Las Guerras Carlistas en España: Conflicto Dinástico, Liberalismo y Tradición (Siglo XIX)
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El Reinado de Isabel II y la Oposición al Liberalismo: Las Guerras Carlistas
El reinado de Isabel II estuvo profundamente marcado por la oposición al liberalismo, que se manifestó en una serie de conflictos armados conocidos como las Guerras Carlistas. Tres guerras principales jalonaron este periodo de la historia de España:
- La Primera Guerra Carlista o Guerra Civil (1833-1840), que tuvo lugar durante la regencia de María Cristina de Borbón.
- La Segunda Guerra Carlista (1846-1849), desarrollada durante el reinado efectivo de Isabel II.
- La Tercera Guerra Carlista (1872-1876), que se extendió durante el Sexenio Democrático y los inicios de la Restauración Borbónica.
Causas Fundamentales de las Guerras Carlistas
La Cuestión Sucesoria: Origen del Conflicto Dinástico
La cuestión sucesoria fue el detonante principal de estos conflictos. El rey Fernando VII, al contraer matrimonio con María Cristina de Borbón, alteró la línea de sucesión. Hasta ese momento, el heredero al trono era su hermano, Carlos María Isidro. Sin embargo, Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción, una disposición que anulaba la Ley Sálica de Felipe V, la cual impedía el acceso de una mujer al trono. Con el nacimiento de la princesa Isabel, la primogénita del rey, el problema dinástico quedó planteado de forma irresoluble. Los absolutistas se posicionaron a favor de Carlos María Isidro, mientras que los liberales apoyaron a Isabel. Tras la muerte de Fernando VII, María Cristina de Borbón asumió la Regencia, lo que exacerbó las tensiones.
El Carlismo: Oposición al Liberalismo y Estallido de la Guerra Civil
Carlos María Isidro se negó a reconocer la legitimidad de Isabel como reina y publicó el Manifiesto de Abrantes, en el que se autonombró Carlos V. Este acto fue el catalizador para el levantamiento en armas de sus partidarios, dando inicio a la Primera Guerra Carlista.
El enfrentamiento entre carlistas e isabelinos era un hecho consumado. Los carlistas, con su lema distintivo "Dios, Patria, Rey y Fueros", pretendían la vuelta al absolutismo monárquico y el restablecimiento del poder de la Iglesia a través del catolicismo. Idealizaban el mundo rural y encontraron un fuerte apoyo en regiones como Navarra, las Vascongadas, el Maestrazgo, la Cataluña interior y Aragón. El carlismo también contó con el respaldo exterior de las potencias absolutistas europeas (Rusia, Austria y Prusia).
Por su parte, el bando isabelino contó con la ayuda de la burguesía, intelectuales, una masa popular y el ejército. A pesar de la debilidad inicial de sus fuerzas militares, recibieron un importante apoyo de Inglaterra y Francia.
Desarrollo de las Guerras Carlistas
Primera Guerra Carlista (1833-1840)
La lucha se desarrolló principalmente en las Vascongadas, el Maestrazgo y Navarra. El sistema de guerrillas, inicialmente empleado por los carlistas, fue transformado por el general Tomás de Zumalacárregui en un ejército regular, lo que resultó en la derrota de varios generales isabelinos. Sin embargo, en 1835, el avance carlista finalizó abruptamente debido a la muerte de Zumalacárregui durante el primer sitio de Bilbao. A partir de este momento, se inició una fase de repliegue carlista, con las tropas isabelinas, dirigidas por el general Baldomero Espartero, logrando importantes victorias.
Esta situación provocó una crisis interna en el carlismo, que se dividió en dos grupos principales:
- Los moderados o marotistas, liderados por el general Rafael Maroto, quienes buscaban una salida negociada al conflicto.
- Los apostólicos o intransigentes, que deseaban continuar la lucha hasta el final.
Finalmente, los moderados lograron imponerse, culminando en la firma del Abrazo de Vergara (o Convenio de Vergara) entre Maroto y Espartero. Espartero prometió mantener los fueros a cambio de la rendición carlista. No obstante, en el Maestrazgo, la guerra continuó bajo el liderazgo del general Ramón Cabrera, quien resistió tenazmente desde Morella. Al final, sus fuerzas fueron derrotadas, y Carlos María Isidro junto con el general Cabrera, acabaron exiliándose en Francia.
Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
Esta contienda, también conocida como la Guerra dels Matiners, tuvo lugar principalmente en Cataluña. Fue iniciada por los partidarios de Carlos VI (Carlos Luis de Borbón y Braganza). Se intentó resolver el conflicto dinástico mediante la propuesta de matrimonio entre Carlos VI y la reina Isabel II, pero esta iniciativa fracasó. Las partidas carlistas, dirigidas por Cabrera y Tristany, llegaron incluso hasta Barcelona, donde fueron finalmente derrotadas por las tropas isabelinas al mando de Manuel Gutiérrez de la Concha. A pesar de la derrota principal, algunos focos carlistas perduraron hasta 1860.
Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
En esta última gran contienda, los carlistas se enfrentaron al rey Amadeo I y, posteriormente, a la Primera República Española. El conflicto se desarrolló principalmente en Navarra, el País Vasco y Cataluña. Los carlistas intentaron tomar Bilbao, pero sin éxito. También llevaron a cabo expediciones de gran impacto, como el célebre y cruel saqueo de Cuenca. La llegada de la Restauración Borbónica marcó el declive definitivo del carlismo como fuerza militar. Carlos VII (Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este) cruzó la frontera hacia Francia, poniendo fin a la guerra.
La Cuestión Foral: Un Eje Central del Carlismo
Un aspecto fundamental de la ideología carlista era la defensa del mantenimiento de los fueros tradicionales que poseían algunos territorios, especialmente el País Vasco y Navarra, vinculados al Antiguo Régimen. El foralismo contemplaba que estas regiones debían conservar sus instituciones de gobierno autónomas, su propio sistema de justicia, y exenciones fiscales y de quintas para el servicio militar.
Aunque la Constitución de 1812 había suprimido los fueros vascos y navarros, tras la firma del Abrazo de Vergara, se prometió el mantenimiento de la mayoría de los privilegios forales. Sin embargo, los gobiernos liberales no respetaron plenamente esta promesa y aprobaron leyes que suprimieron gran parte de dichos privilegios, lo que mantuvo viva la reivindicación foral en el seno del carlismo.