Francisco de Goya: Evolución Pictórica y Maestría Artística
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1. Evolución Pictórica de Francisco de Goya
Francisco de Goya y Lucientes, nacido en Fuendetodos en 1746, es uno de los fenómenos más sorprendentes de la pintura. Surge en un momento dominado por un anodino clasicismo, los últimos aleteos del Barroco y el Rococó, y aunque participa de todos estos estilos, los supera ampliamente. Es contemporáneo de los grandes pintores neoclásicos, pero no asume sus principios ni los del clasicismo (aunque la Academia de San Fernando los imponga en sus exámenes de ingreso y Goya se vea obligado a seguirlos) ya que buscará siempre la representación de la realidad con toda su carga, en ocasiones, de horror, otras de ternura y amabilidad y, también, de locura.
A. Primer Período (1762 a 1775): Formación
Hijo de un maestro dorador, se forma en Zaragoza con el pintor José Luzán. En 1762 realiza su primer viaje a Madrid y entra en contacto con los académicos Mengs y Bayeu, quienes facilitarán su acceso a la pinacoteca real. El estudio de sus obras, junto con el viaje que hará a Italia en 1770, influirá en su técnica, con una clara tendencia hacia el realismo popular y caricaturesco. De vuelta en Zaragoza, pintará la Adoración del nombre de Dios de la bóveda del Coreto de la Basílica del Pilar, y el friso mural al óleo con episodios de la Vida de la Virgen de la Cartuja de Aula Dei, también en Zaragoza, obras en las que ya demuestra su gran nivel.
B. Segundo Período (1775 a 1792): Plenitud
Corresponde al que algunos llaman de plenitud. Regresa a Madrid, ahora como cuñado de los Bayeu, y comienza a trabajar en la Real Fábrica de Tapices bajo las órdenes de Mengs. La temática costumbrista que se le impone le sirvió tanto para el perfeccionamiento técnico como para expresar una visión agradable, fresca y sonriente de la vida popular que le rodea: tipos populares, diversiones callejeras, juegos y momentos de la vida cotidiana. Destacan La caza de la codorniz, El quitasol, El albañil herido, El pelele, resueltos con una gran ligereza de ejecución y un vivo colorido.
En 1780 regresará temporalmente a Zaragoza para pintar la cúpula Reina de los Mártires del Pilar, de forma muy innovadora; no gustará y será muy criticada. De vuelta a Madrid, Goya se revela como un gran retratista, como muestran los retratos de la Marquesa de Pontejos, La familia del Duque de Osuna o el espléndido retrato del Conde de Floridablanca. Asimismo, entra en el amplio círculo que rodea al infante Don Luis, al que retratará con su familia.
En San Francisco de Borja asistiendo a un moribundo (1788), Goya nos anticipa dos aspectos claves de su obra posterior: el expresionismo y la representación de monstruos oníricos. Es un cuadro que nos introduce en los temas del miedo, de la locura y de los sufrimientos y pasiones ocultas en el subconsciente, como más tarde harán (de forma más idealizada) los románticos.