La Filosofía de Ortega y Gasset: Perspectivismo, Verdad y la Síntesis de Vida y Cultura
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Vida y Cultura en la Filosofía de Ortega y Gasset
En el presente capítulo, José Ortega y Gasset inicia su exposición abordando la contraposición entre cultura y vida, sentando las bases para una eventual síntesis entre ambas. El racionalismo y el relativismo emergen en la historia del pensamiento como dos enfoques opuestos para abordar la antinomia entre vida y cultura. Mientras que el racionalismo niega todo valor a la vida para exaltar el de la cultura, el relativismo procede de manera inversa. Sin embargo, ambas posturas son, a su juicio, erróneas.
Desde una perspectiva gnoseológica, el racionalismo presupone la existencia de un «yo» o «sujeto» idéntico e invariable, en el cual penetran ideas eternas e inmutables. Por el contrario, el relativismo disuelve la realidad del sujeto. El resultado del profundo examen de Ortega es la afirmación de que «cada vida» (nótese que ya no se refiere a «cada sujeto» ni a «cada yo») constituye un punto de vista único sobre el universo. Al emplear la expresión «cada vida», Ortega no solo alude a los individuos, sino también a los pueblos y a las épocas históricas.
Por consiguiente, «la verdad», que tradicionalmente se ha concebido como ajena a la historia, «adquiere una dimensión vital» y, por ende, histórica. El error gnoseológico fundamental reside en la pretensión de que la verdad no es resultado del perspectivismo, sino que existe una verdad absoluta e intemporal. Esta concepción es «utópica» en su sentido etimológico, es decir, «que no está en ninguna parte», en ningún lugar, en ningún paisaje. Sin embargo, lo que no se encuentra en ninguna parte, simplemente no existe; por lo tanto, la verdad utópica es una quimera, un engaño, una mera ilusión.
Realidad y Perspectiva: Crítica al Dogmatismo y Escepticismo
En la tradición filosófica, se han desarrollado dos interpretaciones opuestas del conocimiento: el objetivismo (o dogmatismo) y el escepticismo (o subjetivismo).
El objetivismo (o dogmatismo) postula que la realidad existe en sí misma y que su conocimiento nos es plenamente accesible. Simultáneamente, defiende la noción de que la verdad es única e inmutable, independiente de las peculiaridades, la cultura o la época a la que pertenezca el individuo que la aprehende. De ello se deriva que el sujeto cognoscente debe carecer de rasgos propios, ser extrahistórico y trascender la vida, ya que la vida es intrínsecamente historia, cambio y peculiaridad. La mayoría de los autores clásicos han defendido este punto de vista.
Frente a esta doctrina se erige el subjetivismo (representado por los sofistas y Nietzsche), que sostiene la imposibilidad del conocimiento objetivo, dado que los rasgos inherentes al sujeto cognoscente influyen de manera determinante en la aprehensión del saber. El subjetivismo, al ser inherentemente relativista, termina por negar la posibilidad de una verdad universal y concluye que nuestro conocimiento se limita a la mera apariencia de las cosas.
Ambas doctrinas, sin embargo, comparten un mismo fundamento erróneo: la creencia en la falsedad o ilegitimidad del punto de vista individual. Ortega y Gasset subraya el profundo error de este presupuesto, argumentando que el punto de vista individual no solo es legítimo, sino que es el único posible, el único desde el cual el mundo puede ser aprehendido. La realidad, en su esencia, siempre se manifiesta a través de una perspectiva. Por lo tanto, el conocimiento absoluto, objetivo e independiente del sujeto cognoscente es una quimera, una construcción ficticia e irreal.
Ortega y Gasset defiende vehementemente el perspectivismo, argumentando que el sujeto no es un medio transparente, ni una entidad idéntica e invariable en todas las circunstancias. Por el contrario, lo concibe como un «aparato receptor» intrínsecamente limitado, capaz de captar únicamente cierto tipo de realidad y no otra.