La importancia de la familia en la formación de la persona y la sociedad
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En el lenguaje cotidiano, la palabra persona hace referencia a un ser con poder de raciocinio que posee conciencia sobre sí mismo y que cuenta con su propia identidad. Una persona es un ser capaz de vivir en sociedad y que tiene sensibilidad, además de contar con inteligencia y voluntad. Una persona religiosa es un individuo ligado a una fe, cumpliendo mandatos divinos y buscando la verdadera libertad.
La vida del ser humano está señalada por los momentos fundamentales de la existencia: el nacimiento, el amor, el trabajo y la muerte.
En la encrucijada de esas dimensiones fundamentales de la existencia está la familia, que constituye el espacio humano esencial, tiene una influencia decisiva en la formación de la persona y en su crecimiento, hasta una plena madurez y libertad. El ser humano creado para amar no puede vivir sin amor, no puede limitarse a emociones o sentimientos y mucho menos a la expresión sexual, la verdad del amor y de la sexualidad conyugal se encuentra allí donde se realiza la entrega plena o total de las personas con las características de la unidad y de la fidelidad. Mientras que la sociedad tiende a privilegiar relaciones basadas en la funcionalidad, el consumismo y el materialismo, con el fin de obtener la mayor cantidad de bienes materiales posibles, que generan prestigio, pero no felicidad, la familia va construyendo una red de relaciones interpersonales y se convierte en una escuela de sociabilidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un clima de respeto, justicia, diálogo y amor.
La familia es la célula y la base fundamental de la sociedad sobre la cual se construyen los Estados y la Iglesia. Sin embargo, debido a una serie de causas, la familia se halla, en la actualidad, en crisis, sufriendo constantes conflictos entre esposos, que dan lugar a una cantidad alarmante y progresiva de matrimonios rotos, tolerados, separados, divorciados y anulados y a una serie de relaciones problemáticas, discusiones tirantes, distanciamientos odiosos y malos modos entre padres e hijos.
Las familias deben ser centros de amor, paz y educación cívica, de relaciones íntimas y gratificantes, de fácil comunicación, de apoyo práctico, de estabilidad emocional, seguridad y permanencia. Tienen tres funciones: Primera, ofrecer un ambiente seguro y estable a sus hijos donde puedan alimentarse, vestirse y cobijarse compartiendo todos sus miembros las tareas y responsabilidades del hogar. Segunda, enseñarles unas normas ético-sociales de conducta en relación con las demás personas. Tercera, conseguir que sus hijos se sientan queridos y libres.
Es necesario para ello un buen gobierno familiar, en el que los padres e hijos fomentan la igualdad, la libertad responsable, el afecto, respeto, trabajo, la amabilidad y complacencia para satisfacer las necesidades mutuas de cada uno. La genética personal, las creencias, la educación, los mitos, los contratos, las reglas, los roles familiares y el medio ambiente tienen mucha importancia en el buen gobierno familiar.
El diálogo claro, abierto y sereno debe ser el medio de entendimiento y comprensión familiar indispensable para la comunicación y para expresión mutua de las ideas, sentimientos y opiniones de cada uno de los miembros, buscando siempre la ocasión propicia para hablar y escuchar, y mirándose atentamente con respeto, porque ante todo las familias deben ser escuelas de amor y sacrificio. San Pablo enseña: “El amor es paciente, servicial, todo lo cree, espera, tolera y soporta”, mientras el egoísmo desune, separa, distancia y odia.
La importancia y la centralidad de la familia, en orden a la persona y a la sociedad, está repetidamente subrayada en la sagrada escritura: “No está bien que el hombre esté solo”. La familia es considerada en el designio del creador como el lugar primario de la humanización, de la persona y de la sociedad y cuna de la vida y del amor.
En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la necesidad de corresponderle. La iglesia considera la familia como la primera sociedad natural y la sitúa en el centro de la vida social. La familia, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, posee una específica y original dimensión social, en cuanto a lugar primario de relaciones interpersonales, célula primera y vital de la sociedad, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social.
En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer, unidos en matrimonio, se crea un ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar sus potencialidades, ser consciente de su dignidad y prepararse para afrontar su destino. El niño recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien, aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por tanto, qué quiere decir ser una persona.