Filosofía Política: Platón, Aristóteles y Marx sobre Sociedad y Justicia
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La ciudad platónica
La ordenación social que propone Platón como ideal, cuya aplicación práctica ha de garantizar la justicia y la felicidad de los ciudadanos, es un reflejo o proyección de la naturaleza tripartita del alma, es decir, de una determinada concepción psicológica del hombre. Se compone, de acuerdo con ello, de los siguientes estamentos:
- Gobernantes: En quienes prima la parte racional.
- Guardianes: En quienes prima el ánimo, la parte irascible, encargados de la defensa exterior y del mantenimiento del orden interior establecido.
- Productores: Es decir, los artesanos, comerciantes y agricultores.
En un sistema social así estratificado, la felicidad sería el resultado de la convivencia armónica de los tres estamentos, que solo puede verse garantizada a través del imperio de la justicia. Esta consiste en que cada uno de los ciudadanos cumpla a la perfección el papel que le ha sido asignado bajo la tutela y guía del gobernante o clase gobernante.
Platón propone un modelo educativo total que ha de servir para formar tanto el cuerpo como el espíritu. La educación básica constaba de:
- Gimnasia.
- Música.
La política de Aristóteles
Puede considerarse como un apéndice de la ética, dado que no será posible alcanzar una vida virtuosa y feliz si no se da para ello un contexto adecuado. En este punto, su concepto no diverge en nada del de su maestro Platón. Para Aristóteles, no solo resulta imposible la felicidad fuera de una sociedad concreta, sino que incluso el desarrollo moral del ciudadano es inconcebible al margen de la sociedad.
Aristóteles, al igual que Platón, se preocupa por la justicia. Distingue entre una justicia universal, que incluye todas las virtudes, y una justicia particular. La universal garantiza el bien común general de la sociedad a través de las correspondientes leyes. La particular sería una virtud más entre las otras.
La crítica marxiana
Marx asume el espíritu crítico de la filosofía alemana que madurará con Kant, pero poniéndolo en práctica más allá de la racionalista, desapasionada y pasiva contemplación de las circunstancias.
Marx dice que lo que verdaderamente ocurre es que «el hombre es un lobo para el hombre». La historia de la humanidad se reduce a la lucha de clases incesante, que siempre ha tenido por resultado una clase dominante y explotadora y una clase dominada y explotada. El fin de esta lucha no es otro sino la apropiación del mayor número posible de bienes, esto es, la maximización de la propiedad privada.
Lo que en la época de Marx es lucha de burgueses contra proletarios (después de haberse unido para derrocar a la clase monárquico-aristocrática), fue en el pasado el enfrentamiento entre hombres libres contra esclavos, patricios contra plebeyos, maestros contra oficiales. Sin embargo, como siempre ocurrió en el pasado, el proceso de lucha de clases y de dominio y explotación de una sobre la otra lleva dentro de sí una bomba que la hará estallar y producir un nuevo sistema de cosas: su contradicción interna la convierte en insostenible.
La receta que Marx propone para acabar con semejante estado de cosas es la acción unitaria del proletariado, que debe derrocar a la burguesía capitalista instaurando la denominada dictadura del proletariado, en la que la propiedad privada queda abolida. Se trata de una fase de transición que debe conducir finalmente a una sociedad sin clases.