El Grito de Edvard Munch: Simbolismo y Desesperación en el Expresionismo
Clasificado en Plástica y Educación Artística
Escrito el en español con un tamaño de 2,38 KB
La obra El grito, una pintura de caballete sobre lienzo al óleo, fue creada por Edvard Munch y concluida en 1893. Munch fue un pintor fundamental de la primera generación expresionista, un movimiento que se extendió hasta la Primera Guerra Mundial. Esta generación no solo era de izquierdas, sino que veía la industrialización como algo intrínsecamente negativo.
Munch, quien desarrolló su obra en Noruega, plasmó en toda su producción un evidente temor a lo indeterminado y a la soledad. Por ello, El grito se ha convertido en un icono cultural del expresionismo y de la desesperación.
Descripción Visual de El Grito
La composición presenta un cielo con tonalidades naranjas, rojizas y amarillentas, bajo el cual se extiende un mar oscuro. En el primer plano de la obra, destaca una figura con cuerpo humano y una cabeza con forma de calavera, que expresa asombro con la boca abierta y las manos en la cara. El personaje se encuentra junto a una valla que divide la composición entre el mar y la atmósfera, y que se pierde en perspectiva hacia el interior.
Al fondo de la composición, se aprecian dos delgadas siluetas avanzando. El contraste de los colores contribuye a la comprensión de la agonía que el pintor deseaba transmitir. Es evidente la descompensación entre los colores cálidos del cielo y los colores fríos que predominan en el centro de la imagen. El uso de colores puros, planos e incluso chillones confiere a la obra un tratamiento visual "violento".
Simbolismo y Temática Expresionista
Existe una deformación intencionada de la realidad, que es un reflejo del espíritu atormentado del artista. La temática busca sumergir al espectador en la agonía, la ansiedad del artista, el terror y lo fantástico.
Conclusión: Un Símbolo de la Condición Humana
En resumen, El grito es un símbolo pleno del universo expresionista. El arte, como manifestación del comportamiento simbólico humano, se erige como el producto más elaborado de la sociedad que lo gesta. En él, no solo tienen cabida la luz y la serenidad, sino que también debe haber espacio para la expresión del dolor y las sensaciones que la angustia y la desesperación evocan.
Obras como esta son el vivo reflejo de un temor que perdura desde el origen de nuestro comportamiento simbólico: el miedo a la soledad.