombres se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios”, y la celestial, en la que “los hombres aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos”. Las dos ciudades viven en un mismo espacio y sólo se separan en el Juicio Final. Por eso el Estado, que debe mantener el orden y la convivencia de los ciudadanos, tiene que estar en armonía con la ciudad de Dios, que es la ciudad de la paz y la justicia. Se trata de una filosofía de la historia social y política, puesto que los hombres deben tener como referencia a Dios en su vida y en sus gobiernos. Se trata de filosofía de la historia porque, por primera vez en la Historia, se presenta un sentido para ésta que se encamina a la presencia de Dios. La Historia es el escenario donde Dios se manifiesta al hombre, dotándola de coherencia y de sentido. En Dios está el fundamento metafísico que garantiza el orden moral y de la política.
En la ciudad de Dios se ofrece una filosofía cristiana que influye de un modo esencial, porque es una apología frente a las dificultades, valiéndose de la providencia, el libre albedrío, la eternidad, etc., y la voluntad inescrutable de Dios. Así se explica el sentido del mal y del dolor en la Historia, porque la historia de la humanidad se presenta como una lucha entre dos ciudades o dos maneras de vivir: el Bien y el Mal, la ciudad de Dios y la ciudad terrena, la ciudad de la luz y la ciudad de las tinieblas. La ciudad de Dios se inicia con la creación de los ángeles, su primer componente humano es Abel y alcanza su máxima expresión en la Iglesia de Cristo. La segunda nace con el pecado original, siendo su principal representante Caín. Esta lucha de hermanos seguirá hasta el final de los tiempos, con el triunfo definitivo de la ciudad de Dios.
Se trata de una Teología de la Historia. Las dos ciudades no representan ninguna realidad concreta en el tiempo o en el espacio, ni tampoco tratan de identificar a la ciudad con el Estado y a la Iglesia con la ciudad celeste. Representan dos alternativas, dos modos de comportarse, dos modos de vivir: según la carne o según el espíritu. Dos amores que fundaron dos ciudades: la del amor propio hasta el desprecio de Dios, ciudad terrenal; y el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo, en la ciudad celestial. “La primera se gloria a sí misma, y la segunda en Dios. Aquella busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima la gloria a Dios, testigo de su conciencia” (La Ciudad de Dios, 14,28). Toda la historia es un magisterio, que no es otro que el amor de Dios a los hombres, actuando siempre para restaurar una creación desordenada por el pecado.
Moral en la Edad Media
El problema moral tiene dos conceptos básicos: el estado de bienaventuranza o felicidad, y el libre albedrío, o posibilidad de elegir entre el bien y el mal, concedido por Dios para que lo utilice bien. Cuando lo utiliza mal, el castigo es un medio para rectificar y perfeccionarse a sí mismo. “Ama y haz lo que quieras”: cuando el hombre ha decidido el camino de Dios, todo es correcto y encuentras la beatitud o la unión amorosa con Dios que produce la felicidad. La ética del amor es poder gozar de Dios. Pero el hombre es libre y puede obrar bien y salvarse, o mal y condenarse. Su naturaleza corporal le inclina al pecado, pero la gracia de Dios le permite superarse.
El problema del mal fue una preocupación esencial de su pensamiento. Buscó el origen del mal y señaló que éste no venía de Dios, que “sólo lo dirige a un bien mayor”. El mal (o “defecto de bondad”, “defectus boni”) procede de los seres humanos, que apartan su voluntad de Dios y caen en el pecado o mal moral, por causa del mal uso de la libertad con una mala elección. “Dios dotó a la criatura racional de un libre albedrío que, si quería, podría abandonar a Dios, es decir, su felicidad, cayendo entonces en la desgracia”.
