El Fin del Ser Humano según Aristóteles y Otras Corrientes Filosóficas

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Aristóteles y la Finalidad del Ser Humano

El Ser Humano como Unidad

Aristóteles define al ser humano como una unidad sustancial de cuerpo y alma. El cuerpo es la materia y el alma es la forma. A diferencia de Platón, quien sostenía una dualidad, Aristóteles revaloriza el cuerpo, considerándolo no como la cárcel del alma, sino como parte integral del ser humano. No existe alma sin cuerpo ni cuerpo sin alma.

El cuerpo, si bien no es el principio del conocimiento (que proviene de la experiencia), sí propicia su inicio. Nuestro primer contacto con la realidad es a través de los sentidos.

El alma es la forma, aquello que hace que la sustancia sea lo que es. Profundizar en ella es necesario para comprender al ser humano.

El Alma y sus Funciones

El alma es el principio de la vida, ya que anima al cuerpo. Todos los seres vivos tienen alma. Aristóteles, en su obra De anima, describe tres funciones del alma:

  • Alma vegetativa: posibilita la respiración, la nutrición, el crecimiento y la reproducción. La poseen todos los seres vivos.
  • Alma sensitiva: posibilita el conocimiento sensible, los apetitos corporales y el movimiento. La poseen los animales y el ser humano.
  • Alma intelectiva: posibilita el conocimiento (fines teóricos) y la voluntad (fines prácticos). Es específica del ser humano y principio del conocimiento.

Implicaciones

El ser humano tiene una tendencia natural hacia el conocimiento y la búsqueda de la verdad, así como hacia la felicidad. Verdad y felicidad se configuran en el pensamiento aristotélico como el fin al que tiende el ser humano.

Otras Corrientes Filosóficas sobre la Identidad y la Felicidad

Locke y la Autoconciencia

Locke (1632-1704) plantea que la identidad personal se basa en la autoconciencia, anclada en la memoria. Somos seres pensantes que nos reconocemos a través de la continuidad de la memoria experiencial. Sin embargo, Locke reconoce problemas en su propuesta, como el olvido, que amenaza dicha continuidad.

Hume y la Negación del Yo

Hume (1711-1776) lleva el empirismo al extremo al negar la existencia de una identidad humana sustancial. No hay un "yo" fijo, sino una sucesión de impresiones y experiencias. Cuestiona la autoconciencia basada en la memoria, ya que esta no garantiza una identidad sustancial.

El Epicureísmo y la Búsqueda del Placer

El epicureísmo propone evitar los miedos irracionales (al destino, a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso). Liberarse de estos miedos permite buscar placeres simples y naturales, tanto para el cuerpo como para el alma (amistad, conocimiento, belleza).

La ética epicúrea promueve la búsqueda de placeres naturales y necesarios (dormir, comer), evitando los que causan sufrimiento a largo plazo. Se enfatiza la moderación y la prudencia, lo que conduce a una vida tranquila y feliz, sin perturbación en el alma ni dolor físico.

El Existencialismo de Sartre y la Libertad

El existencialismo de Sartre sostiene que la existencia precede a la esencia. El ser humano se define a sí mismo a través de sus acciones y elecciones, sin una esencia predefinida. Esta libertad es angustiosa, pero nos hace responsables de nuestras acciones y valores, convirtiéndonos en legisladores de nuestra propia existencia. Aunque estamos condenados a ser libres, esta condena nos impulsa a la acción y la responsabilidad.

La Ética de Kant y el Respeto a la Dignidad Humana

En la ética de Kant, el ser humano es un fin en sí mismo, con valor intrínseco y merecedor de respeto. Utilizar a las personas como medios para nuestros fines va en contra de su dignidad. La libertad moral es esencial para actuar éticamente, ya que solo a través de la elección libre podemos respetar la dignidad de los demás como seres autónomos.

El Estoicismo y la Vida en Conformidad con la Naturaleza

El estoicismo propone que para alcanzar la felicidad, el ser humano debe vivir en conformidad con la naturaleza. Todo en el universo está determinado por el logos, un principio activo. Vivir conforme a la naturaleza implica aceptar el destino. Para alcanzar esta sabiduría, es necesario controlar las pasiones y los impulsos a través de la razón, que participa del Logos universal. El control de las pasiones conduce a la apatía, que promueve la serenidad del alma (ataraxia) y propicia la auténtica felicidad.

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