Frente a la cultura maniquea, en la teología cristiana sólo se admite el bien ontológicamente. El problema del mal enfrentó a los maniqueos, seguidores de Manes, a los pelagianos, seguidores de Pelagio, y a los cristianos. Para los primeros, el mal obliga al hombre a pecar, sin tener ninguna culpa, anulando la capacidad de elección, que defenderá la concepción cristiana. Para los pelagianos, la redención libró al hombre del pecado, posibilitándole llevar una buena vida. Pero el cristianismo señala que la voluntad libre es el motor de nuestras acciones y de ella depende la bondad o maldad de nuestros comportamientos, en la medida en que se acepta o rechaza la Ley divina. La Ley eterna ha sido impresa por Dios en la Creación y todas las cosas se ordenan de acuerdo con ella. Quienes obran voluntariamente en su contra, actúan mal y se convierten en desgraciados; por el contrario, quienes obran de acuerdo con ella alcanzarán la verdadera felicidad, que es hacer lo que Dios quiere para nosotros. La elección de comportamiento en La Ciudad de Dios hace referencia a la conducta del ser humano.
Describe dos principios opuestos o dos ciudades que rigen el comportamiento: la ciudad del Bien y la ciudad del Mal, la de Dios y la terrena, la ciudad de la luz y la ciudad de las tinieblas. Ambas coexisten enfrentadas en un mismo tiempo histórico. Se trata de dos maneras de vivir. Con esta moral, nos planteamos el sentido de los acontecimientos desde lo divino, haciendo teología de la historia. La historia será el escenario donde Dios se manifiesta a los hombres, dándole coherencia y sentido. En Dios encontrará el hombre la coherencia para la buena vida, o vida feliz. Así, Civitas Dei representa dos alternativas, dos modos de comportarse, dos modos de vivir, según la carne o según el espíritu. Dos amores, que fundaron dos ciudades: la del amor propio hasta el desprecio de Dios, ciudad terrenal, y el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo, la ciudad celestial. La primera se gloria a sí misma y la segunda a Dios. La obra termina en el Juicio Final en el que se realiza la separación de los dos reinos: el triunfo del bien sobre el mal, el reino de Dios sobre el de Satanás.
Conocimiento en la Edad Media
Su pensamiento no es un sistema filosófico, sino una filosofía cristiana de la cual se extrae una teoría del conocimiento. Su razón es existencial: buscar la Verdad como la única manera de ser feliz: “sólo es sabio el que es feliz”. Para conocer la verdad, que se identifica con Dios, señala dos caminos, fe y razón, que se complementan. Ambas colaboran en el esclarecimiento de la Verdad única. La filosofía ayuda al hombre a alcanzar la fe; y la fe orienta e ilumina a la razón. No basta con esto, por lo que, para adquirir la verdad, es necesario el amor. Estas tres facultades del alma se recogen en la Trinidad.
Frente al escepticismo radical, destaca una certeza primaria de la que es imposible dudar (“Pienso, luego existo”). El que tiene esa capacidad “soy yo”, porque “soy yo” el que está dudando, y eso es ya una seguridad de su existencia.
En la teoría del conocimiento distingue cuatro niveles que suponen un ascenso a la Verdad:
- El conocimiento sensible o la mera captación de los objetos, en el que no se puede decir que exista conocimiento, puesto que las diferencias lo impiden.
- El conocimiento de la memoria, donde ésta se detiene en lo captado y lo compara con otras pasadas.
- La imagen del entendimiento, donde la parte racional emite juicios sobre los objetos comparándolos con los modelos eternos, con las ideas que provienen de la Iluminación divina. Este nivel, propio de todo hombre, le diferencia de los seres inferiores.
- La imagen de la sabiduría, que consiste en la contemplación de ver las ideas eternas tal cual son, es la auténtica sabiduría. Gracias a ella se contemplan los verdaderos modelos de las cosas, se alcanza la verdad objetiva.
Las verdades inmutables son universales y necesarias, no se pueden captar desde los datos sensibles particulares y cambiantes. Para encontrar la verdad a través de la interioridad, hay que olvidarse del mundo externo y mirar en un proceso de búsqueda interior. Para ello necesito de la intervención especial de Dios, que es iluminación y permite la adquisición de las verdades eternas; esto es la sabiduría y el conocimiento de Dios como creador y fuente de toda verdad.
El punto de partida para buscar la Verdad no está fuera, sino dentro: “No salgas fuera de ti, vuelve a ti mismo”. “La verdad habita en el interior”: el interior encuentra verdades inmutables que tienen su fundamento en la inteligencia divina. Las ideas están en Dios como modelos y el hombre necesita de la verdad de Dios para conocer la verdad.